CAPÍTULO 1: EL PRIMER DÍA
PARTE I: EL PESO DE LAS ESPERANZAS
Su madre no dejaba de hablar. Había estado hablando desde que salieron del carro, un flujo constante de palabras que funcionaba como un dique contra las emociones reales.
"—y recuerda que la ropa blanca se lava separada, aunque aquí probablemente tengan servicio de lavandería, ¿verdad? Pregunta si incluye suavizante porque tu piel es sensible, siempre lo ha sido desde que eras bebé, recuerdo cuando te sacamos del hospital y tu padre insistía en que la ropa tuviera que estar suavecita—"
"Mamá," dijo Tino suavemente, posando una mano sobre su hombro. Ella se detuvo. Parpadeó como si acabara de despertar de un sueño.
Su madre lo miró. Realmente lo miró, no al hijo que salía para la universidad sino al muchacho que había criado en una casa que ahora estaría vacía. Sus ojos se llenaron de un brillo que Tino reconoció como el borde del llanto contenido.
"No hagas eso," susurró ella. "No me mires así o voy a llorar y luego tu padre va a llorar y tú vas a llorar y vamos a estar los tres aquí llorando como idiotas en el pasillo."
A pesar de todo, Tino sonrió. Su padre tosió, lo cual era su forma de sonreír sin admitirlo.
"Voy a estar bien," dijo Tino, aunque no sabía si era verdad. Lo que sí sabía era que sus padres habían vendido cosas.
Todo para esto. Para que él estuviera aquí. En esta universidad, en un futuro que se suponía que cambiaría todo.
El peso de eso era casi físico.
"Somos pobres," había dicho su padre años atrás, sin amargura, como quien constata un hecho meteorológico. "Pero tú no lo serás."
Así que aquí estaba Tino, dieciocho años, con una maleta de segunda mano y un corazón que latía demasiado rápido. Sus padres se fueron media hora después, después de abrazos que duraron más de lo necesario y promesas de llamar cada domingo. Tino vio cómo su padre se llevaba a su madre del brazo, notando la forma en que ella miraba hacia atrás mientras caminaban.
Esa noche, solo en su cuarto de residencia, Tino puso las fotografías de su familia sobre el escritorio. Una de sus padres el día de su boda, jóvenes y radiantes. Una de él a los seis años, cubierto de barro. Una de toda la familia en la playa, apretujados, sonriendo como si fuera la última foto que se tomarían juntos.
Luego colgó un calendario en la pared y contó los días hasta que pudiera ir a casa. Ciento veintitrés. Un poco más de cuatro meses.
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Editado: 30.12.2025