No quiero ser solo un póster

CAPÍTULO 5 – EL SISTEMA

Llegué más temprano de lo normal a la facultad.

No fue por disciplina; fue porque casi no dormí. Otra vez. Me quedé escuchando cada ruido de la calle, preguntándome si la moto que pasaba a las dos de la mañana era “solo una moto” o una especie de eco maldito que mi cabeza usaba para torturarme.

A las 6:45 ya estaba en el pasillo del salón, con la mochila pesada en la espalda y el café de máquina en la mano. El mensaje del licenciado Jiménez seguía ahí, clavado en la parte alta del grupo:

“Mañana, quienes fueron a la escena de Mirador del Sur, pásen a verme diez minutos antes de la clase. No es regaño, solo seguimiento.”

Los demás llegaron poco después.

La otra chava del grupo traía el uniforme de la uni un poco arrugado, ojeras marcadas. Dos de los vatos se reían de algo en el celular. El tercero venía con cara de zombie.

Cuando Jiménez abrió el salón, no nos dejó entrar directo. Hizo un gesto con la cabeza.

—Ustedes, al cubículo de al lado —dijo—. Ahorita voy.

Nos metimos en una oficina chiquita que olía a papel viejo y café recalentado. Había libreros llenos de fotocopias y códigos, una ventana que daba a nada, una silla más incómoda que las del salón.

Yo me senté al borde, con el vaso de café entre las manos.

Al poco rato, el licenciado entró, cerró la puerta y se recargó en el escritorio.

—Antes que nada —dijo—, gracias por no haberse desmayado el otro día. Eso ya es ganancia.

Hubo un intento de risa general. Nadie estaba realmente de humor.

Jiménez dejó unos papeles sobre el escritorio. No eran expedientes, al menos no a primera vista; eran hojas de la universidad, con sellos.

—Les pedí que vinieran porque la Fiscalía se comunicó conmigo ayer —continuó—. Nada grave, pero… digamos que hay preocupación por lo que los estudiantes puedan estar subiendo a redes sobre las escenas.

Sentí una corriente fría bajar por la espalda.

—¿Alguien subió fotos? —preguntó uno de los vatos, levantando las manos de inmediato—. Yo no fui, se lo juro.

—No, no hay fotos —dijo Jiménez—. Pero sí hay publicaciones hablando del caso. Desde cuentas que, aunque no usen nombre real, están ligadas a esta facultad. Y hay gente allá que se pone nerviosa cuando siente que les están contando la historia sin que ellos la autoricen.

Su mirada pasó de uno a otro.

Se detuvo medio segundo en mí.

Apreté el vaso.

No había subido imágenes de la escena. No había revelado datos procesales. Pero sí había hablado de Mariana. De la ruta, del trabajo, de la narrativa oficial. De los huecos. Y alguien, claramente, había estado mirando.

—No voy a preguntar quién administra qué cuenta —dijo el licenciado—. Ni voy a prohibirles que opinen. Estaría yendo contra todo lo que intento enseñarles. Pero sí les voy a pedir algo: si se van a meter en casos reales desde redes, háganlo sabiendo que eso tiene consecuencias. Para bien y para mal. Los van a leer víctimas, familias… y autoridades que no siempre reaccionan bien a la crítica.

Sentí que el corazón me latía más rápido.

La voz del mensaje anónimo en mi cabeza: “Sabemos en qué escuela estudias, Mariana.”

—¿Alguien ha recibido mensajes raros? —preguntó Jiménez, como quien lanza la pregunta al aire esperando que nadie conteste.

Dudé.

Una parte de mí quería levantar la mano, sacar el celular, enseñar el mensaje de “hay cosas que es mejor no remover”. Quejarme, decir “miren, alguien se está sintiendo incómodo”. Otra parte, más fuerte, pensó en mi mamá, en la renta, en la necesidad de no meterse en broncas más grandes de las que podía manejar.

No levanté la mano.

Los demás tampoco.

Jiménez suspiró, como si hubiera esperado eso.

—Bueno —dijo—. De todos modos, guarden todo. Capturas, números, lo que sea. Si algo pasa, no quiero que se queden solo con “sentí que me amenazaron”. El sistema se mueve con papeles.

La ironía de la frase me pegó.

El sistema que ignoraba papeles cuando venían de víctimas, pero los exigía cuando alguien rompía la comodidad.

—Ahora, lo otro —continuó—. El agente Sandoval me dijo que, si quieren, podemos coordinar para que vean algo del expediente de Mirador del Sur. No completo, no todo, pero sí partes: dictamen médico, clasificación, líneas de investigación. A manera de práctica. Bajo supervisión.

Mi estómago dio un pequeño giro.

—¿Hoy? —preguntó la otra chava.

—Mañana en la tarde —respondió Jiménez—. El SEMEFO está rebasado hoy, así que no voy a meter estudiantes extras. Pero el área de investigación de campo nos puede recibir. También hay un pasante de Criminología allá al que le puedo pedir que les explique un poco cómo se mueve la carpeta.

Pasante de Criminología.

Era la pista perfecta para meter al sistema a alguien como nosotros. O como podríamos ser.




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