La mañana después de nuestra "Sesión de Exorcismo y Pizza Fría" se sintió extrañamente liviana. Me desperté sin el nudo de ansiedad en el estómago que me había acompañado durante dos años. Mateo se había ido mucho antes de que el sol saliera, dejando una nota en la encimera: “Gracias por el desahogo. Necesito comprar café sin piña para los próximos 20 años. Nos vemos en el estudio. Y no te preocupes, no crucé la frontera del sofá.”
La tregua estaba firmada, pero ahora venía la parte más difícil: la vida real, que, en nuestro caso, era terminar un dueto sobre el amor eterno mientras nos mirábamos con la cautela de dos gatos que acaban de firmar un armisticio.
Llegué al estudio lista para grabar mi parte final de “Notas Cruzadas”. La cabina de grabación, que antes se sentía como una prisión, ahora se sentía como un confesionario.
Mateo estaba allí, con su productor y su ingeniero de sonido. El ambiente era profesional, pero diferente. Antes, nuestras interacciones eran forzadas, con esa irritante energía de "tenemos que hacer esto". Ahora, había una corriente subterránea, una complicidad silenciosa.
—Bienvenida, Sofía —dijo Mateo, apoyado contra la pared de vidrio, dándome una pequeña sonrisa que prometía más de lo que el contrato permitía. —Es hora de grabar la última parte, la del clímax emocional donde el corazón de ambos se rompe en perfecta armonía.
—Qué alentador —respondí, poniéndome los audífonos. —No te preocupes. Después de nuestra terapia de anoche, mi corazón está más roto y listo que nunca para sonar increíblemente desgarrador.
Grabamos. Y fue mágico. Ya no éramos dos personas leyendo un guion, sino dos almas que entendían exactamente el tono de cada verso. Había una conexión palpable en cómo nuestras voces se entrelazaban, especialmente en el puente que hablaba de la "casualidad" de encontrarnos de nuevo.
—¡Perfecto! —gritó el productor, aplaudiendo desde la sala de control. —¡La energía es fantástica! Siento la tensión, el dolor, la química...
Mateo y yo nos miramos a través del cristal. Yo me sonrojé y él se rió, ese sonido grave y profundo que siempre me hacía sentir que no estábamos trabajando.
Terminamos a media tarde. “Notas Cruzadas” estaba lista. Se había convertido en algo más que un dueto de marketing; era un monumento a nuestra historia, a nuestro dolor y a la improbable reconciliación.
—Lo hicimos, Sofía —dijo Mateo, entrando en la cabina y extendiendo su mano para chocar los cinco.
—Lo hicimos, Mateo —respondí, chocando su mano. El simple contacto fue una descarga. Sentí que el tiempo se detenía, observándonos, esperando nuestra siguiente estupidez.
Justo en ese momento de tensión pre-beso, la puerta de la sala se abrió con una patada dramática y entró Gabriel. Mi mejor amigo. Periodista de arte y mi brújula moral con un sentido del humor venenoso.
—¡Mis dos personas favoritas en el mundo! ¡Haciendo música que inevitablemente será un éxito! —exclamó Gabriel, abrazándome con efusividad. Su mirada sobre Mateo, sin embargo, era puramente evaluativa.
Gabriel era el único que sabía toda la verdad, el que me había ayudado a sobrevivir el funeral y el que había prometido "echarle sal a la herida de Mateo" si volvía a romperme el corazón.
—Hola, Gabi —dije, riéndome. —¿Qué te trae por aquí?
—Tu trasero, por supuesto. Y la necesidad de determinar si este señor de aquí —dijo, señalando a Mateo con un gesto teatral—, es la razón por la que te veo con ojeras de enamorada. ¿Acaso volvieron a los "errores de logística"?
Mateo se aclaró la garganta, incómodo. —Hola, Gabriel. Es bueno verte.
—Lo mismo digo, Mateo. Aunque debo confesar que te he estado siguiendo en la prensa. Y me encanta tu nueva faceta de "Novio Serio y Dedicado". ¿Es parte de tu método actoral o la culpa te está carcomiendo hasta el alma?
El ambiente se tensó, pero solo ligeramente. Ahora que Mateo y yo habíamos hablado de la culpa, los ataques de terceros se sentían menos hirientes.
—Es parte de mi método, Gabriel —respondió Mateo, con una sonrisa forzada. —Y mi método incluye respetar el espacio personal de Sofía. Y la dieta de Sofía. Y su necesidad de que no le traiga café, aunque insista en que lo haga.
—¿Ves, Sofía? —dijo Gabriel, girándose hacia mí. —Te conoce mejor que tú misma. Y eso es peligroso. Cuando un hombre te conoce mejor que tú misma, solo puede terminar de dos maneras: en el altar, o en terapia. Yo voto por la terapia.
—Te lo agradezco, Gabi —dije, sujetándolo del brazo. —Pero hoy no tenemos tiempo para tu psicoanálisis. Acabamos de terminar la canción. Estamos libres.
—¡Libres! —gritó Mateo, levantando los brazos. —Tenemos que celebrar. Y tenemos que hacerlo sin Lena.
—Me parece excelente —dijo Gabriel. —Entonces, ¿dónde vamos a cenar? Yo pago.
Mateo me miró y luego miró a Gabriel. Había una chispa traviesa en sus ojos.
—¿Sabes qué, Gabriel? Te lo agradezco, pero creo que Sofía y yo deberíamos tener una cena... estratégica.
—¿Estratégica? —preguntó Gabriel, levantando una ceja.
—Sí. La prensa está a la expectativa, ¿verdad? Cualquier fuga de información sobre el concierto o el álbum podría arruinar el hype. Necesitamos... aislarnos —dijo Mateo, con un énfasis ridículo en la última palabra.