Y TUVE EL BAJONAZO EMOCIONAL....... ¿SOY BIPOLAR? TAL VEZ, PERO DEBES DE ADMITIR QUE ENAMORARSE NO ES CUALQUIER PENDEJADA, Y MAS SI EL CORAZÓN Y LA RISA NO TE PERTENECE.... O NO HAY LUGAR PARA TI......
Desde que le hizo la pregunta, nada volvió a sentirse igual.
—¿Tienes novia?
Y él, sin dramatismo, sin pausa, sin culpa, le respondió con un simple “sí”.
Fue como si la realidad la hubiera empujado por un acantilado. Alejandra sonrió en automático, murmuró algo para cerrar la conversación, y siguió su día con aparente normalidad. Pero por dentro… por dentro se había roto.
Las ilusiones que había alimentado con tanta delicadeza —esas que crecían entre miradas y silencios compartidos— ahora estaban en el suelo, rotas, sucias, sin forma. No podía mirar a Santiago sin sentir que algo dentro de ella dolía. Peor aún, ya ni siquiera quería mirarlo. Era como si al evitar su presencia pudiera proteger su corazón, como si esconderse de él fuera un acto de dignidad y autopreservación.
Comenzó a llegar apenas unos minutos antes de clase, ya no tan temprano como solía hacerlo. Ya no se sentaba en el mismo salón vacío a ver sus series favoritas. Ahora prefería quedarse un rato más en casa, maquillarse con calma, aplicarse el protector solar con cuidado casi obsesivo. No por vanidad, sino por distracción. Por aferrarse a una rutina que no doliera.
Ese día, por ejemplo, llegó vestida con un conjunto elegante, de esos que solían hacer eco con sus tacones en los pasillos. Pero esta vez caminó más lento. Cada paso parecía pensarlo dos veces. Sentía que si se cruzaban de nuevo, si lo veía con los ojos de siempre, no tendría fuerzas para mantenerse entera.
Laura la estaba esperando en el aula.
—¡Aleee! —la recibió con su dulzura de siempre, ofreciéndole una galleta—. Hoy estás hermosa. ¿Estás bien?
Alejandra sonrió con tristeza. No quería hablar de eso. No podía.
—Gracias, Lau. Estoy un poquito bajita de ánimo, pero... ya pasará.
Laura, sin presionar, se sentó a su lado y puso una canción bajita en su celular. Era "Zero O’Clock", su favorita.
"Llego a casa y me recuesto en la cama
mi cabeza da vueltas, pienso en si todo fue mi culpa
la noche se siente tan inquietante
volteo a mirar el reloj
queda poco para la media noche"
La letra aparte de ser nostalgica literalmente relataba mi realidad.
Durante la clase, Alejandra se esforzó por parecer atenta. Tomaba notas, hacía preguntas, se reía de los chistes del profesor de turno. Pero sus ojos evitaban cualquier ventana, cualquier reflejo. No quería ver si él pasaba. No quería arriesgarse a otro cruce de miradas. No quería... no quería nada.
Al salir del aula, lo vio a lo lejos. Santiago estaba apoyado contra una pared, hablando con otro profesor. Llevaba puesta una chaqueta gris que ella ya había notado antes. Todo en él seguía igual. Menos ella.
Sintió cómo le temblaban las manos. Dio media vuelta y caminó por el pasillo contrario, mirando el suelo.
Porque a veces, amar en silencio significa alejarse sin hacer ruido.
Santiago, por su parte, no notaba nada extraño.
Seguía con su rutina habitual, los mismos pasillos, los mismos saludos entre profesores, el café mal servido de la máquina que odiaba pero igual tomaba. Había tenido una semana pesada, y aunque no lo decía, lo distraía pensar en ciertos estudiantes. En especial en una: Alejandra.
La recordaba a menudo. No de forma obsesiva, pero sí con una especie de ternura extraña que no se atrevía a nombrar. Su risa espontánea, la manera en que tomaba apuntes, su forma de llegar temprano, de sentarse en el piso con los audífonos puestos… hasta eso le parecía curioso y entrañable.
Ese día la vio pasar, vestida con un atuendo más formal que de costumbre. La reconoció por el eco de sus pasos antes de verla. Sintió algo extraño, como un pequeño tirón en el pecho, pero no supo por qué. Quizás porque ya no la veía tanto como antes. Quizás porque ya no coincidían en los pasillos como solían hacerlo. O quizás —aunque no lo admitiera ni ante sí mismo— porque sentía que su atención ya no estaba allí.
En clase, intentó no mirar hacia su salón, pero al pasar por el vidrio, sus ojos se dirigieron instintivamente a la ventana. Y justo entonces, la vio.
Alejandra estaba allí. Ojos bajos. En silencio.
Ella también lo miró. Solo por un segundo. Fue suficiente para que Santiago apartara la mirada de inmediato, como si lo hubieran atrapado robando un pensamiento. Se sintió torpe. Estúpido. Culpable de algo que ni siquiera sabía si era real.
Pero luego se dijo a sí mismo que no era nada. Que solo la había mirado porque pasó por ahí. Que todo estaba igual. Que Alejandra era solo una estudiante más. Y que lo que sentía... no debía sentirlo.
Esa noche, Alejandra se recostó boca abajo en la cama y dejó que las lágrimas le mojaran la almohada. No lloraba por él exactamente. Lloraba por lo que imaginó. Por todo lo que nunca pasaría. Por lo que sintió sin poder compartir.
Y pensó en cómo el amor duele más cuando uno ni siquiera puede decir que lo tuvo.
Editado: 27.08.2025