Dicen que el amor y la música son dos de las fuerzas más poderosas del universo. En mi experiencia, también son las que más fácilmente te pueden meter en problemas.
Cuando tienes veinte años y el mundo es un escenario, crees que lo sabes todo. Que puedes mezclar la ambición con el romance sin que la canción se desafine. Y luego, un día, te das cuenta de que no. Que las rupturas no solo duelen, sino que también dejan cicatrices. No hablo de las de corazón roto, sino de esas que te recuerdan, cada vez que ves a tu ex, por qué no son el uno para el otro.
¿Qué haces cuando ese ex es, también, una estrella tan grande como tú? ¿Y si, por un capricho del destino y un contrato millonario, los obligan a grabar una canción juntos? Sí, exacto. Un desastre. Un enredo viral. Un dueto que no se lleva bien.
Esta no es una historia sobre cómo nos enamoramos. Esta es una historia sobre cómo nos desenamoramos, nos volvimos a encontrar y, en el proceso, descubrimos que la música que nos unió en el pasado, podría ser la misma que nos diera la última nota. Porque a veces, las canciones que más odias son las que más te cambian la vida.