Si alguien me hubiera dicho hace dos años que estaría sentada en un café de diseño, bebiendo un latte con leche de avena y negociando los términos de un noviazgo falso con el hombre que me había destrozado el corazón, le habría dicho que escribiera una película de comedia romántica con esa premisa. Y aquí estábamos, viviendo precisamente eso. La vida, a veces, es solo un cliché mal escrito.
Mateo llegó diez minutos tarde, por supuesto. Siempre lo hacía, con esa arrogancia casual que me hacía querer tirarle la servilleta a la cara. Llevaba una camiseta blanca que le quedaba demasiado bien y unas gafas de sol que escondían esos ojos que, incluso en la ira, lograban desarmarme. Se deslizó en la silla frente a mí, con una carpeta de cuero bajo el brazo.
—Lo siento —dijo, sin sonar ni remotamente arrepentido. —El tráfico de Los Ángeles no respeta el arte de la simulación romántica.
—El tráfico no, pero mi tiempo sí —repliqué, sintiendo cómo se me calentaba la sangre. —Y te has traído una carpeta. ¿En serio? ¿Vamos a firmar un contrato prenupcial de nuestra mentira?
—Algo parecido —dijo, sacando un par de hojas. —Alex y Lena insistieron en que teníamos que tener un manual de procedimientos. Lo he llamado El Manual de la Falsa Felicidad. Tienes que admitir que tiene un buen marketing.
Me reí a pesar de mí misma. Era algo tan ridículo que resultaba casi adorable. Casi.
—Bien, dame el resumen. No tengo todo el día para leer la nueva Biblia de la Farsa.
—Punto número uno, el más crucial —empezó, deslizando la hoja hacia mí con la punta del dedo. —La narrativa es la química. No se nos permite discutir públicamente el pasado, bajo ninguna circunstancia. El público debe creer que esto es un romance mágico.
—¿Mágico? ¿Cómo un truco de Houdini?
—Exacto. Recuerda, somos almas gemelas separadas por el destino y reunidas por la música. No somos dos imbéciles que se lanzaron macetas de la terraza del balcón.
—Esa fue solo una maceta, y tú empezaste a gritar primero —protesté, sintiendo que el viejo resentimiento burbujeaba.
—¡Y ese es el tipo de cosas que no se dicen! —Mateo me miró con una seriedad exagerada. —Mantenlo en la esfera de lo profesional y melódico.
—Entendido. Solo armonías, nada de discordia. Siguiente punto.
—Punto número dos: Las interacciones públicas. Esto es vital. En la alfombra roja o cuando nos cacen los paparazzi, siempre tenemos que tener algún tipo de contacto físico. Mano en la espalda, mano en el antebrazo. Y —hizo una pausa, sus ojos se detuvieron en los míos, y por un instante, la chispa fue real, no actuada—, tiene que parecer que no podemos mantener las manos quietas.
—Ay, Dios mío. ¿Estás sugiriendo que tengo que actuar como una adolescente hormonal?
—No, estoy sugiriendo que tienes que actuar como Sofía, la estrella de pop que está irresistiblemente enamorada del chico malo que le robó el corazón. Que te recuerdo, no se escapó de la vida real.
—Y que me costó un año de terapia.
Mateo suspiró, el humor se desvaneció un poco. —Mira, Sofía, no me lo pongas más difícil de lo que ya es. Esto no es divertido para mí tampoco. Pero si vamos a hacerlo, hagámoslo bien. Si la gente cree que estamos jodidamente locos el uno por el otro, nadie se meterá con la música.
Esa declaración me detuvo en seco. Tenía razón. A pesar de mi orgullo, la música era lo primero.
—Bien —cedí. —Pero hay reglas de mi parte. Número uno: cero manos en la cintura. Mi estilista me mataría si me dejas marcas de dedos en el vestido. Si quieres contacto físico, que sea un agarre de hombro o una mano en mi brazo.
—De acuerdo. Protocolo de agarre: solo extremidades superiores. ¿Algo más?
—Sí. Número dos: no puedes traerme café. La última vez que me trajiste café, tenía demasiado azúcar. Y sabía que lo hacías a propósito.
Mateo se echó a reír, un sonido cálido y familiar que me hizo sentir una punzada extraña. —Era un chiste, Sofía. Un chiste de novios.
—No me hacen gracia tus chistes. Y ahora no somos novios. No reales.
—Entendido. Nada de café. Siguiente punto de mi parte: la distancia de seguridad. En el estudio, cuando no estemos grabando o componiendo, mantendremos una distancia de tres metros. No quiero que pienses que estoy tratando de invadir tu espacio.
—Perfecto —dije, agradecida. —Así podré concentrarme.
El resto de la reunión fue una comedia absurda. Acordamos los hashtags que usaríamos (#NotasCruzadas y #ElDestinoNosUnió), el nombre del restaurante al que iríamos para la primera "cita oficial" con paparazzi ("Algo que se vea caro y donde no tengamos que hablar demasiado"), y el hecho de que no podíamos hablar de la "bajista de jazz" bajo ninguna circunstancia. Cuando terminamos, sentí que acababa de aprobar un examen de lógica.
—Bien —dijo Mateo, recogiendo su carpeta. —Supongo que eso es todo. Nos vemos mañana en el estudio para empezar con la letra de "Notas Cruzadas".
—No puedo esperar —dije, con el sarcasmo goteando de mi voz.
<<<..<<<