No nos llamamos destino

No nos llamamos destino. Capítulo 5.

 

Capítulo 5. Un contrato real.

 

   Encontrar el camino al estudio del rey no fue tan sencillo como Angélica esperaba, logró perderse tres veces y tuvo que pedir instrucciones a un pobre guardia que resultó no hablar ni una pizca de español o inglés, sólo francés, cuyas instrucciones la guiaron a los jardines del castillo (por alguna extraña razón). No había tenido la oportunidad de visitarlos desde su llegada y el día era hermoso así que permaneció un rato afuera, le gustaría algún día salir a dibujar las hermosas flores que abarcaban gran parte del espacio, las ruidosas fuentes o los altos árboles que rodeaban el espacio.

   Caminó sin prisa por el suelo empedrado, admirando las bellas plantas y las coloridas mariposas que visitaban las flores. El cielo despejado le daba al lugar la apariencia de una postal perfecta. Se respiraba un ambiente de tranquilidad muy agradable, casi podía olvidar sus problemas, el contrato que esperaba su firma o la opresiva atmósfera en el castillo. Se detuvo ante un hermoso rosal con delicados capullos color lila, era raro, el tono de las flores le recordaba las lilas de su tía Martha.

-Señorita Díaz, me sorprende mucho verla aquí. -Dijo el rey, sus pasos tan suaves que no lo escuchó acercarse.

-Su alteza, lo lamento, yo…. Este… buscaba su estudio.

-Me temo que no soy tan afortunado para tener un estudio tan bello, el guardia Jean, quien si no estoy equivocado te dio instrucciones, me buscó muy preocupado al ver que tomaste la dirección opuesta.

-Oh, no entendí nada, es que no hablo francés. -Confesó ella, sus mejillas encendidas por la vergüenza, ¿Dónde estaba James cuando lo necesitaba? -Nunca tuve la oportunidad de aprender.

   Ambos caminaron hasta una de las bancas de piedra que había en esa parte del jardín, ante una señal del rey ambos se sentaron.

-Y, ¿Por qué me buscabas? -El rey la miraba al hablar con ella, sus ojos tan similares a los de su hijo y a la vez tan diferentes, mientras los ojos de James estaban llenos de vida y energía los de su padre reflejaban una enorme sabiduría y al mismo tiempo parecían ocultar una gran tristeza. -Debe ser difícil hacer un cambio tan extremo en tu vida, el cual agradezco, no sé cómo sobreviviríamos a un escándalo así.

-Yo quería pedirle un trabajo, no tiene que pagarme eso, sólo necesito sentirme útil. -Soltó ella.

- ¿Como qué tienes en mente?

-Sé hacer de todo: cocinar, coser, limpiar, cuidar niños, jardinería…

-Déjame pensarlo y mañana te daré una solución, mientras tanto, Alan puede llevarte a conocer la ciudad, es un lugar hermoso para vivir. Sé que si se lo pides Lionel estaría feliz de enseñarte la zona.

-Quizás en otra ocasión, el primer ministro debe estar muy ocupado.

-Bien, debo retirarme ahora. Que tengas un buen día

-Gracias, igualmente Alteza.

   Observó cómo se alejaba el rey, definitivamente él y su padre se llevarían bastante bien, por un instante deseó poder presentarlos, la verdad esperaba que su padre no se enterara, se sentiría culpable por ver los extremos a los que estaba dispuesta a llegar con tal de ayudarle. Su madre sabía, necesitaba saber ¿Y si los paparazzi los encontraban?, al menos estaba enterada de lo que podría pasar.

   El cielo comenzó a nublarse, ocultando el Sol en cuestión de minutos, uno de los rasgos que Alan le comentó de Allburgo en su breve plática fue su impredecible clima; podía tener calor, lluvia, vientos fuertes, frío y de nuevo calor, a lo que James dijo “Al menos no es aburrido.” Con eso en mente regresó al castillo, apenas entró por las puertas escuchó el inconfundible sonido de la lluvia. Regresó a su habitación, ahí la esperaba James, preocupado porque al parecer el guardia también lo había alertado sobre su pésima ubicación.

-Entonces, ¿ya te perdiste? -Preguntó él al verla, un toque de arrogancia en su voz.

-Regresé, ¿o no?

-Vamos a comer, me muero de hambre.

   El príncipe se había cambiado de ropa, esta vez vestía un pantalón negro demasiado ajustado y una camisa azul marino que resaltaba sus ojos. Sería difícil no sentirse atraída por él. Tenía la sensación de que el príncipe no estaba acostumbrado al rechazo o a que las mujeres no se lanzaran a sus brazos a cada oportunidad (Lo cual sólo hizo cuando estaba ebria y triste, no tenía que significar nada, el estúpido revoloteo de mariposas en su corazón podía ser ignorado).

- ¿Qué quieres comer? El chef es excelente, puede hacer lo que quieras. Cuando me sentí rebelde me dediqué a investigar platillos extranjeros y ver cuántos podía hacer, hasta la fecha no ha fallado. -Presumió James. - ¿Quieres paella, hamburguesas, arepas, musaka, goulash o chilaquiles?

-Yo me adapto a lo que haya, en serio.

-Podemos pedirle lo que sea…

 

***

   Después de comer James salió del castillo, necesitaba pensar. Hizo que Alan lo llevara a la mansión en el campo con la excusa de querer prepararla para su esposa, en realidad necesitaba el tiempo para despejarse y conseguir un plan. Angélica no se había sorprendido con su generoso regalo de ropa, ¿Acaso no todas las mujeres amaban la ropa de marca? Debía admitir que no tenía idea de cómo llegar a su corazón. Samantha sería feliz con las bolsas de compras o lo que le consiguiera siempre y cuando costara muchos euros.




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