Las horas seguían pareciendo iguales. El mismo eco de los pasos en los pasillos, el mismo café que ya no sabía a nada, los mismos saludos que no llegaban más allá de la superficie. Alejandra estaba, pero al mismo tiempo no. Caminaba, respondía, sonreía cuando se sentía observada, pero su mente no dejaba de dar vueltas.
La frase de Santiago todavía la perseguía como un susurro venenoso en la nuca.
“No te confundas… no eres nada para mí.”
Cada vez que intentaba recordarlo como antes —el profesor que la inspiraba, el hombre que la miraba con una intensidad que le aceleraba el corazón—, esa frase se interponía como un muro que ya no podía cruzar.
Laura, mientras tanto, intentaba todo. Le escribía por las noches, le mandaba canciones, memes, recuerdos de BTS, le hablaba de cosas sin sentido solo para hacerla reír. Pero Alejandra solo respondía con corazones, caritas tristes o un “te leo luego”. A veces ni eso.
—Gorda, salgamos este sábado, ¿sí? —le dijo un día Laura mientras caminaban por el pasillo de la academia—. Un café, un helado, algo simple.
Alejandra sonrió, de forma mecánica.
—Gracias, Lauris, pero tengo que estudiar…
Laura no insistió. La conocía. Sabía que cuando su amiga se cerraba, no había forma de entrar. Aun así, esa noche lloró en silencio en su cuarto. Sentía impotencia. Había visto a Alejandra caerse antes, pero nunca tan hondo.
David, desde su rincón del aula, también había empezado a notar cosas. Al principio fue sutil: ya no levantaba la mano en clase, no reía como antes, su voz se había vuelto apenas un susurro. Ya no llegaba temprano para sentarse en el suelo a ver series. Parecía cargar un peso enorme, invisible, pero que se notaba en sus hombros caídos y en su mirada perdida.
Y, aunque no entendía del todo qué había pasado, algo dentro de él se movió.
La observaba con discreción. A veces, cuando ella se sentaba al fondo del salón, él giraba levemente su silla para asegurarse de que no estuviera sola. No decía mucho, pero cuando le tocaba intervenir en clase y ella lo escuchaba, él notaba cómo levantaba apenas la mirada, como si su voz tuviera el poder de romper la niebla.
Una tarde, al salir de clase, vio que Alejandra se había quedado sentada con los audífonos puestos, la mirada fija en el piso. Se acercó sin hacer ruido y le tocó el hombro.
—¿Todo bien?
Alejandra se quitó uno de los audífonos, fingiendo una sonrisa.
—Sí… solo estoy cansada.
David no insistió. Solo le dijo:
—Si algún día quieres hablar… de lo que sea… aquí estoy.
Y se fue. Así, sin drama, sin buscar nada más que estar.
Alejandra se quedó inmóvil unos segundos. Luego, alzó la mirada y lo siguió con los ojos mientras se alejaba. Por primera vez en días, sintió un nudo distinto en el pecho. No era dolor. Era otra cosa. Tal vez ternura. Tal vez confusión.
Pero inmediatamente, una sombra la recorrió por dentro.
Laura…
Recordó lo que su amiga sentía por David. Recordó sus palabras, sus ojos brillando al mencionarlo, su ilusión intacta. Y el solo hecho de haber sentido algo leve por él la hizo sentirse culpable, como si estuviera traicionando algo sagrado.
“No puedo”, pensó. “Ni pensarlo. No sería capaz de hacerle eso a Laura…”
Y esa misma noche, escribió en su diario:
“Estoy hecha un desastre. Santiago me rompió sin siquiera tocarme. Laura me quiere cerca, pero siento que solo soy peso muerto. Y ahora David aparece como un rayo suave en la tormenta… pero no puedo permitir que se convierta en algo más. No sería justo. No sería yo.”
Los días siguientes, David no volvió a decir nada más. Pero cada vez que podía, se sentaba cerca. Le pasaba apuntes. Le dejaba un dulce sobre la mesa. Una vez, en medio de clase, le prestó su chaqueta cuando vio que ella temblaba de frío.
Alejandra lo notaba. Todo. Y aunque por dentro una parte suya se resistía a recibir cariño, otra comenzaba a aflojar un poquito la coraza.
No era felicidad, ni ilusión. Era apenas un soplo. Pero a veces, cuando el alma está rota, un soplo puede significar vida.
Ese viernes, mientras caminaba sola por el pasillo, escuchó una canción que salía de uno de los salones. Era “Young Forever” de BTS. Su favorita. Se detuvo. Cerró los ojos. Sintió que algo en su pecho se abría, suave, despacito.
Y por primera vez en semanas, lloró. No por Santiago. No por tristeza.
Lloró porque, en medio de tanto caos, aún tenía partes de sí misma que no habían muerto.
Y eso… era un comienzo.
Editado: 21.07.2025