La adrenalina me estaba carcomiendo las uñas, pero esta vez, la causa no era el miedo, sino la anticipación. Estaba en el backstage, a solo cinco minutos de subir al escenario con Mateo. No era un showcase íntimo como el del Whisky a Go Go; era un concierto masivo, la culminación de la farsa y, si los dioses del marketing y la química lo permitían, el inicio de algo real.
Llevaba un mono de cuero negro que Lena había calificado como "súper sexy y amenazante, perfecto para el tema de la reconciliación tóxica". Mateo estaba a mi lado, también de negro, su perfil iluminado por las luces de servicio. No estábamos hablando de setlists o transiciones; estábamos hablando de nuestra cita fallida para comprar café.
—Te lo juro, Sofía, el barista me preguntó si quería un latte con doble de drama —se quejó Mateo, ajustándose el micrófono. —Parece que nuestra reputación nos precede, incluso cuando solo compramos bebidas.
—Bienvenido a mi mundo, querido —dije, sintiendo la risa burbujear. —Ahora, si vamos a ser una pareja de verdad, tenemos que dejar de bromear y empezar a transmitir el mensaje.
—¿Y cuál es el mensaje?
Me giré hacia él, mis ojos buscando los suyos en la penumbra.
—Que la honestidad es más sexy que cualquier canción. Y que te voy a patear el trasero en el escenario.
Mateo sonrió, esa sonrisa arrogante y brillante que me hacía temblar.
—Trato hecho. Pero el beso final es mío.
Y así, sin más guiones, entramos en el infierno glorioso de los focos y el rugido del público.
El concierto fue un torbellino. Comenzamos con nuestras canciones individuales, usando el escenario como un campo de batalla de coqueteo. Yo cantaba mi canción sobre la independencia, y él me respondía con una balada que, después de nuestra sesión de pizza, ya no se sentía como una mentira.
Pero la explosión ocurrió con "Notas Cruzadas".
Cuando la melodía de nuestro dueto resonó, todo cambió. Ya no éramos Sofía y Mateo, los artistas. Éramos dos personas intentando comunicarse a través de los acordes, dos almas que entendían cada nota de la otra. La química que Lena y los managers habían intentado fabricar durante meses finalmente era auténtica.
Nos acercamos en el centro del escenario, cantando el verso sobre la inevitabilidad de volver a encontrarse. Nuestros ojos se fijaron. Las miles de personas desaparecieron; solo existían él y yo, la letra y el latido desbocado de mi corazón.
El mundo puede girar y la prensa puede gritar, Pero en la melodía, sé dónde vas a estar.
Mateo tomó mi mano, y esta vez, el toque no fue profesional. Fue una posesión dulce y firme. Sus ojos prometían todo lo que su manager le había prohibido prometer.
Al llegar al clímax musical, la parte que hablaba de "elegir el amor sobre el miedo", Mateo se giró completamente hacia mí. Dejó caer el micrófono. Yo hice lo mismo.
Y entonces, sin un guion, sin un ensayo, sucedió.
Mateo me besó. Y no fue el beso de diez segundos de la alfombra roja. Fue un beso profundo, real, con la urgencia contenida de dos años de separación, dolor y fingimiento. Sentí el público volverse loco, pero no me importó. El escenario entero giró a nuestro alrededor. Puse mis manos alrededor de su cuello, reafirmando que, por primera vez, este beso no era para la venta, sino para nosotros.
Cuando nos separamos, jadeando, el estadio estaba en un frenesí de gritos. Nos miramos, y en sus ojos vi una mezcla embriagadora de triunfo y sorpresa. Él también se había dejado llevar.
—Creo que rompimos el protocolo —susurró Mateo, con una sonrisa salvaje.
—Creo que acabamos de hacer algo irreversible —respondí, riendo.
Terminamos la canción con una energía eléctrica, nuestros brazos entrelazados, la multitud a nuestros pies. El concierto culminó con una explosión de luces y una ovación ensordecedora. La Pareja de Oro no solo había regresado, sino que se había fusionado en vivo y en directo.
Salimos del escenario y el backstage era un caos, pero un caos triunfal. Lena estaba allí, pálida y eufórica, con las manos temblando.
—¡Están locos! —gritó Lena, abrazándome con fuerza. —¡Se besaron! ¡Sin aviso! ¡El hashtag es trending mundial! ¡Esto es una obra de arte demencial! ¡Pero...
—Pero ya no es actuación, Lena —intervino Mateo, con una voz firme y calmada que no le escuchaba desde antes de la ruptura. —Es real. Sofía y yo hemos decidido que esta farsa terminó. Queremos estar juntos. De verdad.
Lena se detuvo. Miró mi rostro, luego el de Mateo, que todavía tenía esa sonrisa de hombre enamorado. Su expresión pasó de la histeria a una seriedad tensa.
—¿Juntos? ¿De verdad? ¿Esto es una decisión personal o de marketing?
—Es personal, Lena —dije, tomando la mano de Mateo. —Ya no somos socios de negocios. Somos... una pareja que va a intentar ser funcional.
Antes de que Lena pudiera responder, el manager de Mateo, Thomas, un hombre con cara de pocos amigos y muchas cuentas bancarias, entró en el camerino.