Nostalgia de un Ángel

14. La señora de la casa

• ────── ✾ ────── •

Sara

Llego a mi consultorio casi corriendo, con el corazón todavía acelerado… aunque no sé si por la carrera desde el parqueadero o por el recuerdo delicioso de lo que pasó hace dos noches

Respiro profundo. Profesional, Sara. Muy profesional. —Me digo mentalmente, porque este es mi sitio de trabajo y debo centrarme.

Lo dejé todo abandonado, para ir a perseguir los deseos de mi corazón. Hoy me veo obligada a regresar muy temprano porque una de mis pacientes me necesita con urgencia. Aunque, creo que yo la necesito más a ella, porque siento que si no hablo con alguien, el pecho se me va a estallar.

Entro al lugar donde trabajo y está impecable, como siempre: paredes en tonos crema, mi sillón esquinero, la lámpara dorada que logra un ambiente más cálido, y ese aroma a vainilla suave que hace que mis pacientes crean que estoy más equilibrada de lo que en realidad estoy.

—Doctora, buenos días —me dice Enai, mi secretaria, con una sonrisa linda —. Tiene la agenda llena. Todos quieren verla. Literalmente, todos. No dejan de llamar a preguntar cuando regresa de sus vacaciones.

—Ajá… sí… Diles que no tienes ni idea, que los contactaras cuando pueda atenderlos —respondo caminando hacia mi oficina —. ¿Ale ya llegó? —pregunto por la chica que me amenazó con el cuento de que si no la atendía hoy, se tiraba de un puente.

—Sí, doctora, está en su consultorio —Me confirma.

Abro la puerta y veo a Alejandra Ortiz, mi paciente y mejor amiga, comiéndose las uñas mientras mira la pantalla de su móvil. Me imagino leyendo mensajes de su exmarido tóxico.

Entro soltando un suspiro y me tiro en el mueble sonriendo como una idiota.

—¿Te sientes bien? —pregunta, entrecerrando los ojos mientras se sienta en el diván—. Estás… roja y estás riéndote sola. ¡Me preocupas!

—Estoy perfecta — respondo explayando mis dientes. No puedo borrar mi sonrisa.

—¿Qué hiciste, Sara? ¿Esa mirada y esa risa a qué se deben? —Pregunta curiosa, y solo eso necesito para dispararme, a contarle todo eso que me dejó ese explosivo encuentro con el hombre que se robó mi cordura.

—¡Ale…! —suspiro, llevo la mano al pecho y me dejo caer en el sillón como si fuera la paciente histérica del día—. ¡No sé qué me pasa! Solo, me basta con mirarlo para perderme a mí misma. Te juro que, no puedo controlarme, porque él provoca un incendio en mí, y despierta fibras en mi ser que no sabía que existían.

—Sara… —. Yo vine porque llevo dos noches procesando si debo volver o no con ese estúpido que no deja escribirme y pedirme una oportunidad. Pero ¡tú, vienes peor que yo!

—Sí, estoy jodida —digo mientras hago un gesto dramático con la mano—. Esto es una emergencia emocional. ¡NIVEL ROJO! ¡Ángel, me tiene mal!

Sus ojos se enfocan en mí, y sé que tengo su atención porque le gusta el chisme más que su exmarido.

—Hace dos noches… —empiezo, y mis mejillas se calientan como si alguien prendiera un calefactor debajo de mi piel—. Ale… tú no entiendes lo cerca, LO CERCA que estuve de besar a mi jefe. Perdí el control y toqué sus labios. —confieso, con una sonrisa estúpidamente tonta plantada en mi cara.

La boca de Alejandra se abre.

—Ay, no… Sara, ¡NO! Tú eras la cuerda. ¿Qué pasó con la cuerda? Yo recuerdo que eras la que era normal. ¿Dónde estás? ¿Quién eres tú y qué hiciste con mi amiga sensata?

—Se fue, Ale… la cuerda se tiró por un balcón. Se esfumó. Desde que decidí entrar a la vida de ese hombre, mi yo de antes ya no está. —Comento— O sea… él estaba ahí… atado a la cama, enojado, con esa voz ronca que a mí me debilita las rodillas, con esos ojos azules hermosos ardiendo, quería matarme por el coraje que le estaba haciendo pasar. Y yo, en vez de huir de su furia. Me subí sobre él.

—¿QUÉ TE SUBISTE SOBRE ÉL? —grita ella, incorporándose.

—¡SHH! —la callo, mirando a la puerta como si alguien pudiera escuchar—. ¡Sí! ¡Lo monté! De un impulso, cuando me vi, fue sobre su regazo. O sea… Encima de su cuerpo. Directo. Ahí. —Le cuento, sin poder explicar todas las sensaciones que percibí en cada rincón de mi cuerpo.

Mi amiga sonríe descarada y sorprendida a la vez, porque su psicóloga ya no tiene criterio para darle un consejo.

—Sara… eres psicóloga. Psicó-lo-ga. ¿Qué parte de ética profesional entiendes? No puedes andar por ahí montando a un hombre de esa forma —Intenta centrarme.

—¡Es que no soy su psicóloga! —respondo indignada—. Soy su niñera. O algo así. —digo, sonriendo de nuevo —¡y no me regañes! ¿Qué culpa tengo yo de que ese hombre tenga todo lo que me hace soñar con él? Lo bañé y desde entonces sueño con su cuerpo. Todos los días lo miro, peleamos, nos mandamos al diablo, y luego veo esos ojos que me están enloqueciendo y me olvido del mundo. Y su boca… ¡Dios, esa bendita boca me seca la garganta, porque me muero por un beso suyo!

—¿Te mueres así como desear que te estampe contra la pared y pierda el control con tus labios? —pregunta mi amiga, quien hoy en vez de paciente terminó siendo mi terapeuta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.