No te mires al espejo.

IV

El resto del día estuve en automático, Jason llegó y discutimos un poco sobre posibles inmobiliarias, me dijo que la señora Beatrice estaba ahorrando para comprar la casa, que quizás yo podía vendérsela en varios pagos para ayudarla, pero realmente no estaba prestando atención a nada de eso.

Mi mente estaba plagada de dudas, ¿por qué Bruno me mintió? No entendía nada.

E inevitablemente recordé las palabras del sheriff, la idea de que hubiera un asesino suelto, las ratas muertas en el sótano...

Leí el vacío artículo que estaba escribiendo, contando la historia del niño que creía que había una entidad en el espejo. ¿Era posible que las muertes no fueran coincidencias? Tenía que hablar con Brown, que me contara de las muertes de Flinch y Derry, e investigar las otras dos muertes que parecían ser naturales.

Rossy había dicho que Tommy había visto la muerte de mi abuelo, pero... ¿era realmente un espíritu quién vaticinaba las muertes o quién las provocaba?

Si hubiese tenido ese pensamiento días atrás, rápidamente hubiera creído que me estaba volviendo loca, pero a esta altura... pensaba que todo era posible, o al menos me permitía dudar.

Brown no estaba en la oficina cuando llegué a la comisaría, habían recibido un llamado de emergencia y tuvo que salir. Así que me quedé esperándolo, mis ojos recorrieron cada rincón de su oficina.

No lo pude evitar.

Revisé el cajón de su escritorio, donde tenía la llave de los archivos. Rápidamente saqué las cuatro defunciones que me interesaban, y comencé a leer el informe de la morgue y la policía científica.

El señor Pembley falleció sentado en el sofá de su casa, estaba dormido en compañía de sus gatos, al parecer tuvo un ataque cardíaco al igual que mi abuelo, no había nada raro... La señora Cadbury resbaló por las escaleras, la mujer no podía caminar sin su bastón y tenía una persona que la cuidaba, sin embargo ese día su cuidador se ausentó. Al parecer la mujer resbaló por las escaleras, aunque no pudo encontrarse su bastón. El señor Flinch fue arroyado por un auto que se dio a la fuga, había perdido sus anteojos y su esposa había salido esa noche a un bar con sus amigas... El señor Darry se ahogó en el lago

.

En el lago...

Guardé los informes, inevitablemente comencé a buscar el de la madre de Bruno, pero no había nada. Estaba por cerrar el cajón de los archivos hasta que mis ojos se posaron sobre uno en específico.

William Velmont.

El hombre se había ahorcado en el sótano, tenía un alto porcentaje de alcohol en su cuerpo y rasguños en sus brazos. Al parecer el hombre era violento, los vecinos habían denunciado gritos varias veces, pero la esposa nunca presentó ninguna denuncia.

Todo era muy extraño...

Me marché antes de que el sheriff llegara, ya era muy tarde y debía seguir mi propia investigación. Actualmente ya no sabía que pensar, estaba dividida entre la razón y la intuición.

Comencé a escribir, documentando todo lo que había descubierto, intentando relacionar las muertes pero la realidad era que no tenía mucho. Un bastón perdido y una muerte en el lago.

La mentira de Bruno sólo acrecentaba mis sospechas, sobre todo porque no había información sobre él en ninguna parte. Y la señora Beatrice se había marchado a tomar el té como para que le preguntara.

Estuve toda la noche alerta en mi habitación, sosteniendo ridículamente un cuchillo de cocina, y escribí hasta que mis párpados me pesaron.

— ¿¡DÓNDE ESTÁS, MALDITA MOCOSA!?

Corrí lo más rápido que pude hacia mi habitación y me encerré en ella, usando la fuerza que mi pequeño cuerpo me proporcionaba para mover la mesita de noche y colocarla frente a la puerta.

Él llegó hacia la puerta, intentó abrirla con brusquedad y comenzó a darle puñetazos, yo me mantuve sosteniendo el mueble con fuerza para evitar que entrara.

— ¡ABRE LA PUERTA, VIRGINIA, O TE JURO QUE TE ARREPENTIRÁS!

ABRE LA PUERTA, VIRGINIA.

ABRE LA PUERTA, VIRGINIA.

VIRGINIA.

VIRGINIA.

Me desperté de un sobresalto, pasándome una mano por el cabello. Miré el reloj, eran las 12 AM. me había quedado dormida.

Escuché unas risas y los ladridos de un perro, seguidos de un grito desolador. Rápidamente me acerqué a la ventana para observar que pasaba.

El hermano de Rossy tenía un auto de juguete en sus manos, frente a él había dos pequeños sosteniendo un pitbull por la correa, mientras señalaban a Tommy y se reían.

— ¡Miedoso, miedoso! —chillaban.

Me puse lo primero que encontré, un abrigo y bajé las escaleras lo más rápido que pude.

— ¡Oigan! —grité, acercándome a Tommy que lloraba desconsoladamente y abrazándolo—. ¡Lárguense de aquí!

Se marcharon corriendo entre risas y ladridos del pobre animal.

— Tengo miedo... —sollozó Tommy—. Tengo mucho miedo...

— Todo está bien, pequeño —susurré, acariciando su cabello—. Esos niños ya no te molestarán, estoy aquí.




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