Capítulo 2
Cuando la puerta de la limusina se cerró detrás de mí, el mundo exterior desapareció. El rugido de la multitud en el Staples Center se convirtió en un murmullo lejano, y la luz de los flashes se redujo a un parpadeo fantasmagórico a través de los cristales tintados. Me sentía como si hubiera escapado de un circo, solo para descubrir que la jaula se había mudado conmigo. Me quité los tacones con un suspiro de alivio y los arrojé al otro asiento. Mi vestido, diseñado para ser un monumento a la alta costura, se sentía ahora como una prisión dorada.
—¿Puedes creerlo? —dije, más para mí misma que para Lena, que estaba sentada a mi lado, revisando su teléfono con una expresión de extrema concentración.
—¿El qué? —murmuró sin levantar la vista.
—¡Todo! —exclamé, haciendo un gesto amplio con las manos, casi golpeando el techo de la limusina. —¡Lo de Mateo! ¿Un dueto? ¿En serio? ¿Y por qué no me lo dijeron antes?
Lena finalmente levantó la vista, sus ojos se encontraron con los míos a través de la penumbra de la limusina. Su rostro, generalmente una máscara de profesionalidad, mostraba un poco de cansancio.
—Sofía, no hubo un "antes". La idea surgió la semana pasada. Fue una de esas cosas que empezaron como un 'qué pasaría si', y luego, una vez que los ejecutivos vieron los números, se convirtió en un 'esto tiene que suceder'.
—Pero… ¿por qué no me lo consultaron? Soy yo la que tiene que cantar con él.
—No se trataba de si querías. Se trataba de si era viable. Y financieramente, lo es. Muy. La discográfica ha estado en una guerra silenciosa con la de Mateo durante años. Ahora, es un 'acuerdo de paz' con una ganancia garantizada. Es una jugada maestra, te guste o no.
Me recosté en el asiento, sintiendo que la rabia se acumulaba en mi interior. —No me gusta. Para nada. La última vez que intentamos hacer música juntos, terminamos lanzándonos platos. ¿Y ahora quieren que nos pongamos en un estudio a crear magia? Es de locos.
Lena dejó escapar un suspiro cansado. Se quitó las gafas y se frotó el puente de la nariz. —Mira, sé que esto es difícil para ti. Sé lo que pasó. Pero Sofía, esto no se trata de ti y de él. Se trata de tu carrera. Del siguiente nivel. El público lo va a devorar. La gente ama las historias de segundas oportunidades, el drama de los ex, la química en el escenario. Y si eso nos da un número uno, ¿crees que te va a importar la incomodidad?
—La incomodidad es el menor de mis problemas. ¿Qué pasa si es un desastre? ¿Si el público se da cuenta de que la química no es musical, sino… caótica?, además, no quiero que los fans se enteren de lo que pasó entre nosotros, eso es privado.
—Para eso me tienen a mí —dijo con una sonrisa pequeña. —Yo soy la que tiene que encargarse de que parezca un cuento de hadas. Ya sabes, la magia de la edición.
La limusina se detuvo en un semáforo. Miré por la ventana. Las luces de la ciudad se extendían como un mar de estrellas, y me sentí, por primera vez en mucho tiempo, completamente fuera de control. El guion de mi vida, tan cuidadosamente escrito y ensayado, había sido alterado sin mi permiso.
—¿Y él? —pregunté, mi voz apenas un susurro. —¿Qué dijo él?
—Aceptó. Por supuesto. Su mánager y él lo vieron como una oportunidad de oro. Un ‘acto de buena fe’ para limpiar su imagen y, de paso, conseguir un éxito mundial.
—¿Una ‘oportunidad de oro’? —repitió, el sarcasmo se desbordaba en mi voz. —Claro, porque a Mateo nunca le ha faltado una. Es el tipo de persona que cae de pie, no importa lo que haga.
Lena no dijo nada por un momento. Solo me miró con una expresión que conocía demasiado bien. Era una mezcla de compasión y resignación, como si estuviera hablando con una niña que se negaba a comer sus verduras.
—Sofía, ya no son esos chicos de instituto. Ambos han madurado. Han tenido éxito. Son profesionales. Podrán hacerlo. Y será la cosa más grande que jamás hayas hecho. Te lo prometo.
No le creí. Pero no dije nada más. El resto del viaje transcurrió en un incómodo silencio, roto solo por el suave zumbido del motor de la limusina. Cuando llegamos a la oficina de la discográfica, mi estómago se retorcía. La fiesta que me esperaba en el hotel parecía tan lejana como un planeta lejano.
El edificio de la discográfica de Robert era un monolito de cristal y acero, una fortaleza de la industria. El vestíbulo era tan moderno que me daba dolor de cabeza, con una escultura abstracta que parecía un nudo en un cable de audífonos gigante. Tomamos el ascensor en silencio. Cada piso que subía era un latido más fuerte en mi pecho.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, nos encontramos en un pasillo minimalista. Lena me guió a una sala de conferencias con paredes de cristal, que ofrecía una vista panorámica de la ciudad. Robert ya estaba allí, sentado en la cabecera de la mesa, su sonrisa de tiburón había sido reemplazada por una expresión de seriedad.
Y entonces lo vi. Sentado a la mesa, al otro lado de Robert, estaba Mateo.
Llevaba un traje de diseñador, pero se veía como si lo hubiera tirado sobre sus hombros. Su cabello, un poco más largo que la última vez que lo había visto, caía sobre su frente. Sus ojos, esos ojos penetrantes que me conocían tan bien, se posaron en los míos en el momento en que entré. No hubo una sonrisa. No hubo un saludo. Solo un reconocimiento silencioso y tenso. Se veía tan apuesto que me dolió.