Los días empezaron a mezclarse.
Clase, camión, expediente, mensajes de Elisa, historias en @MarianaEnLaSombra, discusión con mi mamá, insomnio. Repetir.
Había momentos en los que no estaba segura de si una conversación la había tenido en la vida real, en WhatsApp o solo en mi cabeza.
El martes olvidé entregar una tarea de Psicología Forense.
El miércoles llegué tarde a una exposición en equipo. Carla me miró con cara de odio cuando entré al salón, jadeando, con el pelo hecho un desastre.
—Te tocaba la parte de los factores de riesgo, Mariana —susurró—. Tu nombre estaba en la diapositiva y todo.
—Perdón —dije—. Se me fue el tiempo.
—Últimamente se te va en todo menos en la escuela —soltó, clavándome la frase como alfiler.
La maestra nos dio la calificación del ejercicio ahí mismo. No fue un desastre, pero tampoco el diez que me hubiera gustado. Por primera vez desde que empecé la carrera, sentí que algo se me escapaba de las manos en lo académico.
Y aun así, cuando sonó el recreo, lo primero que hice fue abrir el chat con Elisa.
“¿Cómo sigue tu tía?”
“Igual. Casi no sale del cuarto. Pero dijo que el sábado puedes venir. Quiere que alguien vea el cuarto de Mariana que no venga a decirle ‘pues ya ni modo’.”
“Estaré ahí.”
Cerré el celular justo cuando la maestra salió del salón.
Mis prioridades estaban cambiando sin pedir permiso.
En la casa, mi mamá llevó la cuenta mejor que yo.
—Llevas tres días calentando el mismo arroz y luego ni te lo comes —dijo, levantando un tupper del refri—. No sé si estás a dieta o deprimida.
—Solo no tengo hambre, má —respondí, recargada en la barra de la cocina.
—Y ayer se te olvidó sacar la basura —añadió—. Y el otro día dejaste el uniforme mojado en la lavadora. ¿Qué traes?
La respuesta honesta habría sido: un feminicidio atorado en la garganta y el expediente medio mal hecho pegado en el cerebro. Pero solo dije:
—Nada. Estoy cansada.
Mi mamá me miró con los brazos cruzados.
—Yo también estoy cansada y no ando dejando todo a medias —dijo—. Si vas a vivir aquí, mínimo coopera sin que te tenga que andar correteando. Y te lo digo con todo el amor, mija.
La palabra “amor” sonó más a regaño que a cariño, pero sabía que no lo hacía por maldad.
—Lo siento —murmuré—. Voy a subir mis calificaciones, te lo prometo.
—A mí no me preocupan solo tus calificaciones —respondió—. Me preocupa que todo el tiempo estás con cara de que traes un muerto encima.
Me quedé callada.
Traía un muerto encima.
Dos, en realidad. Y quién sabe cuántos más.
El jueves, al salir de clase, el licenciado Jiménez me alcanzó en el pasillo.
—Rosales —llamó.
Me detuve.
—¿Sí, licenciado?
Él caminó a mi lado, en silencio, unos metros. Lo suficiente como para que pareciera casual y no una citación formal.
—¿Has comido bien? —preguntó de pronto.
Parpadeé.
—No sé qué tiene que ver eso con Victimología —respondí.
—Más de lo que crees —dijo—. Los que se hunden en esto casi siempre empiezan por dejar de comer, de dormir, de ver a sus amigos. Creen que ser “entregados” es dejarse absorber por completo, y luego se queman. No quiero verte en esa lista.
—No estoy dejando de vivir —me defendí—. Solo… estoy ocupada.
Él ladeó la cabeza.
—Ocupada es una cosa —dijo—. Colgando de un caso como si fuera lo único que le da sentido a tu vida es otra. Y te lo digo yo, que ya estuve ahí. A mí nadie me lo advirtió.
Me mordí el labio.
—Es que si suelto esto, siento que la estoy dejando sola —confesé—. Ya la dejaron sola una vez. Y mira.
Jiménez suspiró.
—No te estoy diciendo que lo sueltes —aclaró—. Te estoy diciendo que lo pongas en su lugar. Tú eres una estudiante que está empezando a aprender. No eres la Fiscal General. Y, aunque lo fueras, también tendrías que dormir.
Me dieron ganas de decirle que lo haría cuando Mariana regresara, lo cual era imposible, así que solo asentí.
—¿Diego te ha explicado bien cómo va la carpeta? —preguntó, cambiando de tema.
—Sí —respondí—. Me enseñó el dictamen, las entrevistas, las clasificaciones.
—¿Y? —insistió.
—Y la teoría del “crimen pasional” se sigue sosteniendo sobre un exnovio que ni siquiera estaba ahí —dije—. Lo demás ni siquiera lo están viendo.
El licenciado apretó el maletín contra la pierna.
—El sistema tiene una costumbre muy fea —dijo—: le gusta resolver lo que puede cerrar rápido. Y “novio celoso” cierra rápido. Cambiar esa narrativa va a requerir algo más que enojo en Twitter.
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Editado: 18.12.2025