Suspiro hondo sin saber que decirle.
—¿Fue ella tu primera novia?—pregunta al ver que no digo nada. Se aleja poniendo espacio entre nosotros y se cruza de brazos. —. ¿No me digas que todavía la quieres? Parece que te afecta hablar de ello.
Me mira con el ceño fruncido, un pequeño rubor se asoma en sus cachetes y siento ganas de reír de lo tierna que se ve. Retira unos mechones de su rostro revoloteados por el ligero viento.
—Que menso eres —golpea mi pecho.
—Hey, ¿no crees que esos son celos atrasados?—abre la boca sorprendida y no puedo evitar reírme de ello. —. Ya, nos conocimos en una fiesta, nos vimos en un bar donde me sedujo descaradamente sin disimular, nos entendíamos muy bien porque ambos estábamos afanados en lograr el éxito.
—Supongo que también se entendían muy bien en la cama —replica haciendo una mueca.
—¿Para qué mentirte?
Arruga su frente con molestia.
—Lo dices así nada más —reprocha.
La atraigo hacia mí, tomándola de la cintura.
—Era sólo eso, placer, nada más —susurro robándole un beso, pero ella lo corta.
—Y yo, ¿Qué soy?
—Tú eres mi todo —atrapo su labio inferior chupándolo suavemente. —. Yo de otra no me enamoro, no quiero ver mi vida con alguien más que contigo.
Levanta la cabeza y me devuelve el beso, llevando sus dos manos a mi cuello. Sus labios se mueven sobre los míos al mismo ritmo, con pasión y desespero nos devoramos la boca, su lengua jugueteando con la mía y sus dedos haciéndome caricias detrás de mi cuello.
La aprieto contra mí, con ganas de sentirla más, y de sólo pensar en que quitarle ése simple vestido que deja mucho a la imaginación es fácil, me vuelvo loco.
Despega su boca de la mía, y empieza a repartir besos por todo mi cuello.
—Me encantaría tener éste buenos días, pero presiento que te vomitare encima en cualquier momento —sonríe contra mi piel, y siento el frío de sus dientes.
Suelto una pequeña risa.
—¿Estás bien? —pregunto, acariciando su cabeza.
Aleja su cabeza para poder verme a los ojos.
—Es normal —su tono de voz suena distinto, y su semblante se ha vuelto pálido.
—¿Cuánto tiempo dura eso?—pregunto, paseando mi pulgar alrededor de sus cachetes.
Ladea la cabeza contra mis manos queriendo sentir más el tacto.
—Los tres primeros meses, aunque en cada mujer es distinto, la que sabe de eso es Carmen —toma de mis muñecas sonriendo.
La escaneo detenidamente, siento que cambió su aura, se le nota en todo.
—No me gusta no tener el control de las cosas, siento que me vuelvo loco cuando algo no está en mis manos.
Se pega a mi cuerpo abrazándome fuertemente, me toma por sorpresa pero le correspondo al abrazo.
—No te preocupes, te diré cuando me siento mal, lo demás es normal, mareos, vómitos y pequeños dolores —explica.
—Bueno, me tranquiliza tener a un doctor cerca —acaricio su espalda. —. Vamos a desayunar —propongo pasando mi brazo por su cintura.
—Adelántate —besa castamente mis labios y se va.
Bajo al comedor y veo a las chicas de servicio, me saludan algo nerviosas y se van rápidamente. Me estoy volviendo loco al no saber nada de Dalia, es como si ella hubiera muerto, pero lo único seguro es que no ha salido del país.
—Dios —gruño golpeando la mesa.
Encima del coraje que tengo, no puedo mostrarlo, tengo que estar al tanto de que Mary esté tranquila.
Admiro como ella descubrió algo que yo en años tuve en mis narices y no vi, ahora entiendo la frase: el que quiere puede.
Hago mi mente trabajar, necesito encontrar una pista. Ahora me doy cuenta de que nunca la conocí de verdad, ya intentamos llamar a su hermana pero el número que ella registró en su información era falsa.
—¿Está todo bien?—su voz me saca de mis pensamientos.
Sacudo la cabeza alejando esos pensamientos, lo que menos quiero es transmitírselo.
—Sí.
Avanza para sentarse pero se detiene tapando su nariz.
—Uyy, ¿Qué es eso?—pregunta haciendo una mueca de desagrado.
Reviso la comida, y regreso mi mirada a ella.
—Tortilla de patata y jamón serrano, tu favorito —le digo frunciendo el ceño.
—Ay no, no quiero nada de eso —dice, yéndose del comedor.
La observo marcharse confundido, ahora no le gusta ni su jamón favorito. Pensé que era un mito eso de que las mujeres se vuelven sensible ante olores.
Me paro y voy tras ella, la veo acostada en la sala de estar, avanzo y me siento a su lado colocando sus piernas sobre mí.
—Sabes que tienes que comer.
Ella asiente.
—A ver si se me antoja algo luego, pero no quiero eso cerca —se mueve de su lugar para colarse a mi lado y apoyar su cabeza en mi pecho. —. Me gustaría que Carmen estuviera aquí, o al menos mi madre. Yo no sé de esas cosas, y no me gusta la idea de no poder comer lo que sea.
—Lo sé —llevo mi mano a si vientre para acariciarlo. —. Carmen tiene que estudiar, y tu madre, ella puede venir.
—Bueno sí, pero a ésa loca se le puedo ocurrir seguirla —comenta.
—Tranquilízate, deben ser tus hormonas —digo palmeando su espalda despacio.
Hace un momento tenía ganas de tener un lindo comienzo del día, luego ganas de vomitar, hace unos minutos le dio asco su jamón favorito, ahora está melosa. ¿Así es estar embarazada?
Eso lo sabrán ellas. Pero a mí, me encanta tener que estar con ella, consentirla, después de todo, me gané la lotería con ésta gran mujer.
El zumbido de mi celular me saca de mis pensamientos, lo saco de mi bolsillo sin moverla a ella y miro la pantalla.
Dalia.
¿Dalia?
Miro a Mary que sigue acostada sobre mi pecho, vuelvo a mirar mi celular y trago grueso. Pienso en colgar pero eso sería inútil, tal vez pueda sacarle información.
—Cariño —la llamo manteniendo el celular lejos de su vista. —. Dame un segundo, ya regreso —beso su frente y me paro del sofá, ella se queda mirándome extrañada pero no dice nada.
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Editado: 25.09.2024