Notas Cruzadas

Capítulo 14

Ahí estábamos. El hombre que me había roto el corazón hacía dos años y yo, sentados en mi sofá, bajo la tenue luz de una lámpara de lectura, con una caja de pizza de cartón como altar. Íbamos a desenterrar un dolor tan grande que ni siquiera la revista Rolling Stone se atrevió a publicarlo. Yo ya estaba pensando en el inevitable ardor de estómago. Lo normal en mi vida.

La proposición de Mateo de "sacar toda la mierda" había sido tan dramática y tan ridículamente sincera que me desarmó. Era el Mateo que recordaba: el que enfrentaba los problemas emocionales con la misma teatralidad con la que enfrentaba un estadio lleno de fans. Siempre tenía que ser la "gran catarsis".

—De acuerdo, Mateo —repetí, mi voz era un poco más temblorosa de lo que me gustaría admitir. —Empecemos con la culpa. Dime por qué crees que te culpas por la muerte de Amelia. Y por favor, omite los solos de guitarra.

Mateo se apoyó en el sofá, su codo rozando mi cojín favorito. La cercanía, después de una semana de evitar hasta respirar el mismo aire, era casi asfixiante. Me miró, y en sus ojos vi el torbellino. No era el miedo a la prensa o a Lena. Era el miedo real, el que te hace querer correr a otro continente.

—Es... es absurdo, lo sé —empezó, su voz era apenas un susurro. —Pero la noche que... que pasó... yo no estaba allí. Estaba en el estudio, obsesionado con terminar ese maldito álbum. El álbum más importante de mi carrera, ¿recuerdas? Tú me llamaste a las dos de la mañana, llorando. Y yo te dije que... que no podías estar tan estresada, que eso no le hacía bien al bebé.

Mateo cerró los ojos, el dolor le surcaba la cara. —Fui un imbécil. Fui egoísta. Creí que mi trabajo era más importante que nuestra vida. Me había convertido en un cliché: el artista que abandona a su familia por su obra. Y cuando... cuando pasó lo de Amelia, mi mente simplemente lo conectó: si no hubiera sido tan arrogante, si hubiera estado en casa, si no te hubiera presionado por el estrés...

—...podrías haberlo evitado —terminé la frase por él. Era el monstruo que ambos cargábamos.

—Sí —susurró Mateo. —Sentí que yo la había matado con mi negligencia. Con mi ambición. ¿Cómo podía mirarte a la cara, Sofía? ¿Cómo podía pretender que éramos una pareja feliz y funcional cuando yo sentía que había fallado en lo más básico? Fui un cobarde. Y en lugar de enfrentar el dolor contigo, huí. Me fui a la gira, me escondí en la música. Y te dejé. Porque sentía que no merecía ni tu amor ni tu odio. Merecía el castigo, y el castigo era la soledad.

Hubo un silencio. Mateo me acababa de entregar el corazón. Era una confesión dolorosa, desgarradora, y, honestamente, muy Mateo. Su culpa era una ópera grandiosa. No era la culpa de un hombre que olvidó sacar la basura; era la culpa de un héroe trágico que condenó a su reino.

—Gracias por la sinopsis del drama, Mateo —dije, y por fin, mi cinismo regresó, dándome la armadura que necesitaba. —Es una trama excelente. Muy adecuada para tu próximo video musical.

—Sofía, no estoy siendo dramático. Estoy siendo honesto.

—Lo sé. Y por eso te lo agradezco. Pero ahora es mi turno de ser honesta, y te juro que mi honestidad no va a tener violines de fondo.

Me giré por completo para encararlo. Mis manos estaban apretadas sobre mis rodillas.

—Tu culpa es real. Lo entiendo. Pero tu solución fue una basura. Tú huiste a la "soledad del castigo", pero a mí me dejaste con la soledad real. Yo estaba en nuestro apartamento, rodeada de las cosas de bebé que nunca usamos, de llamadas de mi madre preguntando por ti, y de un vacío que dolía físicamente. Me convertiste en la villana, Mateo. ¿Sabes lo que es la gente diciéndote que te veías "tan rota" mientras tu ex estaba en una isla componiendo su obra maestra? Tú te llevaste el privilegio del luto público, y a mí me dejaste con la responsabilidad de la fortaleza.

Me incliné hacia él, la rabia borrando cualquier recuerdo de la pizza.

—Y no solo eso. El Muro de Papel. No, no. El Manual de la Falsa Felicidad. Cuando volviste, en lugar de decirme, 'Oye, Sofía, me arrepiento de haber sido un cobarde, quiero que hablemos de Amelia', ¿qué hiciste? Me ofreciste un contrato de simulación. Tuviste que venir a mi apartamento, besarme, y luego dedicarme la canción que me recuerda mi mayor dolor en un estadio, ¡todo para vendernos como la pareja del año! ¿Y luego qué? ¿Luego te asustas y usas a Lucas como excusa para regañarme, como si yo fuera tu propiedad y no tu socia?

—¡Y lo de Aura! —grité, un poco más fuerte de lo que pretendía. —No me duele que coquetee contigo, me duele que me miraras con esa chispa de desafío, como diciéndome: Mírame, Sofía. Hay otras que no son tan complicadas y no tienen un pasado muerto conmigo. Eso fue deliberadamente cruel.

Mateo había estado escuchando, con el rostro hundido en sus manos. Cuando levantó la cabeza, ya no había enojo, solo una profunda tristeza.

—Fui deliberadamente cruel. Lo admito. Pero no fue por despecho. Fue por miedo. Quería que me odiaras. Quería que te fueras, porque si me odiabas, yo no tendría que lidiar con la esperanza de que volviéramos y yo fallara de nuevo. Era más fácil ser un cretino que un hombre roto.

—Pues misión cumplida, cre-tino —dije, mi voz se quebró.

Las lágrimas, que había prometido a Lena que no derramaría en público, inundaron mis ojos. No eran lágrimas de ira, sino de agotamiento. Estábamos a salvo, lejos de los focos, y por fin, el muro de papel se había derrumbado por completo.




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