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Ángel
No sé si es por la resaca que tengo que me hace delirar, o realmente estoy escuchando la voz del ángel de la locura que decidió meterse a mi habitación, a ordenarme que me levante.
Me muevo un poco sintiendo las sábanas bajo mi cuerpo. No sé cómo terminé acostado en la cama. Lo último que recuerdo es estar atragantándome con licor hasta perder la razón en el piso.
—¡Oiga! No puede seguir dormido. ¡Se le hace tarde! ¡Despierte! —Hablan con carácter zarandeándome.
Abro un ojo con dificultad porque el sol me da directo en la cara, ya que la cortina está abierta de par en par dando luz a la habitación. Siendo la boca pastosa y un dolor punzante que me perfora la cabeza.
Enfoco mi mirada en la figura que está parada al borde mi cama.
Ella está ahí, como un general al mando. De pie, erguida con los brazos cruzados y con esa mirada que no entiendo.
—Tiene que levantarse, señor. Debe bañarse, arreglarse y estar listo. En menos de dos horas tiene una reunión importante y necesita estar bien para hacerle frente.
Frunzo el ceño. ¿Reunión? ¿De qué diablos habla?
—No voy a ninguna reunión. No me jodas y déjame dormir —murmuro, arrastrando la voz.
Intento darme la vuelta y envolverme en la sabana para que la luz no me estorbe, pero…
La muy atrevida me arranca las sábanas y me empieza a jalar por un brazo. No puede moverse y se desespera; por mi parte, no me inmuto.
—No va a dormir más —me enfrenta—. Su vida se está yendo por un caño, y ni siquiera lo nota por estar borracho o dormido. —Habla y no sé de dónde saca fuerza para jalar la sabana que está debajo de mí, haciéndome caer al suelo.
Reacciono en el acto, la rabia me corroe, por lo que me paro de un salto y en segundos estoy de pie frente a ella.
La miro mal, incrédulo. ¿Quién se cree esta mujer?
Voy a reprenderla y echarla de mi vista como se merece, pero un fuerte mareo me somete, me tambaleo y sin poder evitarlo me agarro de ella para sostenerme.
Intento recomponerme, pero antes de que pueda articular palabra, me toma de la mano y me arrastra. Literalmente me jala y camino a trompicones, con el orgullo por el suelo, conducido por una loca que no sé de dónde salió.
—¿Qué demonios haces? —gruño, agarrándome la sien mientras ella empuja la puerta y entra conmigo al baño.
—Lo traigo a bañarse —dice con una autoridad que me hace dar más jaqueca.
—No quiero bañarme, solo quiero dormir —replico, intentando zafarme.
Obligado, doy pasos en el piso de mármol, está frío, me incomoda y, sin pensar, me libero del agarre y me giro para salir. Pero ella es más rápida. Me atrapa y, sin que me lo espere, se me posa enfrente. Prácticamente, me arranca la playera, me empuja de vuelta y me mete a la ducha.
En el forcejeo agarro sus brazos y, sin saber por qué, la traigo conmigo. Apoyo mi espalda en la pared y en medio del enredo su cuerpo choca contra mi pecho. El golpe de la puerta corrediza al cerrarse retumba entre los azulejos.
Me incorporo sin entender por qué tengo a una loca en mi baño peleando conmigo.
—¡Ya basta! —le lanzo una mirada helada—. ¿Qué diablos te pasa? ¿Te enloqueciste o qué rayos? —Le reclamo.
—Tal vez sí —responde, sin pestañear—. Tal vez estoy loca por pretender entrar a su vida e intentar algo que usted no quiere lograr. Pero ya estoy aquí, y no pienso irme. Créame, puedo ser la mujer más terca y obstinada de este mundo. —Me reta con su postura, con su mirada y con el tono firme de su voz.
Pienso decir algo más y sacarla, pero antes de que mi cerebro reaccione, gira la llave de la ducha, logrando que el agua fría caiga sobre nosotros.
Mi cuerpo se despabila al instante, el frío me atraviesa la piel y el aire se llena del sonido del agua rebotando el piso.
La miro incrédulo y ella ni se inmuta. Su ropa también está empapada por completo, mis ojos por instinto viajan a la transparencia de su blusa que está pegada a su pecho.
Aparto los ojos rápido, de lo que no debo ver. Y mientras yo intento procesar qué demonios está pasando, ella sigue con su atrevimiento. Como si fuera algo normal, agarra el jabón y, como si yo fuera un niño, empieza a restregarme el pecho.
—¿Qué haces? —le gruño, mirándola sin saber ni cómo sentirme —. No soy un crío para que te metas en el papel de niñera. —Hablo con los dientes apretados, clavando mi mirada en esos ojos que me expresan algo indescriptible.
—Hago mi trabajo —se encoge de hombros, sin apartar la vista de mi rostro, frotando el jabón por mis brazos con movimientos firmes—. Lo cuido. En mis funciones está bañarlo y cuidarlo como a un bebé, hasta que al señor se le dé la gana de regresar del pozo en el que se metió, para asumir sus responsabilidades. -- Me tira verdades, sin anestesia.
Se empina para estar un poco más a mi altura y sus manos con acelere, de repente hacen presión en la cabeza cuando empieza a lavar mi cabello. Cierro los ojos para que no me ardan cuando el agua enjabonada se desliza por mi rostro.