No Te Enamores De MÍ

Parte IV

PARTE IV: LA PRIMERA NOCHE SOLO

De vuelta en su cuarto, Tino se sentó en la cama sin hacer nada y permitió que el silencio lo rodeara completamente.

Su habitación era pequeña. Una cama de una plaza, un escritorio de metal, una silla. Una ventana que daba a otros edificios de residencias idénticos. Sus padres habían traído una lámpara de casa, la única cosa realmente suya en el espacio, y la manera en que la luz caía ahora lo hacía sentir aún más solo.

Abrió su laptop. Tino no era alguien que hiciera muchas cosas en internet—creció en una casa donde la conexión era lenta y cara—pero sabía cómo buscar en redes sociales.

Encontró el perfil de Lola casi inmediatamente. Había fotos de ella con su familia en lo que parecía una casa grande con un jardín. Fotos de ella en viajes. Fotos de ella en fiestas, rodeada de gente, brillante como una bombilla recién encendida.

Tino no sabía qué estaba haciendo. No sabía por qué estaba haciendo esto. Solo sabía que quería entender cómo era su mundo cuando no estaba siendo "dulce" en la cafetería.

Cerró la laptop. Se acostó boca arriba.

En el silencio de su cuarto, en una universidad que lo había aceptado por mérito académico pero no por dinero, rodeado de paredes que no eran las suyas y bajo un techo que sus padres no habían pagado, Tino tuvo un pensamiento claro:

Estoy enamorado.

No fue una pregunta. No fue una evaluación. Fue un hecho establecido, como la gravedad. No sabía cuándo había pasado. Probablemente años atrás, en algún punto en la secundaria cuando Lola había reído en un pasillo y él había notado. O tal vez fue más reciente, en el auditorio, en ese momento de reconocimiento.

No importaba cuándo. Lo que importaba era que ya había pasado.

Y acostado en la oscuridad, mirando el techo, Tino cometió el acto que definiría los próximos seis años de su vida: decidió que iba a estar bien con eso.

Decidió que si Lola lo llamaba "dulce", él sería el más dulce. Si ella necesitaba algo, él lo proveería. Si ella quería sus apuntes, sus oídos, su tiempo, su energía, su corazón partido en pedacitos, él le lo daría todo.

Porque eso era lo que hacían los hombres dulces. Daban.

Y Tino, a los dieciocho años, en una cama que no era la suya, en una universidad que sus padres habían vendido cosas para costearle, tomó una decisión que parecía amor pero que era, más acertadamente, una forma de desaparición.




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