Nostalgia de un Ángel

8. ¿Tú?

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Sara

Doblo con cuidado cada prenda y la guardo en la maleta azul que reposa sobre mi cama. No llevo muchas cosas, solo lo necesario. El resto… El resto que llevo son dosis gigantes de fe.

Mamá está de pie junto a la puerta, mirándome con tintes de amor y angustia muy marcados en sus ojos. Está cruzada de brazos, analizando la situación, como si buscaran una razón convincente para detenerme sin lastimarme.

—Esa niña no es tu bebé, mi amor. No quiero tener que recordarte esto, porque soy la última persona que quiere herirte. —Su voz se quiebra, suave, temerosa por intentar hacerme entrar en razón —. Pero, tienes que aceptarlo. No puedes seguir aferrándote a algo que no te pertenece.

Respiro profundo, deteniéndome en el acto. La ropa se me escapa de las manos y me siento al borde de la cama, mirando el suelo como si allí pudiera hallar la respuesta.

—Lo sé, mamá —respondo con sinceridad, levantando la mirada hacia ella—. Sé que no es mi bebé. Aún lloro a mi nena porque estoy consciente de que la hija que nació de mi vientre… ya no está. Y aunque me duela no tenerla conmigo, comprendo y acepto que mi niña es un angelito que se fue al cielo. Ella es mi angelito personal.

—Entonces, ¿por qué haces esto, Sari? ¿Por qué te aferras tanto a esa bebé? —pregunta acercándose, con los ojos humedecidos—. Me da miedo verte sufrir, me inquieta que en un tiempo tu corazón sea marcado con otro sufrimiento y te deje devastada. Estoy muy preocupada por ti, nena —insiste.

Me pongo de pie, camino hacia ella, y tomo sus manos entre las mías. Están tibias y llenas de amor.

—Porque cuando la tengo en mis brazos, mamá, siento algo que no puedo explicar. Su mami se fue y aunque parezca irreal y loco de mi parte, quiero cuidarla porque la amo, pero también porque a veces pienso que tal vez ella está con mi hija en el cielo, y me está guiando para que yo cuide de la suya aquí en la tierra.

Freno un momento, acariciando algunos rizos del cabello de mi hermosa madre.

—Es bonito pensar que una mamita jamás abandona a un hijo. Yo sé que esa nena me necesita y no la voy a abandonar, mamá. No lo haré —mi voz se vuelve un susurro que nace del alma—. No estoy buscando reemplazar a mi hija, ni llenar un vacío. Esto es diferente… Esta bebé llegó para recordarme que mi corazón sigue vivo y que tengo a alguien a quien amar.

La señora que tengo enfrente me observa en silencio. Puedo notar cómo su mirada pasa de la inquietud a la comprensión que necesito ver en ella.

—Déjame seguir mi instinto, mamá. —Le pido, al tiempo que le acaricio la mejilla con ternura—. Estoy permitiendo que mi corazón me guíe, y él me está diciendo que debo estar allá. Que debo cuidar a esa bebé… aunque no tenga mi sangre.

Ella suspira hondo, como quien acepta una verdad que, aunque la inquieta, ya no puede cambiar porque su hija es terca. Se acerca más y me abraza fuerte, tan fuerte que siento cómo su amor me cubre y me cobija.

—Solo prométeme que te cuidarás, por favor —murmura sobre mi hombro—. Que no vas a romperte otra vez.

—Lo prometo —le contesto, cerrando los ojos.

Nos quedamos así un largo momento, aferradas una a la otra, dejando que el silencio hable por nosotras.

Me separo despacio y la miro con el corazón agradecido porque ella me enseñó a ser quien soy.

—Dame tu bendición, mami —le pido, en calma—. Dime que deseas que logre lo que voy tan dispuesta a conseguir en esa casa.

Ella sonríe con ternura.

—Te doy mi bendición, hija. Que Dios y los ángeles te acompañen, y que encuentres allá lo que tu corazón busca.

Sus palabras me acarician el alma. Me acerco y beso sus manos, sintiendo ese amor infinito que solo una madre puede dar.

—Te amo, mamá —susurro, y dejo un beso en cada una de sus mejillas.

—Y yo a ti, mi vida —responde, ayudándome ella misma a cerrar la maleta como muestra de su apoyo —. ¡Ánda, ve por eso que tanto anhelas! —Me impulsa.

Sonrío, le doy un último beso en la frente, salgo de la alcoba, camino con maleta en mano hasta la puerta de salida, y la mujer que tengo la dicha de llamar mamá, se queda quieta junto a la puerta mientras subo al auto.

—No olvides que siempre tendrás un hogar al que volver. —Me grita desde lejos.

—Lo sé, mami, aunque el mundo se rompa a pedazos, tus brazos siempre serán mi hogar…

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Llego a mi destino y las rejas blancas que aparecen de nuevo frente a mí, majestuosas e imponentes, se abren para dejarme pasar dándome la bienvenida.

El corazón me late tan fuerte que tengo que agarrarme el pecho con una mano para intentar calmarlo.

Siento las manos húmedas, la respiración inquieta, y una sensación extraña de estar cruzando no solo una puerta, sino un destino.

La abuela de la bebé me espera en la entrada. Su expresión es serena, me sonríe y asiente confirmando que está satisfecha porque llegué a la hora acordada. Me hace una seña con la mano para que avance.




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