PARTE II: EL DESCUBRIMIENTO
La ceremonia de bienvenida fue en un auditorio que olía a piso nuevo y ambiciones aún más nuevas.
Tino se sintió pequeño en la multitud de rostros desconocidos. Había venido solo de su provincia, uno de los pocos de su preparatoria que había conseguido entrada a una universidad de esta envergadura. Los demás estudiaban en universidades locales, vidas que permanecerían cercanas, predecibles. Tino había saltado a otro mundo.
Se sentó en la mitad del auditorio, entre desconocidos que ya parecían conocerse. Había grupos que bromeaban, palmadas en espaldas, ese lenguaje corporal de personas seguras de que pertenecían a algún lugar.
Tino simplemente se sentó. Y esperó.
Fue entonces cuando la vio.
Ella estaba tres filas delante, ligeramente a su izquierda. No era la más hermosa en la sala—aunque lo era, de una forma casi injusta, con ese cabello que caía en ondas naturales.
Estaba riendo.
No una risa contenida o educada. Era el tipo de risa que involucraba todo el cuerpo, la cabeza echada hacia atrás, los hombros moviéndose. Estaba contando algo a dos amigas, gesticulando con las manos, completamente sin preocupación de si alguien la estaba mirando.
Tino estaba mirando.
Y en el momento exacto en que ella terminó su historia y sus amigas estallaron en carcajadas, algo cambió en el interior de Tino. No fue un rayo, no fue música de película. Fue más como reconocimiento. Como si una parte de él que no sabía que existía dijera: Ahí. Ella. Así.
La risa se desvaneció de su boca sin dejar rastro.
"Entonces básicamente mi papá intentó enseñarle a mi hermano menor a arreglarse la corbata y terminó atrapándose el dedo en el nudo..."
Lola Méndez era el tipo de persona que hacía que otros se rieran simplemente por estar cerca. Tino lo descubrió en la primera semana cuando, después de una clase de cálculo donde casi ni habló, ella se acercó en el pasillo.
"Oye, ¿viste eso que dijo el profesor sobre las derivadas? Juro que era como si hablara en un idioma extranjero." Ella sonreía, sin expectativa real de respuesta, solo siendo ella misma en el mundo.
Tino dijo: "Podría ser peor. Podría haber hablado en un idioma extranjero de verdad."
Ella rió—rió, como si Tino acabara de decir lo más ingenioso del mundo—y desde ese momento quedó decidido. Sin que él lo supiera en el momento, sin que ella lo supiera tampoco, Tino comenzó el lento proceso de reorganizar su universo alrededor de su existencia.
Lo primero fue las clases compartidas. Tino descubrió cuáles eran sus horarios—no de manera abiertamente acosadora sino de la forma natural en que uno descubre esas cosas cuando alguien ocupa espacio en tu cabeza—y de repente, tenía las mismas asignaturas optativas que ella.
Lo segundo fue los apuntes. Tino tenía buenos apuntes, el tipo de apuntes que otros querían copiar. Lola, resulta ser, era una de esas personas que no tomaba apuntes en clase sino que los tomaba después, de un libro, de internet, de amigos. Así que cada semana, Tino dejaba una copia de sus notas en un lugar donde ella las encontraría. Casualmente.
"¿Son tuyos estos?" preguntaba ella, genuinamente sorprendida, como si Tino no hubiera diseñado cuidadosamente el "accidente".
"Ah, sí. Pensé que podrían servirte."
Ella sonreía. Eso era lo que Tino esperaba toda la semana. Esa sonrisa.
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Editado: 30.12.2025