No nos llamamos destino

No nos llamamos destino. Capítulo 11.

 

Capítulo 11. Allburgo.

 

   Allburgo era una nación pequeña, uno de los países más pequeños de Europa, aunque ligeramente mayor que Luxemburgo y más pequeño que su vecino Nothingburgo, país de origen de la reina Alina que se enfrentaba a una terrible guerra civil por primera vez en su historia. Como en toda guerra buscaban aliados en el extranjero mientras Allburgo se mantenía alejado del conflicto, aceptando refugiados y desplazados por la guerra sin apoyar a ningún bando, les enorgullecía considerarse neutrales en cuanto a la política y conflictos de otras naciones.

   Allburgo era un país rico en turismo, era normal escuchar una mezcolanza de idiomas en las calles, por su parte Angélica comenzaba a acostumbrarse a escuchar tres idiomas oficiales en las calles, aun no dominaba el francés, pero comenzaba a entenderlo, lo cual la hacía sentirse menos perdida (literal y figurativamente, no había vuelto a perderse en el castillo, aunque si esto era debido a una mejor ubicación o su comprensión del idioma, nunca lo sabremos).

-Vamos, yo seré tu guía. - Dijo James, guiándola hacia la gran plaza al centro de la ciudad, Alan los recogería en un par de horas de regreso en la bodega, dándoles bastante tiempo libre. -Esta es la plaza principal, nombrada así por su cercanía al castillo real y a la catedral, tiene las tiendas más costosas de la ciudad y las cafeterías más baratas.

   Ella sonrió ante el toque irónico de su voz. Antes de salir de la bodega ambos se habían puesto lentes de sol y gorras del equipo nacional de futbol “Ahora somos irreconocibles” bromeó James, a pesar de ser broma nadie los había reconocido desde que llegaron a la plaza. Angélica miró los altos y antiguos edificios, la ciudad parecía no tener final, continuaba hasta donde alcanzaba la vista, enmarcada por cerros de mediana altura.

- ¿Quieres entrar a la catedral?

- ¿Y si mejor rodeamos la plaza? - Sugirió ella, viendo a los turistas caminar a lo largo y ancho de la plaza de manera despreocupada, disfrutando el inusual buen clima y la tranquilidad del lugar, tan diferente en su calma a la mayoría de las ciudades del mundo. - Es un día hermoso…

-Si, creo que comenzará a llover en media hora.

- ¿Media hora? Debe ser una broma, no veo ni una nube. - Ella miró el cielo entrecerrando los ojos, haciendo sonreír al príncipe.

-Rara vez me equivoco. ¿Sabes cómo reconocer a un turista en Allburgo?

- ¿Cómo?

-Son los únicos a quienes sorprende la lluvia, nosotros ya estamos acostumbrados. -James le lanzó una sonrisita petulante que le hizo preguntarse si los habitantes de Allburgo se divertían viendo a los turistas empaparse en la lluvia. - Mira bien la hora y compruébalo, media hora.

-Bien, no significa que te creo. - Angélica miró la hora en su teléfono, y lo volvió a guardar.

   Con las manos entrelazadas avanzaron por la plaza, caminaban lento, disfrutando cada paso del trayecto. Unos veinte minutos después el cielo comenzó a llenarse de nubes grises, de ésas que te hacen salir a recoger la ropa corriendo. Sonó un trueno a la distancia y Angélica miró a James impresionada.

-Deberíamos irnos, a menos que te interese quedarte en la lluvia.

   Corrieron juntos hacia la bodega, las primeras gotas comenzaban a caer y los dos sonreían, el clima estaba templado así que el frío no era una preocupación. Se sentían como una pareja normal, que se detiene a besarse en la lluvia por muy cliché que esto suene. Al separarse él besó su mano, no podían dejar de sonreír. Entraron a la bodega, ropa empapada y cabellos chorreando pero más felices de lo que se habían sentido en mucho tiempo.

   Ella se apartó los mechones húmedos del rostro mientras buscaban algo con qué secarse que no fueran los manteles del evento (James se atrevió a sugerirlo y una temible mirada después no volvió ni a mencionarlos). Alan aun no llegaba, esos días el chofer los llevaba temprano en la mañana a la bodega y de regreso al castillo ya entrada la tarde, su tardanza no era inusual.

 

***

   La tardanza de Alan, si bien no le pareció extraña a los príncipes sumidos en su linda nube de amor, era bastante inusual, el chofer no se había retirado de la zona como era su costumbre y si no hubiera iniciado la lluvia quizás James habría notado el auto estacionado a media cuadra de distancia, quizás habrían entrado a cierta cafetería y descubierto la verdad… Alan esperaba a su empleador en el descanso de las escaleras, era la primera vez que llegaba tarde y cada minuto de retraso le hacía temer aún más. Abajo escuchaba a los clientes entrar y salir del local, incluso comenzó a llover sin que terminara su insoportable situación.

   Esperaba no llamar la atención de nadie ahí, muchos lo reconocían gracias a la increíble reputación del príncipe James. En parte le había ayudado, el joven príncipe disfrutaba viajar y al estar lejos de Allburgo no debía hacer nada demasiado desagradable, sólo filtrar un par de fotos a la prensa y asegurarse de que James no se metiera mucho en ciertos asuntos, en especial que no investigara muy a fondo la muerte de su hermano.

   No saber qué esperar o por cuánto tiempo esperarlo tenía sus nervios de punta, cuando le dijo que se reunieran fuera de sus días habituales tuvo una sensación incómoda que llenaba de pesadez sus pies y le ponía los pelos de punta. Ese día iba a cambiar algo, estaba seguro, podría ser la tan ansiada libertad o una traición más por cometer contra la familia real.




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