No te mires al espejo.

VIII

Habían pasado diez minutos, aún no tenía noticias de Ron, y el tiempo que había pasado sentada en ese clóset me había dado al menos un poco de la energía que necesitaba para escapar.

— Tommy... —susurré, acariciándole el cabello—. Tenemos que irnos, algo le pudo haber pasado a Ron.

— No te acerques a las vallas, no te acerques a las vallas... —seguía repitiendo él una y otra vez.

Sostuve con fuerza las tijeras en mi mano, y tomé una decisión.

— Vamos —dije, tomando su mano.

Salimos del clóset, le pedí que se quedara callado mientras atravesábamos los pasillos que se habían quedado sin electricidad debido a la tormenta.

Las puertas y ventanas tenían maderas clavadas, para que nadie pudiera entrar ni salir, y en medio del pasillo estaba Ron... Descuartizado.

Le tapé los ojos a Tommy, ahogando un grito de horror y seguí caminando, llevando al niño detrás de mi, pidiéndole que apoyara su cabeza contra mi espalda y no abriera los ojos hasta que se lo dijera.

Y mientras nos escabullíamos por los pasillos me di cuenta que sólo había una forma de escapar y esa forma era el tejado.

De niña solía subir al tejado y treparme al gran manzanero de mi abuelo, bajaba con una destreza incomparable para escapar hacia la casa de Abigail.

Me mantuve alerta, mirando de un lado al otro mientras guiaba a Tommy y empuñaba las tijeras, lista para atacar a cualquiera que apareciera. Era yo intentando salir por el tejado con un niño pequeño, contra dos mujeres desquiciadas, nada podía salir bien pero aún así lo Intentaría con todas mis fuerzas.

Parecía que no había nadie, pero cuando subimos las escaleras hacia el tejado, Rossy salió de la habitación con un cuchillo en mano, corriendo hacia nosotros.

Me apresuré, empujando a Tommy para que subiera rápidamente, la joven sostuvo mi tobillo y yo usé toda mi fuerza para liberarme, dándole una patada en el rostro.

— ¡Rápido, al árbol! —le susurré al niño cuando llegamos al tejado, pero estaba resbaloso por la tormenta que ahora era una llovizna.

Empezamos caminando lentamente, con mucho cuidado de no resbalar, había piedras y otras imperfecciones del tejado que debíamos esquivar, Rossy se acercaba a un ritmo peligroso hacia nosotros, con la marca de mi zapato sobre su rostro.

— ¡NO SE MUEVAN! —gritó—. ¡NO SE MUEVAN O LES JURO QUE LES LANZO ESTE CUCHILLO!

— Rossy... —miré hacia el árbol que se movía por el viento, el suelo resbaloso, el niño tembloroso detrás de mi—. Por favor, no hagas esto...

— Tengo que hacerlo... —replicó, acercándose lentamente—. Tengo que matarlos... Ustedes se interpondrían en los deseos de mi padre... Tu querías destruirlo...

— En el espejo no está tu padre, Rossy... está Bruno... —hablé con suavidad, dejando las tijeras en el suelo—. Bruno, ¿lo recuerdas? El chico que arreglaba la electricidad...

Se quedó en silencio, procesando mis palabras, así que continué.

— Sé lo que se siente... —la miré a los ojos—. Cuando alguien a quien amas te hace daño... Piensas que es tu culpa, pero no lo es, Rossy... No es tu culpa que tu padre haya sido una persona violenta...

Me levanté el brazo, enseñándole mis cicatrices.

— Él se enojaba mucho... —mis ojos se llenaron de lágrimas—. Me odiaba, porque decía que por mi culpa mi madre había dejado de amarlo... Tenía un juego... Siempre que llegaba de una entrevista laboral que no funcionaba... Contaba hasta diez y yo sabía que debía esconderme... y si me encontraba... —se me quebró la voz.

Ella bajó el cuchillo lentamente.

— Mi madre se fue, ella no pudo... sostener la situación, y me dejó atrás... Pensó que estaría bien con mi abuelo, pero él no pudo hacer mucho... —extendí un brazo hacia ella—. No es tu culpa, Rossy, nunca lo ha sido...

Rosalía soltó el cuchillo y se acercó hacia mi, sostuve a Tommy, usándome como escudo pero repentinamente, ella me abrazó.

— L-lo siento... lo siento... —comenzó a llorar desconsoladamente.

— Está bien, está bien... —susurré, acariciando su espalda—. Nadie lo sabrá, nos iremos con tu hermano... y empezaremos una nueva vida...

Le hice un gesto al pequeño para que comenzara a acercarse al árbol, mientras yo sostenía a su hermana contra mi, susurrándole palabras consoladoras.

— ¡Alto ahí! —gritó Brown, empuñando su pistola—. Rosalía Velmont, quedas detenida por asesinato.

— ¡No, no! —comenzó a gritar ella, sacudiéndose mientras yo la abrazaba más fuerte para que no pudiera moverse.

Sin embargo, perdí el equilibrio, y mientras estábamos forcejeando, ella me empujó haciendo que yo resbalara y cayera del tejado.

Solté un jadeo en cuanto mi cuerpo fue atravesado por las vallas de la mansión, se escuchó un disparo, el grito desgarrador de la señora Beatrice y un gemido de dolor de Brown.

Todo paso en una fracción de segundo, miré hacia mi vientre donde sobresalían las vallas, mi ropa manchada de sangre y mi cuerpo pidiéndome un descanso.

La sangre comenzó a salir por todos mis orificios, impidiéndome ver, impidiéndome sentir, impidiéndome respirar.




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