El hombre del saco ya no se esconde en el clóset.
Ahora se mete en los correos, en los oficios, en las llamadas “cordiales”.
Y firma con cargo y logotipo.
La semana después de lo de las cámaras empezó con un correo institucional que parecía inocente.
Lo abrí en el celular mientras esperaba el camión.
“Estimada Mariana Rosales:
Por este medio, la Coordinación de la Licenciatura en Criminología y Ciencias Forenses le solicita su asistencia el día miércoles a las 10:00 a.m. en la oficina de Coordinación, para tratar temas relacionados con su desempeño académico y actividades extracurriculares públicas.
Agradecemos su puntualidad.
Atentamente…”
Sentí un mini paro cardiaco al leer “actividades extracurriculares públicas”.
No necesitaba un doctorado para saber que se referían a @MarianaEnLaSombra.
Tomé captura.
Se la mandé a Diego.
“Creo que ya me cayó el chahuiscle desde la uni.”
Tardó un poco en responder.
“Respira. Seguramente alguien de ‘arriba’ ya se quejó. Ve con Jiménez antes de la cita. Que no te agarren sola.”
Guardé el celular.
Miré la calle.
Hubo un momento, chiquito, en el que quise borrarlo todo: cuenta, hilos, capturas. Hacer como que nunca había tuiteado nada sobre Mariana o sobre nadie. Volver a ser la estudiante que solo se quejaba del camión y de los exámenes.
El camión llegó y la decisión se me pasó, como casi todo lo que se me ha pasado por miedo.
Me subí.
Jiménez me recibió en su cubículo con cara de “ya sabía”.
Tenía el correo abierto en la computadora.
—Llegó copia para mí —dijo—. No te estás imaginando nada.
Me senté frente a él, con la mochila en las piernas.
—¿Me van a correr? —pregunté, a medio broma, a medio en serio.
—No eres tan importante —respondió—. Todavía.
Intentó sonreír, pero su mirada no era de chiste.
Me pasó el correo impreso.
—La coordinación recibió una “solicitud de atención” de parte de la Fiscalía —explicó—. Alguien allá considera que estás “interfiriendo con la percepción pública” de ciertos casos en curso. Y también hay una carta de una empresa de seguridad privada de centros comerciales que habla de “señalamientos imprudentes y dañinos para la reputación de terceros”.
Me ardió el estómago.
—¿O sea que en vez de preocuparse por las chavas muertas se preocupan por su reputación? —solté.
—En ese mundo, la reputación es más cara que la vida —dijo Jiménez, sin azúcar—. No porque lo justifique, sino porque así está acomodado el tablero. Y tú le estás moviendo las fichas.
Pasó la hoja.
Había subrayado una frase.
“…consideramos importante recordar a la alumna en cuestión los límites entre el activismo digital y la responsabilidad profesional que implica su formación, así como la necesidad de evitar que se generen prejuicios sociales que puedan afectar investigaciones en curso…”
—Les preocupa que estés haciendo lo que deberíamos estar enseñándoles a hacer —añadió—: cuestionar narrativas cómodas. El problema es que lo estás haciendo antes de tener un título, y sin un despacho que ponga su nombre delante del tuyo cuando vengan los golpes.
Sacudió la cabeza.
—La cita del miércoles no es un consejo técnico —continuó—. Es un “jalón de orejas”. Quieren que te calmes.
—¿Y usted qué va a hacer? —pregunté.
Él se recargó en la silla.
—Voy a estar ahí —dijo—. No voy a dejar que te sienten sola frente a tres adultos con cargos que te hablen de “prudencia” como si quisieran ayudarte cuando en realidad quieren callarte.
Lo miré, aliviada.
—¿Y me va a decir que me calle? —pregunté, bajito.
Jiménez se tomó unos segundos.
—Te voy a decir que te cuides —respondió—. No es lo mismo. Yo no puedo aplaudirte que recibas amenazas ni que te crucen la cara en comités por algo que deberíamos estar cuestionando todos. Pero tampoco voy a fingir que lo que haces está mal solo porque incomoda.
Frotó el puente de la nariz.
—El problema, Mariana, es que vas muy rápido. Y el sistema es lento. Y a los sistemas lentos les molesta que los jalen. Y cuando se sienten jalados, muerden.
Me imaginé la institución como un perro viejo y gruñón.
No estaba tan lejos.
El miércoles, la oficina de Coordinación olía a café caro y a papel húmedo.
Había diplomas en las paredes, fotos de generaciones anteriores, una planta medio muerta en una esquina.
La coordinadora, una mujer de unos cuarenta y tantos con lentes de pasta y sonrisa de secretaria de tráiler de terror, nos hizo pasar a mí y a Jiménez.
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Editado: 18.12.2025