No te mires al espejo.

V

Salí corriendo, mi único objetivo era llegar a la jefatura de policía mientras intentaba contactarme por teléfono con Brown, ni siquiera noté cuando choqué con Rossy.

— ¡Virginia, estas distraída! —dijo ella sonriendo, pero su expresión se tornó preocupada en cuanto me vio—. ¿Estás bien? Parece que has visto a un fantasma...

— S-si, estoy bien... Con permiso... —murmuré, dirigiéndome hacia la puerta, ella se apartó algo extrañada.

El día se había oscurecido por las nubes, y comencé a correr por las largas calles llenas de campo.

Me detuve para recuperar aire, y volví a ver a aquella mujer que me atormentaba, pero esta vez estaba caminando hacia mi.

Comencé a caminar de espaldas, sin perderla de vista, hasta que choque contra una persona que me tomó de los brazos.

Solté un grito, pero taparon mi boca y me llevaron dentro de la casa del lago.

— B-bruno... —jadeé, gateando hacia un rincón, temblando completamente.

— Tranquila... —susurró él, manteniendo distancia—. No te voy a hacer daño.

— ¡E-eres el asesino! —chillé—. ¡Tu mataste a la señora Cadbury!

— No, claro que no —frunció el ceño—. Pero tengo algo que confesarte...

Comencé a llorar, abrazándome a mi misma en posición fetal, sintiéndome una estúpida por haber pensado por unos segundos que podía tener algo con Bruno en el futuro.

— Por favor, escúchame —susurró, arrodillándose pero sin acercarse demasiado—. No llores, te lo suplico... Déjame explicártelo todo...

— ¿¡Explicarme qué!? —grité, lanzándole una lámpara que esquivó con facilidad—. ¿Que eres un asesino? ¿Que te has aprovechado de las fantasías de un niño?

— ¡No! —respondió con firmeza, mirándome con horror—. ¿Qué clase de monstruo crees que soy? Ya te lo he dicho, Virginia, nada es lo que parece.

— Estás mal de la cabeza... —sollocé.

Él se pasó una mano por el cabello, caminando de un lado al otro mientras yo lloraba, rindiéndome ante mi evidente destino.

— Lo que dice Tommy... —finalmente habló—. No es mentira, no es parte de su imaginación... En el espejo sí hay una entidad.

Negué con la cabeza, comenzando a temblar.

— Es real, por favor no llores... —suplicó, sentándose en el piso—. Lo que te digo es real, en el espejo sí hay un espíritu, pero no es él quien está ocasionando las muertes...

— Estás loco... —susurré.

— ¿Nunca has tenido esa sensación, Virginia? ¿Nunca has visto sombras, luces parpadeantes, incluso personas? —me miró—. Sé que la respuesta es sí, lo veo en ti... Eres diferente, eres especial, sé que puedes ver cosas a ti misma y te engañas porque te da miedo pensar que estás enloqueciendo.

Intenté ignorar sus palabras, pensando que quería manipularme, que quería enloquecerme como él lo estaba. Pero algo dentro de mi me pedía que le creyera, recordándome a aquella señora que ya había visto varias veces, mis amigos imaginarios, los escalofríos en mi espalda cada vez que presentía algo que terminaba cumpliéndose.

— N-no, no es cierto, tú... quieres engañarme... —dije entre lágrimas—. ¡Me mentiste, me dijiste que tu madre trajo la cesta y ella está muerta!

— Si te decía la verdad en ese momento no me hubieras creído —acercó una mano temblorosa hacia mi rostro y secó mis lágrimas con delicadeza—. Pero ahora estás lista.

Se levantó y se dirigió hacia una habitación, yo aproveché la oportunidad para buscar algún objeto, algo con lo que pudiera hacerle daño.

Volvió al cabo de un momento, sosteniendo un cuadro en sus manos.

— Esta es mi madre... —señaló a la mujer en el cuadro.

No.

No podía ser.

No podía ser ella.

— Sé que puedes verla —susurró, me hablaba con una dulzura que me daban náuseas—. Sé que tienes ese don.

— ¿D-de qué hablas? ¿Cómo lo sabes?

Mi mente comenzó a imaginar miles de escenarios posibles, ¿estaban haciéndome una cámara oculta? ¿Era todo un retorcido juego de este asesino?

— Porque puedes verme a mi... —respondió.

— Tu... —susurré, respirando agitadamente, toda la habitación daba vueltas a mi alrededor—. Tu...

— Yo... —comenzó a decir él— La respuesta a tu pregunta es sí.

Sentí que me desmayaba, repentinamente perdí la consciencia.

Cuando desperté, podía sentir las gotas de agua golpeando contra el tejado.

— Hay una gran tormenta fuera... —susurró Bruno, dejando una taza de té en la mesita de noche.

Me senté de un sobresalto, dándome cuenta que estaba en su dormitorio, o en lo que solía ser su dormitorio.

— Te desmayaste... —dijo suavemente, sentándose en una silla frente a la cama—. Lo siento, no quería espantarte.

— Bruno, si todo esto es parte de tu juego, estás siendo muy perverso... —dije con voz temblorosa.

— No es un juego, Virginia —replicó con seriedad—. Entiendo que es difícil de procesar, pero sé que en el fondo me crees... Sé que lo sientes.




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