Unas semanas antes de que todo se rompiera, Mariana Vázquez se miró al espejo del baño de la tienda y se dijo la mentira más común del mundo:
“No es para tanto. Es solo trabajo.”
Tenía los ojos rojos de cansancio, el uniforme arrugado, el cabello recogido en una coleta rápida. En el fondo, se escuchaba la música genérica del local y la voz del gerente llamando a alguien por el altavoz.
Sabía que no estaba bien que él le escribiera fuera de horario.
Sabía que no estaba bien que el de la moto la esperara a la salida “nomás para saludar”.
Sabía que no estaba bien cruzar ese baldío sola cada noche.
Pero también sabía que la renta no se pagaba sola.
Y que cuando le dijo a su mamá que el jefe “era medio raro”, la respuesta fue:
—Tú nomás haz tu trabajo y no le des entrada. No queremos problemas.
Así que se lavó la cara, se secó con una toallita de papel y se repitió:
“No es para tanto, yo puedo con esto.”
Fue la última mentira que se dijo a sí misma.
Y la primera que el sistema usó en su contra.
Yo, en cambio, estaba empezando a hartarme de las mentiras de los demás.
—Lo van a citar —me dijo Diego, casi sin saludar, en cuanto respondió mi llamada.
Era lunes en la mañana.
Yo estaba sentada en una banca de la uni, con el celular pegado a la oreja y la mochila a mis pies.
—¿A quién? —pregunté, aunque en el fondo ya lo sabía.
—Al gerente —respondió—. Ramiro L. “El que solo hace su trabajo”, según él. Sandoval metió la solicitud hoy en la mañana para que venga a declarar como testigo. No como sospechoso, ojo. Pero ya es algo.
Se me aceleró el corazón.
—¿Cuándo?
—Mañana —dijo—. A las doce. Quiere decir que lo van a tener sentado frente a un MP, contestando preguntas. Es nuestra oportunidad de ver qué dice cuando sabe que hay papel de por medio.
—¿Puedo estar? —solté, antes de pensarlo demasiado.
Diego dudó.
—No deberías —respondió—. Técnicamente, las entrevistas no son show para estudiantes. Y menos si tú ya estás involucrada emocionalmente.
—Pero no voy a hablar —insistí—. Solo quiero ver. Saber si se atreve a negarlo todo cuando hasta en el celular de Mariana hay mensajes suyos.
Diego suspiró.
—Voy a preguntarle a Jiménez —dijo—. Si él te mete como “observadora académica” y Sandoval no se pone punk, a lo mejor se puede. Pero si te dicen que no, no te enojes conmigo.
—Prometo nada más enojarme con el sistema —repliqué.
—Eso ya lo estás haciendo gratis, no te preocupes —respondió él, con un dejo de risa cansada—. Te aviso en la noche.
Colgamos.
Me quedé mirando las jardineras de la facultad, los chavos pasando con mochilas, los profes apurados, como si vivieran en un mundo donde nadie estaba peleándose con carpetas y versiones oficiales.
Sentí una mezcla rara de nervios y esperanza.
Por primera vez, íbamos a tener al gerente sentado frente a un escritorio, sin poder esconderse en pasillos o mensajes “de preocupación”.
Si mentía, quería verlo en la cara.
A las ocho de la noche, llegó el mensaje de Diego.
“Jiménez habló con Sandoval. Dicen que puedes estar, pero solo como oyente, y sin intervenir. Si abres la boca, te sacan. ¿Te late?”
“Me late.”
“Tráete libreta. Y poker face.”
Sonreí sola en mi cuarto.
“Eso último no te lo prometo.”
Al día siguiente, crucé la puerta de la Fiscalía con el estómago revuelto.
El edificio gris ya no me impresionaba como la primera vez, pero seguía sintiéndose pesado, como si todas las historias que habían pasado por ahí se quedaran pegadas en las paredes.
Jiménez me esperaba en la entrada, con su maletín y cara de lunes eterno.
—Recuerda —me dijo—: estás aquí como estudiante. No como activista, no como abogada, no como familiar, no como la voz de nadie. Vas a observar, vas a tomar notas, y vas a guardarte muy bien tus opiniones hasta que salgamos. ¿Va?
Asentí.
—Va.
Diego apareció por el pasillo, con gafete al pecho y una carpeta en la mano.
—Ya está en la sala de entrevistas dos —dijo—. Sandoval me pidió que estuviera para tomar notas. Tú vas a estar detrás del vidrio.
Me llevó por un corredor que ya empezaba a conocer: oficinas, puertas con números, olor a café y desinfectante.
La sala de observación era un cuarto pequeño, con una ventana de espejo falso que daba a la sala de entrevistas. Adentro, una mesa rectangular, tres sillas, una cámara en la esquina.
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Editado: 18.12.2025