Notas Cruzadas

Capítulo 6

El reloj de pared de mi cocina marcaba las dos de la tarde, pero yo seguía en pijama. Mi elegante y minimalista apartamento, diseñado para ser un refugio de paz, en ese momento se sentía como una celda de aislamiento. La mañana había sido oficialmente declarada "Día de Recuperación Emocional" y, por lo tanto, había cancelado la sesión de estudio. Lena me había enviado una cadena de emojis de enojo, pero por una vez, me importaba un bledo el cronograma de la discográfica.

Me había tirado en el sofá, envuelta en una manta de cachemira, con la televisión encendida en un canal de noticias de entretenimiento. La pantalla parpadeaba con imágenes de la noche anterior.

—¡El beso que paralizó Hollywood! —gritaba una presentadora, con el pelo tan perfectamente rubio que parecía hecho de LEGO. —Nadie vio venir este romance. Sofía y Mateo, dos titanes del pop que, al parecer, han estado ocultando su amorío. Fuentes cercanas a la pareja aseguran que la química de su dueto ha sido la chispa que encendió esta pasión.

Una foto de nuestro beso en la alfombra roja llenó la pantalla. Mi mano agarrada a su solapa. Su rostro inclinado hacia el mío, la intensidad en sus ojos. Se veía espectacular. Se veía real.

—¡La química musical ha trascendido al romance! —exclamó la presentadora, con la voz ahogada en drama. —Recordemos que Sofía y Mateo nunca han sido vistos juntos en público fuera de eventos profesionales, y la noticia de este amor ha tomado al mundo por sorpresa. ¡Estamos ante la nueva pareja de oro de la música!

Apagué el televisor con un suspiro. Tenían razón. El mundo estaba enloquecido. Nuestro Manual de la Falsa Felicidad estaba funcionando a la perfección, tan bien que había borrado cualquier rastro de nuestra antigua vida. Para la prensa, éramos solo dos superestrellas que habían descubierto la pasión hace una semana. Nadie sabía del apartamento compartido, de la Sinfonía en Azul, y mucho menos del dolor que nos había desgarrado.

Me hundí más en el sofá. La soledad era un precio caro que pagar por el éxito. Era irónico: mi apartamento estaba lleno de lujos, pero vacío de vida. David me había llamado cinco veces para preguntar si me había mudado a Marte, pero no había querido contestar. Necesitaba este tiempo a solas, un espacio seguro donde no tuviera que sonreír ni actuar.

De repente, escuché el timbre de mi apartamento. Tres toques breves y urgentes. No podía ser Lena; ella tenía mi código. Me acerqué con cautela a la puerta y miré por la mirilla.

Era él. Mateo. Llevaba una gorra de béisbol, una sudadera con capucha y una expresión de tensión que me decía que no estaba allí para hablar de la letra de la canción.

Abrí la puerta solo lo suficiente para que me viera. —¿Qué haces aquí? No estamos trabajando. Cancelé la sesión.

—Lo sé. Pero… necesito hablar contigo. Cinco minutos. Por favor, Sofía.

Había algo en su tono, una desesperación tranquila, que me hizo ceder. Abrí la puerta. Él entró, quitándose la gorra y la capucha. Su cabello estaba un poco revuelto, y sus ojos, generalmente tan penetrantes, estaban cansados.

—¿Por qué no me llamaste? —pregunté, cruzándome de brazos.

—Porque sabías que no contestaría. Y tenemos que hablar de anoche. Lo siento. Fui un idiota.

—No fuiste un idiota. Fuiste muy claro. Y te agradezco la claridad, Mateo. Pero no puedes besarme así y luego darme una lista de reglas sobre la amistad.

Mateo se frotó la frente. Caminó hasta mi ventanal, mirando la ciudad. Se veía tan solo como yo me sentía.

—Lo hice porque… porque cuando te besé, por un segundo, se sintió demasiado real. Y me asustó, Sofía. No quiero volver allí. No podemos volver allí.

—¿Y dónde está 'allí', Mateo? —pregunté, acercándome a él, sintiendo que esta conversación era inevitable. —No podemos pretender que podemos trabajar juntos, crear esta farsa de amor, sin siquiera hablar de lo que pasó.

—Ya lo hablamos en el pasado.

—No, no lo hicimos. No de verdad. Nos gritamos, nos lanzamos culpas, nos hicimos daño. Pero nunca hablamos de la razón por la que explotamos. La razón por la que perdimos todo, Mateo.

Me detuve. La palabra clave, la palabra que siempre evitábamos, flotó en el aire: perdimos.

Mateo no se movió. Su espalda seguía hacia mí, pero podía ver cómo sus hombros se tensaban.

—Sofía, por favor. No ahora.

—Sí, ahora —insistí, sintiendo que la rabia y el dolor se fusionaban en mi garganta. —Para poder cerrar este capítulo, para que pueda ser solo tu socia de negocios, necesito que seamos honestos. Necesito que hablemos de nuestro bebé, Mateo. De nuestra hija.

Esa era la verdad brutal. Habíamos perdido a nuestra hija, Amelia, en el quinto mes de embarazo. El golpe había sido catastrófico. Yo me había sumido en la depresión. Él se había ahogado en el trabajo y el alcohol. El amor que nos había unido no pudo sobrevivir a la pena.

Mateo finalmente se giró. Sus ojos estaban inyectados en sangre, no de ira, sino de dolor reprimido.

—¡No puedo hablar de eso, Sofía! —Su voz se quebró. —¡No puedo! ¿Crees que yo no quiero? ¿Crees que no pienso en ella todos los días? ¡Perdí dos cosas a la vez! ¡A ella y a ti! Y si empezamos a hablar de eso, si abrimos esa caja, vamos a volver a esa oscuridad. Y no voy a permitirlo. No puedo. No estoy lo suficientemente fuerte para volver a perderte.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.