No nos llamamos destino

No nos llamamos destino. Capítulo 13.

Capítulo 13. Conflictos familiares.

 

   Los funerales nunca le agradaron a Angélica, bueno, es difícil encontrar a quien les agraden (aunque no imposible), ni siquiera de niña le gustó asistir cuando alguien de la familia llegaba a fallecer. La muerte se sentía demasiado tajante y no lograba entender la razón de sufrir ante otros. No le gustaba que la vieran llorar. Nunca se imaginó que el siguiente entierro al que no podría asistir era el de su padre. Había tenido lugar una semana antes de enterarse. Pero no quería pensar en eso, porque inevitablemente la haría recordar a James y el incómodo hecho de que a pesar de todo no deseaba verlo sufrir (por mucho que lo mereciera).

   Cuando llegó le sorprendió recibir miradas de recelo y resentimiento por parte de sus familiares cercanos, ofendidos por su ausencia aun cuando les explicó la razón.

-Eso pasa siempre, se casan y se olvidan de la familia. -Murmuraba la tía Gloria en un tono que definitivamente todos podían escuchar. -Su pobre padre que tanto la quería y ella ni se dignó a aparecer.

   Nadie la defendía, ni siquiera su madre. La pobre señora Díaz estaba demasiado ocupada llorando para notarlo. Angélica mantenía la cabeza en alto e ignoraba los rumores. Esos días muchos familiares visitaron el pequeño apartamento de su madre, dándole el pésame y llevando flores, la sala estaba retacada de arreglos florales, cada pequeño botón de pétalos blancos un doloroso adiós. La joven se sentía fuera de lugar en su propia casa.

-Tu papá quería verte. -Comentó su prima Jacinta, fue ahijada de su padre y en su infancia casi siempre pasaba las tardes en la casa con ellos. -Creo que por eso aguantó tanto…

-Vine en cuanto pude, yo también quería verlo.

-Siempre le molestó que trabajaras en vez de estudiar.

-Si, me lo decía a cada oportunidad. -Una triste sonrisa se dibujó en su rostro. - Yo no quería perderlo, su vida era más importante que la universidad para mí.

-Desde pequeña pensé que serías una especie de artista famosa o científica estrafalaria, mi padrino hablaba de ti con tanto orgullo que uno habría apostado a que serías presidente o algo igual de importante.

   Jacinta era dos años menor, con cabello castaño cobrizo y piel pálida como la leche, ojos cafés y mirada dulce. Era la única aparte de su madre que la miraba sin recelo. “Creen que sólo viniste por la herencia” le comentó durante su primera tarde ahí. ¿Qué herencia? Se preguntaba ella, todos lo ahorros de su padre se gastaron en los primeros meses de su enfermedad.

   Durante los primeros días evitó ver las noticias o encender su teléfono (que apagó antes de dejar Allburgo) Seguía evadiendo a James y ver las dos misteriosas fotos de su alocada noche en Las Vegas no ayudaría en su misión de apartarlo de su mente. Perdonar nunca es fácil, tampoco lo es olvidar.

-Tu esposo no vino. -Observó su madre esa noche, cuando al fin se quedaron solas.

-Tuvimos un problema de comunicación.  

- ¿Está todo bien? Sé que es un acto, pero…

-Comenzaba a sentirse real.

 

***

   En Allburgo muchos especularon sobre la súbita partida de la princesa, muchos se atrevían a afirmar que el ataque había asustado a Angélica Díaz, llevándola a alejarse del país, otros decían que ella y el príncipe habían peleado (lo cual era cierto), mientras que unos poco más inventaron una complicada historia donde la habían descubierto por espiar a la familia real (éstos deberían cambiar de empleo y volverse novelistas).

   James no ayudaba en nada a desaparecer los rumores, su actitud triste y taciturna confirmaban la teoría de la pelea, no le importaba, podían decir todo lo que quisieran, nada le importaba aparte de ese vacío en su pecho. Ya ni siquiera molestaba a Alan o planeaba intricados planes para evitar a su padre.

- ¿Se encuentra bien, señor? -Le preguntó el chofer mirándolo por el espejo retrovisor.

-Ocúpate de tus asuntos, Alan.

-Si, señor. Aunque puedo recomendarle que…

-Creí que no eras bueno dando consejos sobre relaciones.

-Es verdad. Pero si no quiere perderla va a tener que hacer algo.

   Miró afuera, la ciudad no había cambiado, probablemente en años y aun así se sentía vacía sin ella.

-Dejó muy en claro que no quiere verme, debería darle espacio. -Murmuró escondiendo la cabeza entre ambas manos, dejando solo sus rizos visibles. - ¿Crees que vaya a regresar?

-No estoy seguro, señor.

- ¿Por qué tuviste que decirle?

-Se lo debía, señor.

   Odiaba eso, que Alan se hubiera atrevido a hacer lo que él no pudo. Sam también lo habría hecho, aun se comparaba con su hermano, no podía evitarlo, si bien no había malversado fondos no consideraba que su trabajo como heredero pudiera competir con el de su hermano mayor. Todos lo adoraban, aun después de muerto se sentía eternamente condenado a vivir en su sombra (No que lo fuera a admitir en voz alta). Era un absoluto fracaso. Una parte de él deseaba perderse en la siguiente fiesta de Lady Samantha, el resto quería subirse en un avión y seguir a Angélica hasta el fin del mundo si era necesario, terminó conformándose con un punto medio: no hacer nada.




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