Capítulo 7. Un real descubrimiento.
El tiempo tras la gala pasó volando, después de la mañana que pasaron juntos James parecía estarla evitando, a toda costa, avergonzado por esa noche. Angélica intentaba darle espacio, presionarlo sólo daría la impresión de que había repensado su decisión y no pensaba confundirlo. Dos días más tarde el primer ministro le mandó el teléfono del diseñador con la advertencia de que no esperara una respuesta. “No entiendo qué pasó con él, trabajó con nosotros en el evento pasado y ahora no quiere saber de nosotros” le explicó Lionel al entregárselo.
En vez de contactarlo a través de los medios oficiales ella decidió marcarle desde su número privado, quizás así tendría mejor suerte. Sosteniendo en una mano el trozo de papel con los números y su celular en la otra marcó al aclamado diseñador.
- ¿Bueno?
-Hola, buenos días. -Saludó ella,
- ¿Quién habla?
-Soy Angélica, la princesa de Allburgo, llamaba para preguntarle si va a trabajar con nosotros en el evento de caridad este año.
-No creí que fueran a mandar a una princesa a hacer su trabajo sucio. - Especuló el desconocido, su voz llena de enojo. - Dígales que no volveré a caer.
-Disculpe, yo soy nueva… no sé qué pasó.
-Yo hice de todo para el evento, sólo les cobré el material para los vestidos y aún no me han pagado, así que si quiere mi cooperación dígale al príncipe Sam que más le vale pagar lo que me debe.
-Perdón, el príncipe Sam falleció hace unos meses.
-No lo sabía, he estado evitando todo lo que tenga que ver con ellos, si me disculpa princesa tengo mucho trabajo que hacer.
Así, tan abruptamente terminó la llamada. No tenía sentido para ella, la familia real tenía dinero de sobra, ¿Por qué no le pagaron? De alguna forma no creía que le hubiera mentido, tendría que hablar con Lionel más tarde. El primer ministro se había comportado extraño durante su reunión, algo parecía incomodarle y apenas estuvo en el castillo el tiempo suficiente para entregarle el tan esperado número.
Ahora que había logrado conseguir un cargador adecuado podía llamar a su casa, se preguntaba cómo estaría su padre y si ya había entrado a cirugía, pero por la diferencia de horarios cuando era temprano en Allburgo aún era de noche en casa, antes se sentía lejos de su hogar estando a un par de zonas horarias, ahora la distancia era enorme, casi tan grande como el día y la noche, en verdad deseaba volver a verlos pronto (en especial a su padre con quien apenas lograba hablar).
Recogió sus cosas, James estaba en algún rincón del castillo, pero lo que en realidad necesitaba era llegar a la oficina del primer ministro a tan sólo cinco cuadras de distancia. No tardó en encontrar a Alan, quien no tenía ninguna objeción en ayudarle. Intentaba no pensar en la noche de la gala, cuando el príncipe dijo creer en ella y apoyarla en su labor, su tono, el sentimiento en su voz la hacían preguntarse si lo había juzgado a la ligera. Ser ignorada y/o evitada empeoraba sus dudas.
-Esta inusualmente silenciosa, Alteza. -Comentó Alan, conducía con una mano mientras la otra cambiaba la estación del radio. - ¿Está todo en orden?
-Si, es sólo que… extraño mi casa. ¿Tu vives cerca?
-No, mi familia es de un pequeño pueblo al sur de Allburgo, rara vez tengo el gusto de verlos, créame cuando le digo que entiendo su nostalgia, aunque no puede compararse después de todo no tengo que volar al otro lado del mundo para visitarlos y afortunadamente mis padres gozan de excelente salud a pesar de su edad.
-Es difícil estar lejos. -Admitió, no quería hablar con nadie sobre el tema del evento (no todos sabían la verdad sobre el accidente).
Vio pasar ante sus ojos el centro de Allburgo, las amplias calles y plazas la invitaban a recorrerlas al atardecer por no mencionar los antiguos edificios que se veían alrededor (entre ellos la catedral). Las altas mansiones de piedra tenían hermosas terrazas llenas de plantas y mesitas de las cafeterías invadían la acera donde muchas personas disfrutaban la cálida mañana, el buen clima era muy valorado, en especial por su tendencia a cambiar en cuestión de minutos. Un pequeño grupo de turistas esperaba el tour por la catedral, sus teléfonos y cámaras listos para la ocasión. Sintió una leve punzada de celos, ella nunca pudo viajar por el sólo gusto de conocer un nuevo lugar, en dos ocasiones viajó lejos de su hogar, la primera para trabajar en Las Vegas (donde conoció tanto a Peter como a James), la segunda para actuar como la princesa de un pequeño país europeo donde ahora vivía.
Debía admitir que una parte de ella temía conocer el lugar y descubrir que le agradaba, no quería tener razones para quedarse una vez terminaran los dos años. ¿Cómo negar la belleza de la capital o el pacífico ambiente de las calles? ¿Cómo regresar a su pequeño cuarto rentado tras vivir en un castillo? ¿Cómo alejarte de personas tan interesantes como las que había conocido ahí? A la vez sabía que nunca pertenecería a ese mundo, era una desconocida, una extranjera acostumbrada a una vida diferente.
El auto se detuvo ante las oficinas del primer ministro, le agradeció a Alan y bajó del auto.
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Editado: 03.09.2021