NORA CORAZÓN.
Era el año de 1800. El poblado de la Familia Corazón, estaba compuesto por una
pequeña localidad, en donde la gente era amable y aristócrata. No se permitía
que la luz del mundo se diera por enterado de los pecados que solo la oscuridad ayudaba
a salvaguardar: para conservar sus buenos apelativos, tradiciones y costumbres de
alcurnia. La historia que les voy a relatar, es sobre la guerra social y política que afrontaba
el poblado Corazón, en donde la señorita Nora Corazón y el ilustre soldado de caballería
de la población se despedían.
¡Volveré a ti! Me dijo mi amado Emiliano, nuestra despedida era en aquel escenario de
densa niebla, donde apenas se percibían nuestras fisonomías, escondiéndose del qué
dirán, y solo se escuchaba el eco de nuestras lastimeras palabras de un hasta pronto. Así
transcurrieron algunos meses, él había prometido regresar pronto, nos escribiríamos
todos los días, tristemente mi tía Lucrecia Corazón Riversol, era una mujer atormentada
por los fantasmas de algún amor sin cristalizar. Diariamente solía reprocharme el estar
en cinta, me repetía ordinariamente que, al nacer mi criatura, la arrancaría de mis brazos
y la desaparecería, llegó al punto de comprometerme con el capataz a quien de la noche
a la mañana ofreció títulos y peculio para hacerlo pasar por un ilustre gallardo.
—Es suficiente, por casi ocho meses has estado denigrando nuestros apelativos,
aguardando a la espera de un fulano que seguramente ha muerto —decía mi tía sinpiedad alguna, mientras consumía su té con ese exquisito garbo, con el tacto de no
derramarlo.
—Madrina Lucrecia tiene razón. Además, su estado, aunque no se note, cualquier
boticario o partera lo descubrirá, lo cual traerá vergüenza a sus ilustres apelativos. No
parecía que Margaret la ahijada de mi tía ayudase en algo.
—De eso me voy a encargar en su debido momento, desde hoy no saldrás más
en busca de un interfecto, o me harás creer que has perdido la cordura. —Me advertía,
mientras mi nana Palmira pretendía defender:
—Pero Señorita Lucre…
— Pero nada, gracias a que la secundas en fabulas fantasiosas, es que ahora ha
manchado nuestro honor. No quiero que se vuelva a mencionar palabra alguna sobre un
muerto que la abandonó por irse a lapidar otras vidas.
— ¡Él no ha muerto! —le dije yo, se decía entre el parloteo de las siervas, que yo
había perdido la cordura, que solía abrigarme y salir todas las mañanas en busca de aquel
que un día se fue, dándome las esperanzas de volver. Desde entonces le escribí carta tras
carta, como lo habíamos acordado; pero no sucedió, fui desposada al capataz Leocadio,
tuve a mi hijo, mi tía lo arrancó de mis brazos y lo desapareció. Desde hace dos años no
se de mi hijo ni de su padre, con el tiempo he aprendido a querer a Leocadio, mas no aún
a amarlo.
Un día, mi nana Palmira me contó que mi tía era así de amargada y con funesta vida,
porque amó a un peón. Mi abuelo, infamemente, le arrancó de los brazos a su hija, fruto
de ese amor despreciado. Ella se volvió amargada, al saber que en esas mismas fechas
su hermana dio a luz, tuvo una niña fruto del amor; pero enlazada a un aristócrata, su
padre permitió ese amor, mi tía cuando mis padres fallecieron en golpe de estado, donde
la gente mataba y robaba a su antojo. Lucrecia Corazón Riversol, podría ser mi madre,
pero no la veo como tal, porque es severa con su disciplina, sus reglamentos morales y
devotos; gracias a eso me ha hecho vivir enclaustrada a su amargura.
Después de un tiempo, se publicó un informe sobre los sobrevivientes de la guerra, se
hizo público que Emiliano Sil Galiano estaba con vida. Sentí como si fuera esa planta
olvida a la que le echas agua y entonces su vida reverdece. Cuando mi tía se enteró,
manipuló a mi consorte para que asesinará al padre de mi desaparecido hijo, él, escuchó
a mi tía Lucrecia, acudió a un punto de encuentro para un enfrentamiento, habían
marcado los pasos para acabar el uno con el otro, quizás solo uno viviría o ninguno.
Escapé de casa y mi tía en cuanto lo supo, ordenó a Margaret y Palmira que le ayudasen
a prepararse para ir tras de mí.
Allí estaba yo, frente a los dos hombres que se debatían en un duelo por mí, a uno y otro
les imploré detenerse, y mi aun esposo me dijo que yo tenía la opción de salvarlos, que
eligiera con quién quería estar, dudé, no lo voy a negar, es que con Leocadio tenía una vida hecha: casa desde hacía cuatro años, había aprendido a quererlo, pero aún amaba
al padre de mi hijo, así que le pedí indulgencia, la mayor misericordia en nombre del amor,
y le dije que me quedaría con Emiliano, y que juntos encontraríamos a mi hijo.
Leocadio dijo, en contestación, que no me había podido amar porque su amor pertenecía
a Margaret, y solicitó perdón de parte de Nora Corazón, porque tanto él, como su tía
Lucrecia y Margaret, desaparecieron las cartas que Emiliano había enviado, sobornaron
al mensajero por haber sido tan vil no pudo sentirse digno de ser amado por ella, ni
pretendía que ella lo amase, durante los cuatro años de matrimonio no hubo ningún
contacto coital y nunca pretendió forzarla, porque entendía a plenitud lo que era amar a
una persona ausente. Una vez aclarado todo eso, apareció Lucrecia con un rifle de
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Editado: 15.02.2021