• ────── ✾ ────── •
Sara
—¡Sara, yo… lo siento! Te juro que hubiese dado todo por estar contigo y con la bebé, pero… —empieza a justificarse el hombre con quien lo último que quiero es hablar. No quiero verlo, escucharlo me pesa.
—¡Cállate! ¡No se te ocurra mencionar a mi hija, porque no tienes ningún derecho de hacerlo! —advierto, desviando mi mirada hacia la ventana para no tener que estrellar mis ojos contra su molestia presencia.
—¡No digas eso, hermosa! Sé que es normal que estés así, estás sufriendo por la pérdida de nuestra hija, pero te juro que pronto pasará. Pronto encargaremos otro bebé y volverás a ser feliz. Lo juro, hermosa. De verdad, lo juro…
—¡A mí no me jures nada y te largas ahora! ¡No quiero verte! Si no estuviste en casa cuando más te necesitamos. Si tus juegos y apuestas fueron más importantes que tu mujer embarazada, ve y púdrete en esos antros de porquería donde te la pasas noche y día, a mí ya no me importa. ¡Ya no espero nada de tu parte! ¡Ya no quiero absolutamente nada de ti! —Cada palabra la digo con la rabia más grande de mi vida. Con decepción, incluso con culpa, porque no supe escoger al hombre con quien compartiría mi vida, no supe escoger al padre de mis futuros hijos, ese que los amaría y los protegería por sobre todas las cosas, y estas son las consecuencias de mala elección.
—¡No seas injusta, Sara! ¡Tú no eres la única que sufres! ¡Esa bebé que murió también era mi hija! —Me tira de vuelta, con la voz entrecortada.
—¿Dónde estabas anoche, Gonzalo? —pregunto, teniendo clara la respuesta—. La bebé se adelantó, y me cansé de llamarte cuando empezaron las contracciones. Sentía que me moría con ese dolor tan insoportable. Me cansé de rogar que contestaras el teléfono porque estaba sola y estaba aterrada. En plena madrugada, debajo de un aguacero, a tu mujer le tocó manejar el auto para tratar de salvar a la bebé, porque algo en mi corazón me decía que tenía que apresurarme. No pude hacerlo. No llegué a tiempo. Y tú no apareciste. —Mis palabras, más que un reclamo para él, es un reclamo para mí, porque nunca debí aceptar mudarme para un lugar tan apartado, solo por estar con él. Nunca debí ser objeto de sus mentiras y de sus falsos “te quiero”, porque la pérdida que sufro hoy, es irreparable y me duele demasiado.
—Vete, Gonzalo. ¡Que te vayas de una vez! —Lo echo, perdiendo el control.
Una enfermera viene en mi auxilio al escuchar mis gritos, es la misma señora que me concedió el permiso de darle seno a la bebé esta mañana. Me mira preocupada y de inmediato le ordena al sujeto que salga, porque estoy muy alterada y me puede hacer daño.
—Ok, Sara. Me voy, pero hablamos en casa cuando te den el alta. Vengo por ti, y…
—No vengas por mí, y quema todo lo que encuentres mío en ese lugar que llamas casa, porque no pienso volver y no quiero nada que me recuerde que existes. Para mí, tú y ese mundo falso que pretendías construir a punta de mentiras, dejó de existir, así que no vuelvas a aparecerte en mi camino. —Sentencio, acomodándome en la camilla, me acuesto dándole la espalda, mordiéndome los labios para no derrumbarme en llanto delante de él.
—Sara, por favor —insiste, con un tono de voz bajo, e intenta acariciar mi espalda.
Me sacudo y no dejo que me toque. Ignoro su presencia. Mi corazón dolido rechaza su voz, su existencia.
—Señor, debe salir ahora. La señora está muy alterada. —La enfermera le insiste.
Lo escucho resoplar incómodo, tal vez molesto.
Escucho sus pasos al alejarse, la puerta cerrarse bruscamente, y de inmediato, desato el llanto que me estaba ahogando.
—No llore así, señora Sara. Cálmese un poco. —Me pide la señora vestida de blanco que me acaricia el cabello con cariño. —Vine a darle las gracias por lo que hizo por la pequeña esta mañana. Desde entonces está dormidita descansando, estaba agotada de tanto llorar y usted fue la única que pudo calmarla y hacerla comer.
Sus palabras me agitan el corazón. Levanto mi rostro para mirarla y creo que no tengo que decirle nada para que entienda lo que necesito que haga por mí.
—Me la deja ver un momento cuando despierte, por favor. —Ruego, por un poco más de compañía, de ese ser pequeñito que me llena tanto el corazón.
—Si eso la hace sentir mejor, dejaré que esté con la bebé, solo temo que se encariñe con ella y después, cuando tengan que despedirse, su tristeza sea más grande.
—Démosle tiempo a tiempo, ¿sí? Yo sabré lidiar con esto que llevo dentro, cuando llegue el momento. Ahora, solo me importa poder darle un poco de amor a esa bebé que perdió a su madre y que su padre parece no tener el corazón dispuesto para venir a verla… Ella necesita que alguien la consuele y la mantenga con vida mientras sus órganos se hagan más fuerte, y yo puedo ser esa persona, por lo menos mientras se fortalece y ya no necesite la incubadora. —Hablo calmada, centrada en que esa será una bonita misión por lo menos unos días.
—Prométame que no va a sufrir más por esto. Que cuando le den de alta, usted estará tranquila y volverá a renacer. — Contrarresta preocupada.
Asiento de inmediato, aunque no estoy segura de poder cumplir esta promesa. Sin embargo, si quiero que me deje alimentar y cuidar de esa inocente criatura, mientras las dos estemos en este hospital, tengo que engañarme a mí misma y hacerme creer que todo estará bien para mí, cuando llegue la despedida…