No nos llamamos destino

No nos llamamos destino. Capítulo 12

 

Capítulo 12. Despertares y verdades.

 

    El doctor acababa de informarles que Angélica estaba fuera de peligro cuando el primer ministro recibió la llamada de la señora Diaz, tras horas de debatirse entre la vida y la muerte el señor Díaz había fallecido rodeado de familiares y amigos en una pequeña sala de hospital. James lo miró amenazadoramente, de todas formas, le informó lo sucedido al rey.

-No podemos decirle ahora. -Le advirtió el príncipe a Lionel cuando su padre salió a hacer una llamada. - Esperemos un poco, ni siquiera ha despertado…

-Como bien dijo, no depende de mí informarle. Debo obedecer sus órdenes por muy estúpidas que éstas me parezcan, Alteza.

-Ja ja ja. Muy gracioso, haría bien en recordar quién paga su salario.

-El pueblo de Allburgo, mismo que me eligió para mi puesto. Trabajé mucho para llegar donde estoy, no nací en una familia conveniente ni heredé ninguna posición, tampoco fui favorecido de ninguna manera. - Sentía un enojo como nunca, ¿Cómo se atrevía a subestimar sus logros? ¡El, a quien jamás le faltó nada y nunca debió esforzarse el doble o triple por venir de una familia pobre! - Sé que cree que por ser esposo de Angélica tiene algún derecho sobre su vida, quizás porque es rico y poderoso, pero no debería tomar esta clase de decisiones por ella. Esto le va a desagradar, se lo aseguro.

   El otro lo miró indignado antes de irse, quizás a la cafetería a un par de pasillos de distancia. La reina llegó unos minutos después, oficialmente toda la familia estaba ahí, a diferencia de su hijo o esposo la reina Alina se entretuvo arreglando lo necesario para ausentarse un par de días, llevaba mudas de ropa, un termo con café y una maleta digna de un viaje trasatlántico y no una estancia en el hospital.

   Su llegada tranquilizó a todos, Alan pidió permiso de irse y Raymond fue a buscar a su hijo. Cuando se requería podían ser la familia más unida del mundo, aunque Lionel sabía que siempre existiría cierta distancia entre ellos, se mostraban fríos y profesionales al mundo, era más fácil adoptar esa frialdad como propia en vez de actuar ante las cámaras, un acto puede fallar.  Angélica sin quererlo había cambiado eso, quizás de forma casi imperceptible pero nunca había visto a los reyes tan preocupados por alguien.

-Lionel, querido, debería irse a su casa, nosotros le avisaremos cualquier cosa. ¿No tiene cosas que hacer mañana temprano? -Inquirió la reina, su tono era dulce, quizás un poco condescendiente. – Debería descansar, aunque sea un par de horas.

   El primer ministro miró de reojo el gran reloj sobre una de las puertas. Apenas eran las cuatro de la madrugada, Angélica estaba en recuperación y no, a menos que las cosas cambiaran no había mucho que pudiera hacer. Asintió, no confiaba en su propia voz, no cuando se trataba de la esposa de Raymond, la persona que pudo compartir su vida con él por el sólo hecho de encajar en las ideas de la familia real.

   Se despidió cortésmente y salió a la calle, afuera estaba oscuro, pesadas nubes ocultaban las estrellas y no tardaría mucho en volver a llover. Apresuró el paso, recordando que había llegado en la ambulancia en vez de seguirla con su auto. Un coche se detuvo a su lado, iba a apartarse por instinto, pero adentro vio a Alan, el nada agraciado chofer del príncipe.

- ¿Necesita que lo lleve? Va a llover pronto. No querrá nadar hasta su casa ¿o si?

   Miró alrededor, las posibilidades de conseguir un taxi a esa hora eran casi nulas.

-Gracias Alan, ¿podría llevarme a mi oficina?

-Por supuesto, ¿dejo algo inconcluso?

-No, para nada, tengo un sillón muy cómodo. -Era un secreto a voces que a veces el primer ministro se quedaba por varios días consecutivos en su oficina, ese sillón lo había salvado de la muerte por cansancio que sin lugar a duda habría experimentado si insistía en regresar a su casa cada noche (vivía en una pequeña casita a dos horas de la capital). - ¿No debería esperar al príncipe?

-No creo que él vaya a irse en el futuro cercano, no lo culpo claro, probablemente haría lo mismo en su lugar.

   El hombre tras el volante capturó su atención, hablaba de una forma relajada, pero miraba con nerviosismo por la ventana, aparentaba calma, pero sus ojos redondos como canicas revelaban una tormenta. ¿Sería posible? ¿Había estado la respuesta todo ese tiempo ante sus ojos? Tan pronto como nació la sospecha la descartó, estaba muy cansado, de seguro imaginaba cosas.

-Ya llegamos señor. -Informó Alan, no estaba consciente de haberse quedado dormido, aunque claramente eso había pasado, estaba tan cansado que se durmió la mitad del camino. - ¿Necesita algo más?

-No Alan, le agradezco mucho. De no ser por usted seguiría en camino.

-No hay de qué señor, que tenga un bonito día.

-Igual usted Alan. -Replicó bajando del vehículo, evitando a toda costa tropezar con sus propios pies.

Las primeras gotas comenzaron a caer sobre el auto, recordándole los enormes nubarrones sobre su cabeza. Entró a la oficina y una vez en el sillón se dejó caer sin cambiarse de ropa, las prendas arrugadas serían un problema para el futuro.

 

***




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