Nostalgia de un Ángel

13. ¿Qué rayos fue eso?

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Sara

No sé qué clase de psicóloga soy, pero mis actos dejan mucho que pensar.

Siento que perdí el juicio, y eso es totalmente culpa del sujeto que me mira en este momento como si estuviera en su sueño.

Lo veo fruncir el ceño.

—¿Qué haces ahí, sentada, mirándome? ¿También vigilas mi sueño? —pregunta muy bajito, su ironía es evidente.

—Le advertí que lo iba a obligar —le recuerdo con calma, sentada al borde de su cama, observando cada gesto que hace.

Está despeinado, con la mandíbula tensa como siempre, y con los ojos visiblemente nublados por el alcohol y el cansancio.

—Estoy esperando. Me muero por saber qué es lo que vas a hacer para obligarme —responde con ese tono arrogante en el que intenta enjaular su nobleza.

Sonrío, logrando que su frente se arrugue aún más.

—Perfecto, porque ya lo hice —susurro, notando que tanto alcohol como de verdad lo tiene atontado, porque aún no ha sentido que sus manos están prisioneras.

Parpadea, incrédulo, levanta la cabeza e intenta sentarse, pero…

—¿Qué mierda es esto? —pregunta serio, tirando de las manos, haciendo rechinar el metal.

—Asegurarme de que no escape —respondo, tranquila—. Lo soltaré cuando coma.

—Suelta esto ahora mismo. No seas atrevida —gruñe, jalando con fuerza. Pero no puede hacer nada. Está atrapado y tiene que obedecerme, sí o sí.

—No. —Suelto una negación rotunda.

En el acto su mirada se endurece más, recibiendo mi negativa como un insulto.

—Sara, deja tus juegos. No seas infantil. ¿Estás demente o qué? —Me reclama, pronunciando mi nombre con su voz ronca. Está enojado, muy, pero muy enojado.

—¿Va a comer? —Pregunto, confirmándole con mi postura, que estamos en negociaciones para llegar a un acuerdo.

—Estás tirando la poca paciencia que me queda. ¡Quítame esta mierda! —vuelve a exigir.

Y yo, vuelvo a negar.

—¿Estás consciente de lo que haces, cierto? Porque, habrá consecuencias. Yo no me quedo con nada, todas las que me hacen me las cobro y, por alguna razón, tu actitud de cabra loca estimula más ese impulso —amenaza con sus ojos ardiendo de ira.

Me cruzo de brazos como si no lo tuviera enfrente con ganas de soltarse para ahorcarme.

—Si con este atrevimiento logro que coma, valdrá la pena la penitencia que me ponga. Así que no me importa lo que diga, no lo soltaré, y punto.

—Pero… ¿Quién carajos piensas que soy? ¿Un maldito monigote que puedes manipular? Increíble… estoy amarrado en mi propia cama, ¿por qué me quieres dar una lección?

—Pues sí, no lo niego. Quiero quitarle la terquedad de no querer alimentarse.

—¡Esto es absurdo! ¡Suéltame que me estoy orinando! ¡Debo ir al baño o me puedo mear en la cama! —ruge, jalando otra vez de las esposas, con los músculos de sus brazos, tensándose bajo la camisa medio abierta.

—Orínese. Mojar la cama no lo matará, pero no comer sí. Así que ande, hágase pipí en la cama, porque no lo soltaré.

Mi tranquilidad al momento de enfrentarlo y desafiarlo lo desespera. Las esposas tintinean más fuerte cuando hace un intento por zafarse, y vuelve a mirarme con los ojos endiablados.

—Sara, deja tu puta locura y suéltame. Esto no es divertido. No tienes derecho a hacerme esto —ladra con los dientes apretados.

—Tengo el deber de cuidarlo, eso me da derecho a usar mis métodos si usted anda de terco —respondo firme.

—¡Qué sueltes esta vaina, carajo! De la única manera en que me gustaría ser atado es para otros fines… y no te veo en panti ni con liguero, así que deja la joda y desátame.

Su comentario me da calor. Mi corazón se detiene un segundo, y siento un cosquilleo que me sube por la espalda. Trago saliva cuando mi pensamiento se eleva a la escena que acaba de insinuar.

—No intente enredarme con sus insinuaciones, porque no lo conseguirá.

—Entonces, suéltame antes de que esto se salga de control —advierte con la voz ronca, peligrosa.

—Ya se salió de control —le replico, alzando el mentón—. ¿Quiere que lo suelte? Coma primero.

Él resopla, furioso, su pecho sube y baja y sus ojos destellan coraje.

—Eres una demente. Una inconsciente que no tiene ni idea del lío en el que se está metiendo conmigo. Yo no te conozco, no tenía ni idea de que tus alcances fueran a llegar tan lejos, pero… Tú a mí tampoco me conoces, y no te imaginas todo lo que puedo llegar a hacer para disfrutar mi desquite. —Vuelve a amenazar.

—No me importa su desquite, y tampoco me importa lo que sea que se le esté cruzando hacerme. Usted es un malagradecido. Yo solo quiero que coma, ¿cuál es el bendito problema? Lo estoy cuidando.—Me molesto y empiezo a discutir con él otra vez. Ya tuve paciencia, quise llegar a feliz término con él, pero no colabora y una se cansa.

—No te pedí que me cuidaras. Te pedí que me dejaras en paz.




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