No quiero ser solo un póster

CAPÍTULO 11 – LA OTRA MARIANA

Antes de convertirse en caso, en carpeta, en hashtag, en foto pixelada en la tele, Mariana Vázquez era solo una chava con insomnio y un celular en la mano.

Tenía la luz apagada, el ventilador haciendo ruido, el uniforme del día siguiente colgado en la puerta.

En la pantalla, Twitter.

Estaba leyendo un hilo.

“No quiero que el día que me maten digan ‘pues también, ¿qué hacía sola tan noche?’.
Quiero que se pregunten por qué hay calles donde nadie responde cuando gritamos.”

Debajo, cientos de comentarios.

Ella le dio like.

Lo guardó.

Luego abrió una nota en el bloc de su celular.

Escribió:

“No quiero ser solo un póster pegado en un poste.”

Se quedó viendo la frase.

Le pareció exagerada.

La borró.

La volvió a escribir.

La dejó ahí, como recordatorio.

No se atrevió a mandársela a la autora del hilo.

No quería parecer intensa.

Cerró la app.

Acomodó la almohada.

Antes de dormirse, pensó:

“Ojalá nunca tenga que hablar de mí.”

No sabía que esa misma noche, a unos kilómetros, otra Mariana estaba escribiendo en su libreta negra:

“No quiero que la siguiente sea una amiga mía.”

Las dos se durmieron con la cabeza llena de miedos parecidos.

Una no despertó.

La otra ya nunca volvió a dormir igual.

Me enteré de la nota del bloc de Mariana una tarde cualquiera, a mitad de semana, mientras comía chilaquiles recalentados frente a la computadora.

No salió de la nada.

Fue un combo: mensaje de Diego + llamada de Paola.

Primero, Diego:

“Acabo de leer algo en la transcripción completa del peritaje del celular que no habíamos visto. Hay una nota en el bloc que te va a pegar. ¿Estás en casa?”

“Sí. Dime.”

“Prefiero que te lo cuente bien en la noche. Mientras, Paola quiere hablar contigo. Es sobre el reportaje.”

Luego, Paola:

—¿Tienes cinco minutos? —preguntó, ya sin tanto protocolo—. Salió algo en la entrevista con Elisa que creo que no has escuchado completo.

—Dime —respondí, nerviosa.

Escuché el sonido de hojas moviéndose del otro lado de la línea.

—Cuando fui a su casa, la tía de Mariana me enseñó una caja con cosas de ella —dijo—. Libretas, anotaciones. Entre eso, había una hoja arrancada con una frase escrita muchas veces, como cuando haces planas. La tía no le dio importancia, pero yo la fotografié porque me sonó. Hoy, cruzando info con Diego, caí en cuenta de algo.

—¿Qué? —pregunté.

Paola respiró hondo.

—La frase que ella escribió es casi igual a una que tú pusiste en tu cuenta —dijo—. Y no es la del tuit que ya sabemos. Es otra. La hoja decía: “No quiero ser solo un póster pegado en un poste”. ¿Te suena?

Sentí que el mundo se me iba un poquito de lado.

Sí me sonaba.

Mucho.

Había escrito algo así semanas antes, en un hilo sobre fichas de desaparecidas pegadas con diurex en postes que nadie ve.

Lo abrí en la computadora, con las manos húmedas:

“No quiero que nos vuelvan solo pósters pegados en postes, con foto mal impresa y un número de teléfono que nadie marca. Quiero que nos vean vivas antes de que nos tengan que buscar.”

Paola siguió hablando:

—La tía no sabía de dónde había sacado la frase —dijo—. Pensó que era alguna cosa que vio en redes. Yo no ataqué el tema más porque me estaban echando ojos de “ya párale”. Pero hoy, con la transcripción del celular, Diego encontró que en el bloc de notas había una versión de esa frase, guardada como borrador, junto con un link. ¿Adivina de qué?

Tragué saliva.

—De mi hilo —dije, casi sin voz.

—Exacto —confirmó ella—. Mariana guardó tu tuit. Lo subrayó. Lo copió. Lo escribió a mano. Lo adaptó. Y luego… —se detuvo—, bueno, tú sabes lo que pasó después.

Me quedé callada unos segundos.

Por primera vez, la idea de “mensaje para mí” dejó de ser una teoría en abstracto.

No era solo que hubieran usado mi frase en un papel tirado en el baldío.

Era que esa frase había pasado por el cuerpo de otra persona antes: por sus ojos, por sus dedos, por su miedo.

—¿Y lo del papel en la escena? —pregunté—. ¿Qué dijo el perito? ¿Qué dijo Sandoval?

Paola dudó.




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