No te mires al espejo.

I

Fueron horas de viaje, estaba completamente exhausta. Tuve que hablar con Henry para justificar mi ausencia esta semana ya que Josette me había dicho que el abogado del abuelo quería hablar conmigo.

Me dije a mi misma que más allá de las circunstancias, esta podía ser una oportunidad para tomar aire libre y escribir los artículos que tenía pendientes para la revista.

El funeral fue tranquilo, aunque asistió cada habitante del pueblo, todos conocían la gran mansión de mi abuelo y él siempre había sido muy amable y conversador.

— Virginia, me agrada verte —Jason, el abogado de mi abuelo, me recibió con una cálida sonrisa.

— A mi igual —repliqué, mirando a mi alrededor—. Este lugar se quedó congelado en el tiempo...

— Ya sabes, siempre es igual —dijo, asintiendo con la cabeza—. Pero estamos intentando que alguna empresa de Internet se digne a llegar a la ciudad.

— Lo veo difícil, dado lo alejado que esta el pueblo de la ciudad más cercana.

Asintió con la cabeza, conversamos un momento más, saludé a algunas caras conocidas que me presentaron a toda su familia y Jason me llevó hacia aquel enorme terreno que conocía tan bien.

Me quedé de pie en la puerta, todo estaba como la última vez que había estado allí. Cada mínimo detalle.

Jason me explicó que mi abuelo había escrito su testamento años atrás, y aunque no tuvo tiempo de darme la titularidad para las cuentas bancarias, él se había adelantado en poner la casa a mi nombre, y como era la única heredera, sus posesiones habían pasado a ser mías.

— Lamento que ya no se pueda hacer nada con el banco —comentó, abriendo la pesada y enorme puerta de aquella mansión que parecía un castillo gótico.

— No te preocupes, no necesito el dinero —respondí, mirando a mi alrededor—. La casa se mantiene muy bien...

— Eso es porque la señora Beatrice se encarga de cuidar del lugar —explicó, ayudándome con mis maletas.

Casi como si la hubieran llamado, una mujer con ropa antigua de mucama bajó las extensas escaleras solemnemente. Llevaba su cabello gris recogido en un moño, su piel era pálida, casi transparente, y era muy delgada.

— Oh justo a tiempo... —dijo el abogado amablemente—. Señora Beatrice, déjeme presentarle a Virginia, ella será la nueva dueña de la casa.

La mujer me miró, manteniendo la misma expresión triste.

— Virginia, ella es Beatrice, el ama de llaves, ha trabajado con tu abuelo en los últimos diez años, por eso no la conoces.

Asentí con la cabeza, extendiendo mi mano hacia la mujer pero no la tomó, simplemente me dedicó una especie de mueca que interpreté como una sonrisa.

— Beatrice vive aquí con sus hijos... —comenzó a decir Jason.

— Su abuelo ha sido muy amable en darnos un hogar... Cuando mi esposo y yo llegamos al pueblo no teníamos nada más que una valija —la mujer habló, con voz temblorosa.

— Lo entiendo —respondí suavemente—. Él era un gran hombre.

Beatrice me miró dubitativa, como si algo la perturbara.

— ¿Y... que pasará con la casa? —preguntó finalmente—. Hay rumores de que usted quiere venderla... Le suplico que lo piense, si lo hace mis hijos y yo quedaremos en la calle... —comenzó a hablar atropelladamente—. Mis niños son pequeños, Rosalía tiene dieciocho y Thomas ocho años, por favor...

— Señora —Jason la interrumpió, rascándose la nuca—. Virginia acaba de llegar, lo mejor es darle un respiro y no se preocupe, Hall se encargó de dejar dinero para usted en su testamento, no se quedará desahuciada.

Eso pareció calmarla, aunque seguía mirándome con cierta sospecha.

Cuando el abogado finalmente se fue, me acerqué a la cocina a servirme un vaso de agua y suspiré. Había escogido una habitación de invitados bastante alejada de mi antiguo dormitorio y del cuarto del ama de llaves, que parecía estar en cada rincón al que miraba.

Tocaron a la puerta de la cocina y me tensé inmediatamente, abriéndola y observando con curiosidad a aquel hombre que sostenía una canasta en sus manos.

— Hola... soy Bruno —dijo amablemente—. Esto es ridículo pero... mi madre quiere que te dé esto, es un regalo de bienvenida.

— Oh gracias... —respondí, tomando la canasta y estrechando su mano—. Soy Virginia.

— Lo sé —replicó, pero inmediatamente sacudió la cabeza—. Quiero decir, eres la nieta de Hall... Tu abuelo siempre hablaba de ti.

— ¿Lo conocías? —inquirí, dejando su regalo sobre la mesada.

— Por supuesto que sí, con permiso —entró a la cocina—. Vivo aquí al lado, en la casa del lago.

— Recuerdo esa casa... —sonreí ligeramente—. Tenía una amiga que vivía ahí, Abigail... Su padre había puesto una rueda atada con una cuerda a un árbol, siempre saltábamos al lago en los veranos.

— ¡Es mi prima! —me devolvió la sonrisa—. Está viviendo en New York ahora mismo, mi madre y yo le compramos la casa a mi tío hace cinco años. No fue difícil hacer buenas migas con Hall, se presentó ante nosotros con la misma canasta.

Miré el presente en la mesa y asentí con la cabeza, definitivamente era algo que mi abuelo haría.




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