Notas Cruzadas

Capítulo 3

El apartamento de mi hermano, David, era mi santuario. Mi refugio del drama, la fama y los contratos millonarios que te obligan a trabajar con tu ex. David, tres años mayor que yo, era un oasis de normalidad en un desierto de locura. Era un profesor de física en la universidad y vivía en una burbuja feliz de ecuaciones, libros y café fuerte.

Llegué a su apartamento con la estatuilla dorada de “Mejor Sencillo” bajo el brazo y con una bolsa de papel llena de donuts de glaseado rosa. La vida es un equilibrio. Si la vida te da un dueto con un ex, te compensas con un donut. Al menos, esa era mi teoría.

—¡Sofía! —exclamó David, su rostro se iluminó cuando abrió la puerta. Me abrazó con la fuerza de un oso, levantándome del suelo. Su abrazo siempre me hacía sentir segura, como si las estrellas pudieran caerse del cielo y yo seguiría bien.

—¡Hola, David! —dije, riendo. —¡Tengo donuts y un premio!

Pasamos el resto de la noche en su sala, yo tirada en el sofá, con los pies sobre la mesita de café, y él sentado en su sillón favorito, inspeccionando mi estatuilla con la fascinación de un niño.

—Es… pesada —dijo, pesando la estatuilla en su mano. —Pensé que serían de plástico.

—Y crees bien. Pero este año se ven más pesadas. Como una manera de la industria de decirnos: 'el peso de tus expectativas recae sobre ti'.

David me miró con una ceja levantada. —¿Te sientes filosófica o solo estás deprimida?

—Ambas cosas —murmuré, tomando un sorbo de mi café.

Fue entonces cuando le solté la bomba. Con cuidado, como si estuviera desactivando un explosivo. Le conté sobre la reunión, el contrato y la canción. Le hablé del dueto. Y le dije quién sería el otro integrante.

El rostro de David se transformó. La calma de su oasis de normalidad se desvaneció, reemplazada por una expresión de pura, irrefutable furia. Sus ojos, generalmente tan tranquilos y analíticos, brillaron con una furia protectora que conocía desde que éramos niños.

—¿Te obligaron a hacerlo? —preguntó, su voz era un gruñido bajo.

—Es un acuerdo entre las discográficas. Algo que no pude rechazar.

—¿A Mateo? ¿Al mismo que te dejó sola cuando más lo necesitabas? ¿Al mismo que te rompió el corazón en mil pedazos y te dejó llorando en la ducha de nuestro apartamento?

Me encogí en el sofá, sintiendo un rubor en mis mejillas. La imagen de mi yo de hace dos años, completamente destrozada, era un recuerdo que preferiría dejar enterrado.

—No fue exactamente así, David.

—Claro que sí. Y ahora vas a trabajar con él. ¿Y qué? ¿Vas a fingir que todo está bien? ¿Que él no te rompió el corazón?

—El dueto es solo música, David. Profesionalmente.

David se levantó de su sillón y comenzó a caminar de un lado a otro. —No confío en él. No quiero que te vuelva a hacer daño. No te merece. Y no me importa lo que digan las discográficas, si te hace llorar de nuevo, lo voy a encontrar y le voy a…

—¡David! —lo interrumpí, levantándome del sofá. —¡Basta! Esto es mi decisión. Es mi trabajo. No tienes que preocuparte. Yo soy la que decide si me va a hacer daño de nuevo o no. Y no lo va a hacer.

David me miró a los ojos, su ira se transformó lentamente en preocupación. Me tomó las manos. —Solo… cuídate, ¿sí? No dejes que la fama te ciegue, Sofía. El amor que tenían, era real. Pero no fue suficiente para él. Y no quiero que te lastime de nuevo.

Lo abracé, y sentí que una parte de mí, esa parte pequeña y herida, sentía lo mismo que él. Pero el lado profesional, el que había ganado un premio importante, me recordaba que esto no era sobre el amor. Era sobre la música. O eso me repetía.

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Dos días después, me encontré parada frente a las puertas del estudio de grabación. Mi estómago se había convertido en un nudo de nervios. Lena me había dejado en la entrada.

—Serán dos semanas, Sofía. Sé profesional. No me decepciones.

—¿Y tú no vienes?

—No. Alex y yo estaremos ocupados negociando los detalles de tu gira. Además, este es un momento para que ustedes dos se conecten de nuevo, profesionalmente.

Un momento para que dos ex se conecten, pensaba yo, sintiendo una mezcla de náuseas y rabia. Entré al estudio, que era una mezcla de tecnología de vanguardia y un ambiente hogareño. Había una mesa de mezclas gigante, un par de guitarras acústicas colgadas de la pared y un sofá gigantesco en el centro de la sala. Y, por supuesto, él.

Mateo estaba sentado en el sofá, con una guitarra en la mano. La sala olía a café y a su perfume, una mezcla que me llevó de vuelta a los años de instituto. Alcé una ceja.

—¿No eres un poco dramático? Ya te has traído tu guitarra de la casa. ¿O eres de los que llevan la guitarra a todas partes?

Mateo levantó la vista y una sonrisa asomó en sus labios. —Hola, Sofía. Siempre es un placer verte.

—Lo mismo digo —dije, con un tono que no reflejaba lo que sentía. —Pensé que ya habías empezado a escribir la canción.

—Solo estoy practicando un poco. ¿Por qué no te sientas? Los chicos ya se fueron y nos dejaron solos para que tú y yo creemos la magia.




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