No te mires al espejo.

VII

— Rossy... —supliqué—. Por favor desátame, desátame y hablemos...

Ella negó con la cabeza lentamente.

— No puedo hacer eso, señorita, lo siento —su voz era una mezcla de amabilidad y locura—. Quiero que te quedes a la cena.

— Lo haré —asentí con la cabeza rápidamente—. Pero no puedo comer si estoy atada.

La muchacha se quedó pensativa.

— ¿¡Estás intentando jugar conmigo, Virginia!? —tomó un cuchillo y me apuntó—. ¿¡Crees que soy tonta!?

— No, no, por favor, Rossy... —jadeé—. Tranquilízate, no me desates, esta bien.

Suspiró y asintió con la cabeza.

— Bien... es bueno que todos estemos tranquilos, ¿verdad? —miró a los cadáveres y volvió a sonreír, arreglándose el cabello—. Quiero decirte que lo siento por tener así pero... no podía dejar que destruyeras el espejo...

La miré, sin saber qué decir.

— Verás... —comenzó a jugar con el cuchillo en su mano—. El espejo es muy importante para mí y mi hermano... Porque dentro está mi padre, y no quiero que lo mates.

Llevó su mano hacia el esqueleto y acarició su ropa, provocandome náuseas.

— Rossy, esto es... muy malo.

— Sé que no puedes entenderlo, pero tan sólo tienes que escuchar... Sí te lo explico te pondrás de mi lado... —murmuró.

Miré a mi alrededor, buscando algo con lo que pudiera liberarme, pero no había nada, así que no tenía otra opción más que seguirle el juego.

— Explícame entonces.

Volvió a poner aquella expresión alegre y amable que conocía.

— Mi pobre padre estaba sufriendo mucho... No era su culpa, ¿sabes? Es solo que mi madre lo ponía tan nervioso, que tenía que descargar sus frustraciones —explicó, como si fuera lo más normal del mundo—. Comenzó a hacerme daño, y aunque al principio yo no entendía por qué, con el tiempo lo comprendí... Era un alma frustrada, tan frustrada que se quitó la vida.

Miró al esqueleto una vez más, acomodando su cráneo qué comenzaba a desprenderse.

— Estaba muy triste... pero una noche Tommy me despertó diciéndome que el espejo le mostraba cosas, cosas terribles... Y supe que mi padre no nos había abandonado, se había transformado —sonreía con lágrimas en sus ojos verdes que estaban vacíos—. Él quería que obedecieramos, yo nunca lo hacía así que cuando descubrí que estaba en el espejo, decidí no darle más disgustos.

Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar lentamente, y apreté los puños.

— Él quería que esas muertes sucedieran... pero la señora Carbury nunca caía por las escaleras, porque su estupido cuidador siempre estaba ahí —gruñó, mirando al otro cadáver consumido por las alimañas—. Así que tuve que quitarlo de en medio y darle un pequeño empujoncito a la vieja.

— Entonces tu... —tragué saliva—. Mataste a la señora Carbury.

— Y al señor Flinch, y al señor Darry... Fue una fortuna que no tuviera que hacerlo con tu abuelo, porque me hubiera dolido... —suspiró—. Entiendes que lo hice por mi padre, ¿verdad? Yo no quería...

Cerré los ojos por un momento, mi presión comenzaba a bajar debido a la pérdida de sangre que se acumulaba en mis oídos.

— En el espejo no está tu padre... —dije finalmente—. Ross, en el espejo...

— ¡MENTIROSA! —gritó, clavando el cuchillo sobre la mesa de madera y poniéndose de pie, acercándose peligrosamente hacia mi—. Tu eres... una mala periodista...

Tiró de mi cabello, provocando mi grito de dolor al sentir como se estiraba la herida abierta de mi nuca.

— VOY A TENER QUE CASTIGARTE COMO CASTIGUÉ A TOMMY —dijo sonoramente en mi oído.

Tommy...

El pobre niño.

— ¿Qué le has hecho a tu hermano? —susurré, luchando por mantenerme despierta.

— Tuve que darle una reprimenda por mentir —soltó mi cabello y comenzó a caminar de un lado a otro con sus manos detrás de su espalda—. Me dijo que no había visto tu muerte... pero actuaba extraño... Y no tuve otra opción más que encerrarlo... pronto no podrá hablar más.

Se dirigió hacia la puerta del ático, echándome una mirada maniática.

— Quédate aquí —dijo—. Olvidé la comida para la cena, estoy tan despistada últimamente...

Cuando se marchó comencé a moverme con la poca energía que me quedaba, intentando gritar para pedir ayuda y conteniendo la bilis que llegaba hasta mi garganta por el olor a putrefacción.

Alguien subió, y mis esperanzas aumentaron al ver a la señora Beatrice.

— Señora Beatrice —sollocé—. ¡Ayúdeme, por favor!

Se acercó a mí, y esperé a que me desatara.

Pero no lo hizo.

En lugar de eso, me colocó una mordaza y se marchó mientras yo gritaba, casi ahogándome con mi saliva.

No supe por cuánto tiempo estuve luchando por liberarme, la consciencia se iba y volvía a mi repetidas veces, la herida había dejado de sangrar, probablemente la sangre seca había formado una costra, pero me sentía débil.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.