Exhaló, tirando las llaves y el bolso contra la mesa, frustrada al pasar las manos por su rostro.
Su amiga le sirvió un trago, habiendo decidido compartir su apartamento para el mal de amor, arrastrando la silla en lo que la otra hacía lo mismo, sentándose.
Ambas chocaron los vasos y los tomaron de un trago, aunque su compañera siguió tomando y ella no.
Al final, no la culpaba, tenía un problema con comer demasiado, al igual que con su consumo de alcohol, así que le daba espacios para superar con ello lo que pasó.
Rodó los ojos al saberse analizada por la chica, a quien le leyó las palabras al instante, sin siquiera tener que hablar.
—¡Lo estás pensando!—Señaló con el dedo al extenderle el brazo, descubierta.
—Sí—confesó-. Creo que me engaña—expuso, pegando la cara en la madera.
—¿Y las otras veces has confirmado lo del trabajo?—preguntó, muy curiosa al ir por un postre a la nevera en lo que su amiga asintió, silenciosa—. No te oigo.
—Sí—arrastró, refunfuñona—. Pero esta vez, no voy a comprobarlo—apuntó, alzando la cuchara en lo que disfrutaba del primer bocado—. Lo dejaré tranquilo, que lo medite, que piense en mí, que sienta que somos necesarios, que ya es tiempo de dar el paso, que me valore un poquito más—rezongó, logrando que la presente guardara la carcajada por la fantasía.
La dejó levitar en esa idea, convencida por su convencimiento, porque casi estaba segura, que si fuera el novio de su mejor amiga y futura esposa, con sus palabras le habría hecho cambiar de opinión.
Evia tenía un mundo en su cabeza y a veces no le gustaba cuando las cosas en la vida real no salían como en su fantasía.
Aún así, no la culpable por querer lo mejor, por aferrarse a ese modo y por anhelar lo que era básico en una relación donde dos personas unirían su vida para siempre.
Liberó el aire, cayendo en lo real al darle un vistazo, consciente que lo expresado estaba fuera de su alcance.
—En el apartamento se van a arreglar—enunció, a modo de esperanzas, deseando calmarla y sacarla del pozo negativo al que iba de picada.
—Sí, como siempre—expuso, cansada, estirando las manos al haber terminado el postre de limón cremoso.
—Evia—la enfocó, elevada un segundo su barbilla—. ¿Y si todo es porque no le has dado chaca-chaca?—Su rostro se arrugó—. ¿No has pensado llegar al siguiente nivel?—La muchacha se puso de pie, indignada, recogiendo sus cosas para irse.
Lo que menos quería oír, sabía que iba a sacarlo para instruirla en cualquier momento.
—Yo no quiero hablar de eso—explicó.
—Solo fue una preguntita sin ánimos de ofender, eh, porque buen cuerpo tienes, tal vez necesita limpiarse los ojos con tu figura para saber lo que se perderá si no se casa contigo.
—¡Esmeralda!—La susodicha se carcajeó, mientras la sonrojada la veía, queriendo ocultarse bajo la alfombra que no tenía.
—Eres hermosa—remarcó.
—Pero mi cuerpo no puede ser el límite—comentó, cabizbaja—. Quiero que se case conmigo porque me ama, no porque debo abrirle las piernas—acotó—. Me gusta más la idea de la noche de bodas, sobre todo porque es íntimo, seremos solo nosotros, todo quedará para cuando nos veamos y estaremos abrazados, riendo, disfrutando y mucho más.
—O no vas a dormir nada en toda la noche por los años que ha tenido que aguantar—hizo un pico de labios, burlona
—Eres un caso—masculló, dando vueltas en la sala.
—Yo sé, yo sé, hermana, que crees en eso de la pureza, virginidad y todo eso de la Biblia...
—¿Y hay algún problema?—inquirió, detenida, mirando arriba.
—Él no es creyente—expuso—, ni practicante, ni pensante y mucho menos se interesa en esa parte de tu vida—afianzó, al apretar la mandíbula.
—Porque no soy cristiana, solo... mi familia es la religiosa—Esme se acercó, tomándola de los antebrazos al enfocarla con cariño.
—Tú crees—dijo–. Él no cree que un pájaro haya fecundado a una mujer.
—No pasó así y tú tampoco lo entiendes—reviró.
—De acuerdo, eso es cierto, no lo entiendo—levantó su mentón—, pero lo creo; oh sí, hermana, amén, yo creo y tengo mucha fe—palmó sus hombros, logrando sacarle una risilla.
Por fin se sintió bien hacerla feliz, a pesar de su dilema, de la frustración que experimentaba, dándole un abrazo genuino antes de dejarle la caja del vestido.
Su mejor amiga se lo llevaría en la mañana, llegada la hora de vestirse de novia, así que se iba a sentir más segura así, si lo tenía con ella.
Evia partió, regresando en un taxi, hundida en sí misma al pensar en pedir una señal sobre si debía ser ese su amor o podría elegir a otro.
Técnicamente no tenía tanto tiempo y no aparecería alguien cayendo del cielo, sin embargo, esperaba que su prometido tomara una decisión y al menos, tuviera chance de cumplir lo que iba a quedar a nada de terminar.
Si bien no estaba muy segura, se detuvo en una iglesia y pagó la espera, caminando solo hasta la entrada.
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Editado: 19.11.2024