Notas Cruzadas

Capítulo 12

Teníamos que asistir a la fiesta de cumpleaños de Leo Vance, un cantante famoso conocido por sus fiestas tan exclusivas como fotografiables. Era el lugar perfecto para consolidar el mito de la Pareja de Oro antes de que me fuera al exilio autoimpuesto en la cabina de grabación.

Me vestí con un traje de pantalón blanco inmaculado, diseñado para proyectar sofisticación y una inalcanzable frialdad. No quería vapor, no quería seda. Quería armadura.

Mateo llegó puntual a mi apartamento. Llevaba un traje oscuro que le sentaba ridículamente bien, lo cual era irritante. Entró, me miró, y su expresión se endureció.

—Luz brillante, Sofía. Bien. La prensa va a adorar esto.

—Ese es el punto, Mateo —respondí, dándole un vistazo final a mi bolso. —Cero sorpresas.

En la limusina, el silencio era tan ensordecedor que casi podías escuchar la música de la fiesta a kilómetros de distancia. Esta vez, ni siquiera se sentaron juntos. Yo estaba en una esquina, él en la otra.

—Recuerda el protocolo —dijo Mateo, rompiendo el silencio antes de llegar. —Al llegar: mano entrelazada, tres minutos de sonrisas, un beso de diez segundos en la mejilla, y nos dirigimos a la zona VIP.

—Comprendido. Y en la zona VIP: treinta minutos de risas falsas, elogios a tu inteligencia y un constante toque de mi mano para que parezca que no puedes vivir sin mí. ¿Lo tengo bien?

Mateo cerró los ojos por un segundo. —Simplemente actúa, Sofía. No te burles de nuestro acuerdo.

—¿Y tú no te burles de mi inteligencia, Mateo? Soy la experta en drama. Y tú eres el experto en huir.

No respondió. El juego de la contención se había vuelto insoportable.

Llegamos a la mansión de Leo Vance. Al salir del coche, las luces estallaron. Automáticamente, nuestras manos se entrelazaron. Mi sonrisa de "enamorada" se encendió, y la de Mateo se activó. Funcionábamos como una máquina perfectamente engrasada, diseñada para la venta de fantasías.

Cruzamos la alfombra roja improvisada, posamos para las fotos, y cumplimos con el beso de diez segundos en la mejilla, que se sintió tan falso como el pelo de la presentadora de noticias de entretenimiento.

Una vez dentro, el caos. Música electrónica vibrante, gente con demasiado dinero y pocas inhibiciones. Mateo nos guio a una mesa pequeña, casi escondida en la esquina de la terraza, lejos del centro de la acción. Era la mesa de la pareja que quiere intimidad, pero que en realidad solo quiere evitar el contacto humano real.

Nos sentamos. El silencio regresó, pero esta vez, bajo el asalto de la música a todo volumen.

Mateo me observó. Me miró fijamente, con el ceño fruncido. Él no era bueno en el silencio forzado.

—Sofía —dijo, inclinándose hacia mí para que pudiera escucharlo por encima de la música. —¿Qué te pasa?

—¿Disculpa?

—Me refiero a que... hace una semana que no mantienes una conversación real. Solo hablas en sarcasmo o en comunicado de prensa. Estás distante.

—No sé de qué hablas, socio —respondí, tomando un sorbo de mi copa con una calma deliberada. —Estoy perfectamente bien. De hecho, estoy eufórica. Mi nuevo sencillo está listo para grabar, mi concierto está agotado y tengo al novio más dedicado del mundo fingiendo que lo adoro. ¿Qué podría ir mal?

—No te hagas la tonta. Estás distraída. En el estudio, has estado tan fría que parece que grabaste tu parte desde el Polo Norte. No me miras. ¿Es por lo que dije en la limusina?

—¿Lo de que somos amigos y que te preocupas por mí? ¿O lo de que no pasará nada más entre nosotros porque tienes miedo y Aura te excita más? No estoy segura a qué declaración de intenciones te refieres.

Mateo se puso tenso. Su mandíbula se apretó.

—Estoy preocupado por ti, Sofía. Honestamente. No eres tú. Puedes estar molesta por lo que dije, y lo entiendo, pero no me ignores. Me tienes aquí, obligado a estar a tu lado. Al menos, háblame.

—Estoy hablando contigo. Te estoy diciendo que estoy perfectamente bien.

—No, no lo estás. Desde que tocamos 'Sinfonía en Azul', has estado...

—...lista para la siguiente fase de mi carrera —lo interrumpí con una sonrisa exagerada. —Tómalo como profesionalismo, Mateo. Me diste la línea de meta: negocios. Y eso es lo que te estoy dando. Ya no hay más arena, ni más besos impulsivos. Ya tienes tu pareja profesional y yo tengo mi cheque. ¡Felicidades!

Mateo abrió la boca para replicar, sus ojos llenos de una frustración genuina, pero justo en ese momento, una sombra alta se cernió sobre nuestra mesa.

—¡Mateo! ¡Sofía! ¡No puedo creer que se escondan en la oscuridad! ¡Están haciendo un sold out en la fiesta!

Era Mark Easton, un famoso productor. La conversación sobre nuestra relación personal se evaporó instantáneamente. Mateo se puso de pie, su expresión cambió de la frustración a la cordialidad. Se fue. El momento se había ido.

Aproveché la interrupción. Ya había cumplido con mi cuota de "intimidad" con Mateo. Me levanté y me dirigí a la multitud, dejando a Mateo inmerso en una conversación sobre porcentajes de regalías.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.