—Vas a hacer que engorde—apuntó, entrando en el espacio que la llenó del olor exquisito, atenta al rugido de su estómago—. Esta te la dejo pasar. Por el hambre—señaló, mirando las vitrinas con los postres, deseosa del pastel de queso adornado con la cereza que tenía encima.
—Claro, por el hambre—la vio inspeccionando, concentrada en ese postre que había llamado su atención.
—Pero después no me cabrá el vestido—sopesó, más para sí, que para su acompañante, quien rodó los ojos ante lo escuchado, al darse cuenta que para Evia, el tema de su figura era de mucha preocupación.
—¿Podemos disfrutar el momento y no pensar en eso?—La joven lo vio, haciendo una fina línea de sus labios al evitar contradecirlo, dejando que el escenario se acoplara a su mente y sistema, puesto que necesitaba liberar su cabeza.
El silencio para Davon fue la respuesta, estirando su mano para que se acercara a la vitrina, viéndola tomar el recipiente donde se hallaba el pan.
Lo tomó sin preguntar, manchando sus dedos de la mantequilla alrededor en cuanto le dio un mordisco, probando el pan que lo hizo oír de nuevo ese rugido ante su hambre.
—¿Qué se supone que desayunas?—Evitó la sonrisa al observarla masticar, con la boca demasiado llena debido a la segunda mordida que dio, causando que se le mostraran esos buches colorados a los que les prestó atención.
No se acostumbraba a estar bajo su mirada, ni podía escapar realmente de su escrutinio, por lo que el robo terminó por delatarla en la vergüenza al pasar los trozos con cuidado.
—Hoy tocó cereal integral de pasas—apuntó—. Es de una marca Alemana muy buena, y me ayudan a mantener la saciedad—la enfocó, cruzado de brazos para oírla conversar.
—¿Y al medio día comes algo?—La castaña ladeó la cabeza al hacer un movimiento con sus manos, dejándole en claro que lo hacía de vez en cuando—. Así no es como lo indicó el doctor—sus ojos se posaron de lleno en los suyos, frunciendo el ceño al no comprender la forma en que lo veía, como si pensara que la conocía de algo, aunque era todo lo contrario.
No lo hacía de nada más que los hechos pasados con Juan, por lo que no comprendía lo que estaba en sus ojos, lo que quiso ocultar al bajar la cabeza, a punto de cambiar la conversación.
—No quería...
—¿Cómo se llama?—interrumpió, fijo en lo que degustaba.
—Es un Napolitano, espero que no te moleste—la presente se atascó al tragar la saliva, elevando las cejas en lo que aligeraba el agarre de lo que le quedaba, sin decirle que quería otro, porque no lo vio comprando nada para él.
—Es... mi favorito—confesó, en un susurro—. Gracias por elegirlo—asintió, dejándola apartarse, como si buscara espacio al conversar con el vendedor, quien le había pasado la cuenta.
Agradeció en el gesto al pagar el monto, viéndola sentarse en una de las mesas del lugar, concentrada en lo que veía por la ventana, al igual que en sostener con fuerza el pan.
Dejó sus dedos marcados allí, como si pensara en no terminar de comerse el aperitivo, no obstante, le dio otro mordisco que cambió su semblante a uno de satisfacción, lo que le hizo perder la culpa de ingerir lo que quería.
Al final, era lo que había pedido, aún si ni siquiera él la había escuchado en el baño, por lo que supo en ese instante que su oración fue contestada, del mismo modo que sucedió la primera vez en que estuvo en su casa; el problema era que no sabía qué hacer, ni cómo reaccionar ante las circunstancias y tampoco obtuvo todo cuanto ella quiso en la primera petición.
Si bien podía estar lista para terminar la relación, también se hallaba lista para casarse y no ansiaba hacer el ridículo frente a las personas; pensar en la posibilidad de que Davon le siguiera la corriente era bueno, no obstante, pensaba en lo que él podría desear y en el hecho de que se involucraba con todo y sentimientos.
Miró el teléfono, cansada de la espera en lo que se sentó en frente, viendo que no había ordenado nada, sino que aguardó a que terminara de comer, para seguir con el trayecto que se había pautado.
—¿No tienes hambre?—Él negó, sonriendo por el modo en qud la fémina se cohibía, casi a punto de pasarle el último pedazo que rechazó con ternura—. ¿O no tienes para pagar otro?
—No, de hecho, ese era el mío—indicó.
—Oh—el joven amplió el gesto en sus labios, atento a su expresión de vergüenza—. Lo siento—sacudió la cabeza, cuidando de no afectarle con ninguna expresión al verla probar el resto con lentitud, como si esperara que le quitara el pedazo.
Miró a un lado, volviendo a fijarse en ese postre al que la castaña quedó prendada minutos antes, pensando en adquirirlo antes de irse, solo que no quería su presencia en el instante.
El silencio les ayudó a asentarse, con la joven viendo un segundo la pantalla al recibir una notificación; se mantuvo atenta, descubriendo que era algo del trabajo, aunque en su semblante veía que esperaba algo más.
Quizás a su prometido, quien la había hecho a un lado, aparte de haberle dado el peor de los castigos como lo era el ignorar a alguien, a pesar de estar supuestamente enamorado.
—¿Me permites?—La vio, asintiendo en cuanto se puso de pie, dejándolo en el reposo para salir.
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Editado: 19.11.2024