Sostuvo sus manos, inclinado en la silla, empapando los nudillos con la unión de su mujer.
No había podido decir mucho desde que entró, agradeciendo la privacidad que les habían dado al no ver movimientos en el área que los pudieran interrumpir.
Pegó su mejilla sobre sus dedos, abriendo los labios para respirar, consciente de que su esposa no lo veía, porque aún estaba afectada por el sedante.
—Yo lo supuse cuando... cuando me dijiste que no te había llegado después de lo que pasó, que te llevé a la clínica—volteó a verla, apretando más el agarre al oírlo hablar—. No debí guardar silencio, es solo que estaba... ilusionado—inspiró, derrotado—. Me lo tomé normal, me habías dicho que antes te pasaba eso con Ron, tal vez ya estábamos en la etapa del matrimonio donde había estrés, más que otra cosa—la vio negar, inundada del torrente—. Son cosas que pasan por mi mente, lo único que quise fue dejarte tranquila, dejarlo estar, incluso cambié mi forma de hacerte el amor porque no quería hacerte daño—escuchó el sollozo, bajando el rostro, asediado—. Luego vi los cambios en... tu piel se volvió más brillante, tus... puntiagudos, el flujo fue diferente, también la intimidad, y yo... Solo quería que lo supieras, aunque no tuvieras mareos o náuseas, eso lo agradecí tanto, mi amor.
—Davon—lo oyó sollozar, queriendo tocar su rostro al soltar su mano, palpando las gotas que corrían por sus mejillas.
—Bueno, estaba esperando la fecha del próximo ciclo en el calendario para pedirte que te hicieras una prueba, hasta la compré y la dejé en la guantera del auto para sacarla ese día—sacudió su cabeza, enderezado un segundo—. ¡Fui un estúpido! Debí de haber dejado que Oriana te monitoreara mejor.
—Por favor—suplicó, queriendo que la elevara para verlo bien, completamente agotada—, no es tu culpa, mi amor.
—Yo lo sabía.
—Yo también—su voz se resquebrajó—. Me ilusioné—dijo, como pudo, parpadeando en el espacio—. Después de ese día, solo mantuve la oración de poder darte un hijo cuando fuera necesario y al ver esa señal, quise guardarlo para darte la sorpresa; es que te la merecías, Davon Santiago—murmuró—. Era mi mayor regalo para ti y fui insuficiente, no pude albergar vida dentro de mí—farfulló.
—No es tu culpa—besó su mano y vientre, dejando un reguero de ósculos en su pecho, subiendo a su rosto—. No lo es, mi amor.
—Tampoco la tuya—devolvió, buscando su mirada—. Tranquilo, por favor—le dio un beso, escondido cuando le dio ese beso en la frente a modo de protección, apenas logrando un esfuerzo a la hora de abrazarlo desde ahí.
—¿Quieres que te traiga algo? Estaba...
—Sé que no saliste a nada, no estabas aquí—descubrió, acomodando su cabeza sobre esa almohada—. Sentía las manos frías, el alrededor con un silencio sordo y así no eres tú—hundió el rostro, avergonzado—. Lo estabas procesando, merecías tu espacio, mi amor.
—Evia, no debí dejarte sola—susurró, cansado.
—No estaba sola, estaba con Dios, con mi bebé y contigo de forma inconsciente—suspiró—. Fue mucho pedir que estuvieras en la cirugía.
—No, eso no es verdad—su esposa lloró, aumentando el hecho al tratar de calmarse, solo que no podía. Tenía que sentirlo, a pesar de cómo le robaba el aire, apretando su mano en la cama—. Tienes un ataque, mírame—pidió, fija en sus ojos, intentando seguir sus instrucciones—. ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor! Mi esposa no puede respirar, ¡ayuda!—Gritó, desesperado, cuando no logró ayudarla, tocando todos los botones de emergencia, sostenida su cabeza entre sus manos—. Por favor, Dios, por favor, Evia, solo escucha mi voz, mi respiración, por favor—jadeó, besando su sien, apretada su mano con fuerza el tiempo que se dejó guiar, recibiendo ayuda de la doctora.
Estable, volvió a descansar, con una dosis baja del medicamento que la sedó, saliendo para observar la expresión de la mujer.
—¿Qué la puso así?
—Dijo la palabra cirugía y entró en pánico—respondió, contrariado—. Todavía no...
—Esto toma tiempo, señor Santiago—expuso, anotando algo en la hoja que llevaba.
—¿Qué harán con el bebé?—La pregunta la sorprendió, hundido su entrecejo, caminando con él hacia el área de descanso, sentados uno frente al otro.
—Su esposa tuvo un embarazo tubárico, también llamado embarazo ectópico; es decir, que el producto no es un bebé en sí, porque no sobrevivió a todas las etapas de la gestación—explicó—. No es una información que quiera recibir ahora, pero nosotros dejamos este tipo de... cosas, en un contenedor de desechos, de basura.
—¿Me está diciendo que es un embarazo tubárico, ectópico o como quieran llamarlo, pero su desarrollo no llega al punto de considerarlo como algo más que basura?—La forma en que la enfrentó lo hizo darse cuenta de su tono, encontrando furia y molestia en su voz—. ¿Por qué le dice embarazo, entonces?—demandó, viendo un nulo ápice de empatía en su expresión.
—El óvulo fue fecundado, pero se quedó en una de las trompas y considerando su condición clínica, no había buenas opciones de vida, ni a la hora de formarse—soltó los brazos, de pie, caminando de un extremo a otro en el lugar, pensando todo tan rápido, aunque se movía con calma.
—Si no es mucha molestia para el hospital, quisiera conservar lo poco que se formó de mi bebé—abrió la boca, queriendo hablar—. Para ustedes puede ser basura, desechos o lo que sea, para nosotros era una ilusión en medio de malas noticias—aclaró—. Y vendría siendo hora que si no lo van a considerar como una vida, viable o no, cambien el concepto de embarazo por intrusión de algo en el cuerpo o un término parecido. Lo que dijo fue inhumano—salió, dejándola ahí, en medio de sus quejas, mientras iba a verla, sentado en esa silla a un lado de la camilla.
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Editado: 14.02.2025