No te mires al espejo.

III

Había llegado la época del año en la que los árboles comenzaban a dar frutos, Bruno me había invitado a ayudarlo con las naranjas de su patio. Pasamos más de una hora cortándolas todas, su jardín estaba bastante descuidado pero pudimos ponerlas en una cesta.

La pasé muy bien, tenía un gran sentido del humor, y por momentos tenía que hacer una pausa de mi trabajo porque me hacía reír tanto que podía caerme de la escalera que él estaba sosteniendo.

— Podrías vender mermelada, ¿sabes? —dije, en cuanto entramos a su casa y comenzamos a cortar las naranjas para cocinarlas.

— ¿Tu crees? —sonrió divertido, encendiendo una hornalla—. Creo que me gusta más mi trabajo.

— ¿Y cuál es tu trabajo exactamente? —solté una risa en cuanto me quitó las naranjas que estaba cortando torpemente para encargarse él.

— Digamos que soy un arregla todo —respondió—. Soy electricista, pero tengo conocimientos en mecánica, informática...

— Oh, eso es genial...

— No tan genial como tu trabajo —colocó las naranjas sobre una olla con azúcar—. Por cierto, ¿cómo va el artículo?

— Creo que escribí demasiado —tomé varias naranjas de la cesta y las corté para preparar jugo—. Parece un libro más que un artículo.

— Podría ser un libro —comenzó a mezclar el azúcar con las naranjas, colocando la olla sobre la hornalla—. ¿Un niño que puede ver muertes a través de un espejo? Es una historia que yo compraría.

— Y yo —repliqué, usando mi fuerza para exprimir el jugo de la naranja en el exprimidor—. ¿Tu que piensas sobre eso? ¿Eres realista u optimista?

— No sé qué tan optimista sea creer que si te miras a un espejo pueden decirte tu muerte... —sonrió divertido, concentrándose en la mermelada mientras me hablaba—. Pero digamos que soy un poco de los dos.

— ¿De verdad? —alcé una ceja.

— Todo puede ser posible, Virginia —me miró—. La muerte es un gran misterio.

Rodé los ojos.

— Lo que me sorprende es que tu no creas nada de eso siendo periodista... Tendrías que saber que nada es lo que parece.

— Justamente como soy periodista me remito a los hechos, ¿qué clase de profesional sería si me dejo llevar por leyendas fantasiosas?

— ¿Por qué estás escribiendo el artículo entonces? —apagó la hornalla.

— Porque puedo hablar de las historias de los pueblos, pero eso no quiere decir que crea en ello —me comí una rebanada de naranja—. De hecho me diste una idea, al final del artículo pondré mi opinión personal.

Continué cortando, eran tantas que había que aprovecharlas así que se me ocurrió hacer un pastel. Sin embargo, me distraje observando como él se movía por la cocina, tarareando una canción mientras preparaba más mermelada y dejaba enfriar la anterior.

Ni siquiera me había dado cuenta cuando me corté el dedo hasta que el ácido de la fruta se mezcló con la sangre y solté un pequeño gemido de dolor.

— ¿¡Estás bien!? Quédate aquí, buscaré antiséptico.

Se dirigió hacia el baño y volvió rápidamente, comenzó a desinfectar mi herida cuidadosamente, ignorando el efecto que causaba en mi la repentina cercanía de nuestros cuerpos.

— ¿Duele? —susurró.

— Arde —respondí, arrugando la nariz.

Comenzó a soplar delicadamente sobre mi dedo, yo me limité a observar sus facciones, su ligero ceño fruncido.

— Virginia... —habló en voz baja, devolviéndome la mirada, pero antes de que pudiera decir nada más, acorté la poca distancia que teníamos y le di un beso en los labios.

— Oh, lo siento, yo... me tengo que ir... —comencé a decir dirigiéndome hacia la puerta, las mejillas me ardían.

— No —me tomó del brazo, girándome para tenerme de frente—. No lo sientas.

Me besó, acariciando mi mejilla mientras lo hacía. No supe por cuanto tiempo nos besamos, porque los minutos parecieron detenerse en esos labios que acariciaban los míos con dulzura.

Hasta que recordé que Jason iba a ir a la mansión para que habláramos sobre la herencia.

Me despedí rápidamente, sin darle mucho tiempo a responder. Pero en cuanto llegué a la mansión, no era Jason quien estaba esperándome, si no el Sheriff Brown.

— ¿A qué se debe la visita, señor? —inquirí, saludándolo amablemente.

— La señora Whimpleton dice que siente olores extraños provenientes de esta casa...

— ¿Olores extraños? —fruncí el ceño.

— Si, olor a podrido.

— Yo no he olido eso.

— Eso es probablemente porque tu habitación está alejada de todo lo demás, quizás sean las alcantarillas, esto pasa todo el tiempo... —explicó Brown, caminando hacia la parte trasera de la casa junto a mi.

Abrimos la puerta del sótano, yo me encargué de ser su linterna mientras me contaba los casos de los últimos días.

— Mi conversación contigo me dejo pensando en las muertes de Flinch y Darry... —murmuró, buscando la fuente del olor que ahora sentía yo también—. Y pienso que lo que les paso no fue accidental.




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