No nos llamamos destino

No nos llamamos destino. Capítulo 14.

 

Capítulo 14. Hogar.

 

   Sufrir por el cambio de horario dos veces seguidas en un mes era más de lo que Angélica creía soportar. Cuando volvió a Allburgo casi dos semanas después de su partida pudo respirar con tranquilidad, no había querido que su madre se enterara de lo grave que fue su herida, no necesitaba agregar a sus preocupaciones esa clase de temor. Sorprendentemente las noticias del ataque no llegaron a los noticieros internacionales, un verdadero alivio pues la libró de informar a sus familiares.

   Viajar sola no era una experiencia agradable, en el avión no pudo evitar recordar la conversación con James en su primer viaje a Allburgo, la forma en que sonreía y parecía cómodo aun cuando hubo un poco de turbulencia. Lo dibujó en esa ocasión, ¿Dónde habría quedado su cuaderno de dibujo? En su prisa por alejarse debió dejarlo olvidado y en esos últimos días extrañó garabatear en sus páginas.

   Decidió que necesitaba un poco de distancia de James, regresar al país era una cosa y estar lista para perdonarlo era otra.  Nadie la recibió en el aeropuerto, nadie esperaba su llegada. Era mejor así, al final rentó un pequeño cuarto cerca del centro, a tan sólo dos cuadras de la oficina del primer ministro. Tener su propio espacio le saba una sensación de calma que nunca logró sentir en el castillo, donde a cada paso temía romper o ensuciar alguna de las costosas antigüedades que sólo unos pocos afortunados llegaban a ver.

   En algún punto tendría que ir al castillo por sus cosas, pero por el momento tenia todo lo necesario para pasar un par de días tranquilos, lejos de todo aquello. Necesitaba pensar. El tiempo se arrastra cuando no tienes nada que hacer, odiaba sentirse ociosa, se entretuvo desempacando, a pesar de ser pequeño el cuarto tenía un ropero de tamaño decente y un par de muebles con muchos cajones. Un paragüero de madera al lado de la puerta le recordaba que necesitaba comprar un paraguas o sufrir las consecuencias.

   Al atardecer fue a una cafetería, de ésas que se extendían en las aceras y se sentó en una de las mesas más cercanas a la plaza.  Las pequeñas mesas de madera clara estaban cubiertas por manteles color lila y con una pequeña maceta llena de flores en el centro. El local en sí tenía un ambiente hogareño, era un lugar hermoso.

   Tuvo la precaución de usar lentes oscuros y cubrir su cabello con una gorrita tejida de estambre morado. El cielo engañosamente despejado invitaba a permanecer afuera, lo cual planeaba hacer cuando vio a James llegar al lugar. Ordenó algo y salió hacia donde estaba ella.

-Escuché que regresaste. -Dijo él tras detenerse a un metro de la mesita con dos vasos para llevar. - ¿Café?

-Iba a pedirte espacio, no parece que trabajes aquí.

   James sonrió, él también llevaba lentes oscuros. Su cabello perfectamente peinado se mecía con el aire. Llevaba un traje café y camisa blanca.

-Eso es cierto, no voy a pedirte que me perdones ni nada igual de estúpido. No merezco tu perdón, no aun al menos, pero… no soportaría ser tu enemigo.

-James no somos enemigos, habiendo aclarado eso, tampoco creo que lleguemos a ser algo más. Yo nunca te habría mentido así, nunca me habría sentido con derecho de decidir por ti. Somos demasiado diferentes, tú vives en castillos, de fiesta en fiesta, yo creí que podría adaptarme a eso… no sé si es lo que yo quiero.

-No deberías tener que hacerlo y nunca te lo pediría.

   Él depositó uno de los cafés enfrente de ella, era justo como le gustaba, con un chorrito de leche y una cucharadita de azúcar. Angélica le hizo una seña para que se sentara.

-Am, no gracias, creo que deberíamos irnos.

-Déjame adivinar, ¿va a llover?

-Como en diez minutos. -Replicó él mirando el cielo, ojos azules entrecerrados al mirar el firmamento. Un par de nubes grises comenzaban a volverse visibles, movidas por el viento que agitaba las sombrillas sobre las mesas y parecía darles vida a los manteles. - Quiero preguntarte algo, ¿Sabías quién te atacó?

-Si.

- ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Asumiste que no le creería a Alan?

-No le dije ni a Lionel sólo le informé al rey en el aeropuerto. Su empleador parece una persona con recursos y determinación, de seguro no le importa haberle fregado la vida a un inocente y si se le acusara sólo mandaría a alguien más a resolver el problema. Se ha salido con la suya por mucho tiempo…

-Sé que él no pretendía hacerlo, no soy un completo idiota, aunque a veces lo parezca.

-No dije eso.

   Las nubes ocultaron el sol, en esos instantes comenzaban a llenar el cielo con sus impresionantes tonos de gris. Las palomas volaban a resguardarse en la catedral, lejos de los fuertes vientos y la inminente lluvia. Los dos jóvenes salieron de la cafetería, la última vez que estuvieron juntos bajo la lluvia ésta se sentía como lo más romántico del mundo, ahora sólo era lluvia, gotas cayendo sobre la acera sin inspirarles el menor deseo de correr con las manos entrelazadas y besarse a pesar del frío.

-Toma. -Dijo él dándole su paraguas, ella no había notado que lo llevaba. - Mi coche está a una cuadra, no lo necesito.

-Gracias. James no creo que seas un completo idiota.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.