Nostalgia de un Ángel

12. Bajo mi yugo

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Ángel

Freno mis pasos y me quedo parado en la mitad del jardín cuando mis oídos captan el timbre de la puerta principal.

Una de las empleadas se apresura a abrir.

La niñera de la nena pasa por mi lado y se encamina hacia la mujer que tiene a mi hija cargada. Le dice algo llamando su atención, ella levanta la vista y sus ojos se encuentran con los míos.

Por segundos que parecen infinitos, nos quedamos así, sin poder dejar de mirarnos. No sé qué pasará por su cabeza mientras sus ojos me observan, pero por la mía pasan muchas preguntas, entre ellas: ¿Por qué conmigo se comporta como una desquiciada queriendo gobernarme, y con mi nena es…?

La niñera llega a su punto, le recibe a la bebé y yo estoy como idiota sin poder dejar de verla.

—Señor, llegó la visita que esperaban — avisan a mi espalda, pero yo no me muevo, espero como una estatua a la chica que viene caminando a mi dirección.

Se pone frente a mí, con esos iris que demandan seguridad. Sus mejillas se sonrojan cuando la detallo sin apartar mis ojos ni un segundo de su rostro. Me imagino que el rubor intenso que le decora el rostro es por estar recordando lo mismo que yo. Su atrevimiento, metida en mi baño, tocándome todo.

—La niñera me pidió el favor de cuidar a la bebé mientras ella le organizaba la alcoba —aclara, sin que le pregunte nada, alisando su vestido de color crema, salpicado con algunas florecitas diminutas. La prenda le talla la cintura, tiene un escote discreto, aunque se ve un poco más sensual de lo que creo que quiere verse, cuando una de las tiras que luce como mangas se le desliza por el hombro y ella inquieta las vuelve a subir a su lugar —Espero no le moleste —espeta, dándome una última mirada, antes de seguir su camino.

Me le voy detrás.

—Espera, tú y yo tenemos cosas que aclarar, —exijo siguiendo sus pasos —. No creas que he olvidado lo que hiciste en mi baño, no solo fue una imprudencia, también… —corto mi reclamo, cuando veo que se acerca al hombre elegante que espera en la sala de estar.

—Señor Franco. ¡Un placer conocerlo en persona! —Lo saluda, estirando una mano hacia él para saludarlo, pero el tipo, un poco confianzudo, le estampa un beso en la mejilla.

Dicha acción por alguna razón me incomoda. Creo que es porque estoy presente, pero al parecer soy el puto hombre invisible.

Carraspeo para hacerme notar y acorto el espacio.

—¡Caramba, Ángel, qué bueno verte! —Me dice Franco Escalona, uno de los clientes más importantes con los que estaba por firmar un contrato de millones de dólares antes de que sucediera lo de Adela.

A decir verdad, creí que ya no haríamos trato con él, porque no tenía tiempo de esperar y confirmó que se largaría a hacer negocios en otra firma. Pero, aquí está en mi casa, con una sonrisa de oreja a oreja, coqueteando con quien lo invita al despacho donde se llevará la reunión.

—El gusto es mío, Franco. Gracias por haberte tomado la molestia de venir hasta acá, pero aún no me queda claro cómo fue que se logró este milagro. —Me obligo a ser cortés.

—¡Hombre! Escuché la voz de esta mujer por teléfono cuando me llamó a la oficina y me dije "Tengo que conocerla". Y mi instinto no se equivocó, valió la pena porque qué hermosura te gastas como asistente. —Suelta, sin dejar de mirarla.

—Por favor, pase, tome asiento. ¿Qué le brindo? ¿Té, café, jugo o una copa de vino? —Le ofrece ella con amabilidad.

—¿Una de esas sonrisas tan bonitas que te mandas, está entre las opciones? —pregunta el hombre coqueto, sin importar que estoy detrás de ella.

Aprieto la mandíbula con un coraje que no entiendo.

—Le traeré un café, es muy temprano para beber licor —desvía su pregunta y da media vuelta casi chocándose con mi dorso.

La miro con la rabia encendida sin saber por qué.

—Ya les traigo café —me dice bajito, esquivando mi cuerpo y se apresura a la cocina.

Franco toma asiento y yo, en vez de entrar y enfocarme en la dichosa reunión, giro mi cuerpo y me voy detrás de la coqueta que le anda pelando el diente a quien no debe.

—¿Qué hiciste para convencerlo de que viniera hasta acá y retomara el contrato? —Le pregunto sin rodeo agarrándola por el brazo.

Ella me mira directo a los ojos sin mostrar ni una pizca de cobardía. Es soberbia.

— No sé quién eres. De un momento a otro te metes en mi casa, en mi vida y hasta en mi baño, haces conmigo lo que te viene en gana, y ahora... Te pones de coqueta en mis narices con el primer imbécil que cruza la puerta. ¿Qué le ofreciste para que se diera a la tarea de atravesar toda la ciudad para firmar un acuerdo del que ya había desistido? —insisto, hablando bajito con mi rostro muy pegado al suyo.

Ella no responde nada, se suelta de mi agarre y da varios pasos siguiendo su camino. Y yo, en vez de razonar y dejar de preguntar lo que no me importa, la atrapo y la acorralo en una esquina. Trata de alejarme, pero no puede; mi fuerza la supera, porque aprieto mis manos en sus caderas como si tuviera ese derecho.




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