PARTE V: EL MONTAJE DEL SERVICIO
Primera semana de octubre
Tino ya había mapeado mentalmente el campus. Sabía dónde estaban todos los edificios, cuál era la ruta más rápida entre aulas, dónde compraban café que era bebible en lugar de asqueroso.
Lo que no había hecho era vivir en el campus. Solo existía en él.
Se ofrecía para cosas sin que nadie lo pidiera. "Oye, ¿necesitas que alguien cargue eso?" Lleva el libro de Lola a clase. Se sienta a su lado en la cafetería, no porque ella lo pidiera sino porque para ese punto, se había convertido en parte de su ecosistema. Un satélite pequeño pero leal.
Las primeras semanas eran las más fáciles porque Lola aún estaba en esa fase de universidad donde todo es nuevo y ella buscaba a alguien que supiera dónde estaban las cosas.
"¿Dónde queda la biblioteca?" Tino sabía. Le mostraba.
"¿Cuál es el café menos malísimo en el campus?" Tino lo sabía. La llevaba.
"¿Cómo funcionan los horarios de tutorías?" Tino ya había estado, aunque no las necesitaba. Sabía donde estaban. Ofrecía llevara a Lola.
Ella comenzó a esperar verlo. Pequeñas cosas. Un saludo en el pasillo. "¡Tino!" como si fuera una sorpresa agradable cada vez, aunque de hecho era completamente predecible.
Tino no sabía si Lola realmente lo veía. Lo que sabía era que lo necesitaba. Y por ahora, eso era suficiente.
Mediados de octubre
Había una noche donde Lola estaba estresada por un examen de historia.
Tino no estaba en esa clase. Pero Lola mencionó que estaba asustada, que no entendía el siglo diecinueve, que tal vez debería dejar la carrera porque no era suficientemente inteligente.
Tino pasó cuatro horas esa noche haciéndose resúmenes de historia del siglo diecinueve. Luego fue a su cuarto cuando ella estaba estudiando y le preguntó si podían repasar juntos.
Estudiaron en la sala común de la residencia hasta las once de la noche. Tino explicaba, Lola escuchaba. Ella aprobó el examen con un B+. Cuando le contó, lo abrazó sin pensar.
El abrazo duró tres segundos. Tino memorizó el peso de sus brazos, la temperatura de su cuello, el olor de su champú.
Fines de octubre
La vida de Lola se volvía más visible a Tino conforme avanzaban las semanas. Ella les hablaba a Tino sobre los chicos que le gustaban (había tres, que Tino catalogaba en su mente, que Tino vigilaba como un sistema de radar), sobre sus clases, sobre sus problemas con sus padres que querían que fuera abogada.
"No quiero ser abogada," decía Lola, recostada en la cama de Tino porque su cuarto era más pequeño. "Mis padres simplemente asumen que porque soy inteligente, tengo que serlo. Pero en realidad, me gustaría... no sé. Algo diferente."
Tino escuchaba. Realmente escuchaba. No solo esperaba su turno de hablar—de hecho, rara vez hablaba de sí mismo cuando estaban juntos. Sus propios problemas parecían insignificantes comparados con la tarea de ser un recipiente para los de ella.
"¿Qué es lo que realmente quieres?" preguntaba.
Lola pensaba. "Un hombre que me entienda. Que sea estable. Que no me decepcione."
Tino sentía que su pecho se desmoronaba en geometrías nuevas y dolorosas.
"¿Cómo sería ese hombre?" preguntaba, porque si podía entender eso, podía convertirse en eso. Podía arreglarse.
Lola describía a alguien. Alguien que no era Tino. Alguien mayor, con dinero, con perspectivas. Alguien que pudiera rescatarla.
Y Tino escuchaba y sonreía y hacía como si no importara, cuando de hecho, en ese momento, miles de pequeñas esperanzas dentro de él morían y eran reemplazadas por una aceptación quieta de su propio lugar en el universo.
No era héroe. Podía ser útil.
Eso tendría que ser suficiente.
EPÍLOGO DEL CAPÍTULO 1: LA ECONOMÍA EMOCIONAL
Una noche a finales de octubre, Tino estaba en la biblioteca estudiando cuando Chelo se sentó frente a él. Solo así, sin preámbulo. Tino alzó la vista.
Chelo tenía un semblante neutral. Sus ojos parecían estar leyendo líneas de código que solo ella podía ver.
"¿Cuánto tiempo llevas enamorado de Lola?" preguntó.
Tino se quedó helado.
"¿Qué?"
"Es una pregunta simple. ¿Cuánto tiempo?"
Tino cerró su libro. "No estoy—"
"Sí lo estás. Es evidente para cualquiera que mire. Así que la pregunta no es si, sino cuánto tiempo."
Tino miró a Chelo. Realmente la miró, quizá por primera vez. Y vio que ella no era alguien riendo detrás de una máscara. Era alguien que vería todo claramente y luego seguiría adelante, sin juzgar porque el juicio requería que te importara lo suficiente para ser decepcionado.
"casi un año," dijo Tino finalmente. "Probablemente unos meses."
Chelo asintió como si fuera confirmación de una teoría que ya tenía. "Eso es un problema."
"¿Por qué es un problema?" preguntó Tino, aunque ya sabía.
"Porque ella nunca te querrá de esa forma. Eso no es amor. Eso es caridad que te haces a ti mismo, pensando que algún día ella verá todo lo que das y finalmente te elegirá. Pero no lo hará. Las personas no funcionan así."
Fue la cosa más brutal que alguien le había dicho en su vida. Y fue dicha por una casi extraña para él, pero era la amiga de Lola, en la biblioteca, mientras otros estudiantes pasaban sin saber que estaban presentes en una revelación.
Tino no supo qué decir. Así que no dijo nada.
Chelo se levantó. "Solo quería que lo supieras. Alguien debería."
Y se fue, dejando a Tino allí, con sus libros y su amor imposible y el reconocimiento de que el sacrificio que planeaba hacer probablemente no sería redimido.
Pero lo haría de todos modos. Porque en ese punto, Tino ya había hecho su elección.
Iba a amar. Iba a dar. Iba a ser dulce.
Y si no lo llevaba a ningún lado, al menos sabría que lo había intentado.
FIN DEL CAPÍTULO 1.
Continuará...
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Editado: 30.12.2025