No se cancela la boda

Apetito.

—Buenos días—Davon se dio la vuelta, dándose cuenta que estaba solo en el colchón, lo que le hizo retregar sus ojos, inclinado adelante para sentarse.

—Buenos días—carraspeó, somnoliento, sintiendo la garganta reseca.

Vio a su esposa de pie, bajando los brazos, con la bandeja de desayuno en mano, lo que le sorprendió.

—¿Y eso?—Le acercó el vaso de agua, tomando al mantener la vista en ella.

—Lo que vas a comer, antes de comer de nuevo—parpadeó, todavía afectado, sacudiendo la cabeza.

—¿Comer de nuevo?—Repitió, sin comprender.

La fémina le guiñó el ojo, observando que se enrojecía a causa de la propuesta que al fin captó.

La risa le salió de lo más hondo del alma, renegando al hundir los hombros, demasiado encantado por la libertad de su castaña.

—Dios, Evia—su carcajada continuó—, de alguna manera siento que quitarte el miedo fue algo malo—rió.

—¿Ah sí?—La barrió de pies a cabeza, centrado en sus avances que la acercaron al borde del colchón, inspirando lento por lo que le provocaba.

—Y algo muy bueno, también—notó su rostro llenarse de rosado al inclinarse, besando sus labios en cuanto dejó la bandeja sobre sus piernas.

Fue astuto cuando la movió, colocando los utensilios en la mesa contraria en lo que la retuvo en la prisión de sus brazos, sucumbiendo en el gusto una vez más.

Su esposa se acomodó en la cama, contemplando la forma en que degustaba lo ordenado al tocar la piel expuesta de sus muslos.

—¿No tienes hambre?—Captó la forma en que sus vellos se erizaban, cubierto de su toque en el sube y baja por cómo mantenía el vilo en sí—. Mi amor.

—Ya comí, mi amor—alzó la vista, segura—. Hay una cocina para quien quiera hacer sus comidas y me preparé dos sándwiches de crema de maní cuando estuvo sola—pregonó.

—¿Como de qué tamaño los sándwiches?—Frunció el ceño junto a los labios.

—Como esos, pero no en mitad, sino completos—auguró, señalando el que comía.

—Es un logro—le sacó la lengua, refunfuñona—. Parece que tenías mucha hambre.

—Para lo que como, creo que sí—pudo reír—. Déjame algo de eso—apuntó—. De un momento a otro, empieza a dolerme el estómago y no estoy en casa para comer lo que tengo en la nevera.

—Me gusta esta etapa del apetito—murmuró, encantado—. Ven—accedió, no sin antes apreciar la cercanía al darle un beso, girando luego para pegar su espalda contra su pecho, siguiendo la secuencia en que le daba a probar, empezando por las frutas.

Lo siguiente fue el cereal y los trozos de pan con mermelada y queso sin sabor con jamón.

El plato fuerte vino después, cuando la intimidad y la pasión les pudo, llevando el proceso a otro punto.

De espaldas, aceptó la derrota al no sentir que le quedaban fuerzas, mientras dejaba a su hombre ir por un baño, cubierta de pies a cabeza con la sábana.

Allí durmió, renegando en el punto que quiso despertarla, esperando sentado a que se pusiera de pie.

No pudo evitar meterse en su reposo para cargarla en su hombro, lleno de risas por sus quejidos, además de golpes con sus manos, remojando su rostro con agua fría para que despertara.

—De verdad necesito dormir—farfulló, mostrándole un puchero.

—De acuerdo—cedió, volviendo a llevarla hasta el lecho, agradecida de sentir la suavidad del colchón—. Nos vemos, mi amor.

—Te amo, adiós—volcó la mirada hacia ella, conmocionado por sus palabras al apenas abrir la puerta, con el pecho retumbando fuerte en lo interno, al dejarla tranquila.




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