No te mires al espejo.

II

La mañana siguiente me acerqué a la comisaría del pueblo para hablar con el Sheriff, tenía que firmar los papeles de defunción de mi abuelo y ver el informe de la autopsia, aunque era puramente burocrático pues ya sabía que había sido un ataque al corazón.

Durante el camino hacia el lugar estuve pensando en los acontecimientos de la noche anterior, los pobres hermanos suplicando mi ayuda ante algo que desconocían, el escepticismo de su madre... Me daban mucha lástima, porque la realidad era que yo pensaba que era todo producto de su imaginación. Lo único que pude decirles en ese momento fue que haría lo que pudiera para ayudarlos y marcharme a mi habitación.

El trámite fue rápido, aunque las pericias me dolieron más de lo que esperaba; mi abuelo había tenido el síncope mientras se duchaba, su cabeza había impactado contra el azulejo y se desangró hasta ser encontrado por el jardinero que inmediatamente llamó a la policía y al ama de llaves. Al parecer la mujer se había encargado de envolverlo en una toalla para cuando llegó la policía, imagino que por eso la expresión perturbada de la mujer el día anterior.

— Sheriff Brown... Me gustaría preguntarle... ¿Sabe algo sobre el ama de llaves de mi abuelo?

— Oh, Beatrice Velmont —respondió Brown, sirviéndome café en una taza—. Sí, llegó al pueblo hace diez años, con su esposo y sus dos hijos... Su esposo era policía, amigo de mi padre... Era buen tipo, pero adicto al alcohol, siempre se quedaba dormido en los operativos matutinos pero sus compañeros lo cubrían. Hasta que hace unos meses llegó un inspector —continuó, su expresión se tornó sombría—. El olor a vodka de Velmont se sentía apenas entraba a cualquier habitación así que... El inspector se dio cuenta y ordenó que lo despidiéramos, un mes más tarde se ahorcó en el sótano.

— ¿En el sótano? —lo miré sorprendida—. ¿En la casa de mi abuelo?

— Lamentablemente —asintió con la cabeza—. Hall se puso muy triste, el hombre no era de su agrado del todo, pero no merecía lo que le pasó.

— ¿Y sus hijos?

— Oh, los pobres quedaron muy mal después de eso... —explicó, dándole un sorbo a su café—. El niño comenzó a tener visiones, dice que él pudo ver la muerte de su padre...

— ¿Cómo?

— Sí, en el pueblo no dejan de hablar de eso —rodó los ojos—. Dicen que el niño es vidente, muchos fueron a la mansión a mirarse al espejo sólo para que él les predijera su muerte, ¿puedes creerlo?

Entonces todos lo sabían...

— ¿Y qué les decía el niño?

— Nada —replicó—. Es un pequeño traumado por la perdida de su padre, pero ya sabes como son aquí, las leyendas y rumores corren como agua en un arroyo.

— ¿Y le creen? Dado que él no responde...

— Te sorprendería —suspiró, pasándose una mano por el cabello—. Dicen que sólo le respondió a cuatro personas, y esas personas fallecieron semanas o meses más tarde.

Alcé una ceja.

— Fueron coincidencias, Virginia —negó con la cabeza—. El viejo Pemby tenía noventa años, la señora Carbury tenía un problema de artritis y resbaló por las escaleras...

— ¿Y los otros dos?

— Esas muertes sí fueron extrañas, pero a esta altura no sé si creer que el niño realmente lo predijo, pienso que la gente del pueblo simplemente lo usó de excusa para alimentar los rumores, porque no se sabe si el señor Flinch y el señor Darry se miraron en el espejo.

Me quedé pensativa, aunque le daba la razón al Sheriff, todo era muy extraño.

Tocaron a la puerta, y segundos más tarde entró un policía llevando una carpeta con documentos que guardó en un cajón.

— Aquí tienes a un creyente —dijo Brown, sonriendo divertido y apuntando con la cabeza hacia el hombre—. Le tiene miedo al niño.

— No le tengo miedo —el hombrecillo rodó los ojos—. Simplemente tengo una mente abierta, a diferencia de ti.

— Vamos, viejo, no puedes pensar que realmente un niño de nueve años predice la muerte...

— ¿Y por qué no? Hemos visto cosas extrañas en esta profesión —replicó molesto—. ¿Cómo explicas que una semana antes le dijo al señor Flinch que sería arrollado por un auto y eso sucedió?

— Hay algo que se llama sugestión —dije—. Si te dicen que vas a morir arrollado por un auto, es muy probable que evites salir a la calle y cuando lo hagas, quizás sientas pánico y te quedes congelado en el lugar, provocando así tu muerte.

— Es demasiado enrevesado —murmuró el policía.

— Me parece más enrevesado pensar que un niño puede ver muertes a través de un espejo —debatí—. La muerte de su padre explica el trauma, y los niños tienen una imaginación increíble... De niña solía jugar con amigos invisibles, realmente pensaba que ellos estaban ahí y me pasaba las tardes imaginando historias fantásticas.

— Cuidado, Salomone, quizás Virginia tome tu puesto —Brown sonrió divertido y el policía se dirigió hacía la puerta ofendido y sonrojado.

— El único consejo que puedo darte es... —se volvió hacia mi, mirándome con seriedad— no te mires al espejo.

— No le hagas caso —Brown negó con la cabeza en cuanto Salomone se fue.




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