No te mires al espejo.

VI

— ¿El espejo? ¿Me estás diciendo que eres la entidad dentro del espejo?

— Mi intención nunca fue hacer daño —susurró, lágrimas caían por sus ojos—. Intentaba ayudar a los demás, que no sufrieran una muerte repentina y desgarradora como la mía... Y vi en Tommy la misma habilidad que la tuya, en ese momento supe que podía mostrarle lo que veía a él, y que él me escucharía.

— Entonces... ¿tu no provocaste las muertes? ¿Sólo las predecias?

Asintió con la cabeza.

— No sé qué pasó con esas personas, no sé si hay un asesino o no, yo simplemente le mostraba a Tommy lo que veía con la esperanza de que alguien le creyera... de que alguien me ayudara, pero no podía comunicarme por mucho que lo intentara —explicó—. Estoy en un limbo del que no puedo salir.

— Así que... no sabemos si hay un asesino o no... —suspiré—. Estoy en el principio, o peor.

— ¿Estás pensando en el artículo o realmente tienes interés por esto? —me miró fijamente.

— Ya no recuerdo mi vida antes de esto, Bruno —susurré.

Él parpadeó varias veces, algo abrumado.

— Quería acercarme a ti para pedirte ayuda... Todos estos meses estuve buscando una forma de ayudar, una forma que me liberara de la prisión del espejo, pero... cuando tu llegaste, fuiste la primera en verme... en sentirme... —me tomó la mano, como demostrando su punto—. Y ahora sé que eres la persona indicada.

— ¿La persona indicada? —susurré.

— Virginia... —me miró a los ojos—. Necesito que destruyas ese espejo... Necesito que liberes mi alma... Estoy listo para partir.

No podía creer lo que estaba haciendo en ese momento, mi cuerpo estaba completamente empapado mientras corría hacia la mansión, intentar contactarme con la policía era en vano y las calles estaban inundadas.

Subí rápidamente las escaleras, sosteniéndome del barandal para no resbalarme y me dirigí hacia la oficina de Hall, donde estaba aquel objeto dueño de mi locura.

Me acerqué lentamente, y lo tomé, desencajándolo de la pared. En ese momento una visión llegó a mi mente.

Era Bruno, el día de lluvia que se encargó de arreglar los fusibles, se escuchaban dentro los gritos del marido de la señora Beatrice quien miraba un partido a todo volumen.

Saludó a Ron, este le advirtió que no pisara las margaritas y le hizo una broma sobre la tormenta.

Se escucharon pasos pesados y la energía volvió repentinamente, pude sentir el ardor en su cuerpo, las descargas eléctricas provocando la convulsión incontrolable de su ser.

Salí del trance, parpadeando varias veces, mis manos sostenían temblorosas el espejo.

Bruno tenía razón.

Por muy loca, espeluznante e imposible que era la historia, tenía razón.

No sólo con el hecho de que su alma habitaba en el espejo, si no con el hecho de que yo tenía un don especial.

Tomé un largo respiro antes de levantar mis brazos para estrellar el espejo contra el suelo, pero antes de que pudiera hacerlo, sentí un golpe en la nuca que me dejó inconsciente.

— ¡Mamá! ¡Mamá! —grité, tocando la puerta de su habitación varias veces.

— Shh, no hagas ruido —susurró, saliendo del dormitorio y agachándose para estar a mi altura.

— Tengo hambre, mamá —hice un pequeño puchero.

— Lo sé, cariño, mira —sacó barras de chocolate del bolsillo de su chaqueta y me las dio, provocando mi sonrisa.

Comencé a engullir el chocolate ante el rugido de mi estómago, hasta que mis ojos se posaron en las maletas que estaban detrás de ella.

— ¿Dónde nos vamos, mami? —inquirí con curiosidad.

Ella hizo una pausa, mirando hacia el sofá donde mi padre dormía profundamente.

— Mi amor... —susurró, acariciando mis mejillas, con los ojos llenos de lágrimas—. Mi pequeña bebé, mi princesa... Vendré a buscarte.

No le entendí.

— ¿No nos vamos? —ladeé la cabeza a un costado.

— Quédate en tu habitación —dijo—. Enciérrate y no salgas hasta que él se vaya a trabajar y llegue tu abuelo.

Y así como así, se marchó.

— ¡Mamá! ¡Mamá! —grité una vez más, pero está vez mis gritos no fueron respondidos.

Desperté sintiendo un ardor intenso en la cabeza, mi visión estaba borrosa y aunque lo intentaba, no podía abrir los ojos por mucho tiempo sin sentir fuertes puntadas en la nuca.

Respiraba agitadamente, hasta que finalmente parecía que comenzaba a ver con claridad. Arrugué la nariz ante el asqueroso olor a putrefacción y en cuanto pude enfocar la vista, reprimí un grito de horror.

Estaba sentada frente a una mesa, atada de pies y manos a la silla, y frente a mí...

Había dos cadáveres.

El aire abandonó mis pulmones ante aquella grotesca imagen. Eran dos cuerpos, un esqueleto y otro cadáver en descomposición, a carne viva, siendo comido por los gusanos.

Comencé a moverme desesperadamente, con la intención de desatarme, pero cuando sacudí la cabeza volvió a mi aquel intenso dolor, sentía mi nuca caliente y sabía que estaba sangrando.




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