Notas Cruzadas

Capítulo 20: FINAL

Capítulo Final

Me desperté con el sonido de los ganchos de la cortina de mi madre al deslizarse y el olor inconfundible del café recién molido y el salitre. Había dormido catorce horas. Un sueño profundo, sin sueños, el tipo de sueño que solo el agotamiento emocional y el aire marino pueden ofrecer.

Mi madre estaba en la puerta de mi habitación, con su bata de lana y esa expresión de "Te amo, pero estás en un problema monumental".

—Buenos días, durmiente —dijo, con una sonrisa tensa. —La prensa te ama. Tu novio es un genio de la estrategia. La canción sigue siendo la número uno. Y tú sigues aquí, escondiéndote.

—Mi "novio" es un manipulador experto, mamá —corregí, incorporándome. —Convirtió mi huida desesperada en una romántica declaración de respeto. Lo escuché decir en televisión que me ama y que estoy "justo donde necesito estar". ¡Como si él me hubiera dado permiso!

—Te dio cobertura, Sofía. Te dio espacio. Y te dio una coartada perfecta. ¿No puedes ver el esfuerzo?

—Veo el control, mamá. Veo el miedo a que yo hablara primero. Él lo sabe de la gira. No me lo dijo. Y ahora, anuncia que vamos juntos, cuando sabe que yo firmé un contrato para no ir. ¡Va a obligarme a ir!

Me levanté de la cama, la rabia borrando la paz que el sueño me había dado. Me puse unos shorts y una camiseta, la ropa de batalla para el día.

—No voy a permitir que me dicte mi agenda. Yo no soy su corista. Yo no soy su accesorio emocional para la prensa. Si quiere que esta relación funcione, tiene que aprender que mis decisiones son mías, y que no las puede convertir en un plot twist para su gira de $10 millones.

Mi madre suspiró, encogiéndose de hombros. —Lo entiendo. Pero los hombres solo entienden el lenguaje que les hablas. Y por lo que veo en tu teléfono —señaló el móvil, que había encendido y tenía un aluvión de notificaciones sin leer—, tú no le has hablado.

—No lo haré. Ahora, ¿qué tienes para el desayuno? El enojo me da hambre.

—Huevos revueltos con cilantro. Y necesito que salgas un rato. Llevo media hora pelando papas para la sopa. Y necesito paz para concentrarme en no quemar la cocina.

—Perfecto. Necesito volver a mi Kilómetro Cero.

Tomé mis gafas de sol y mi cuaderno, dejando deliberadamente mi teléfono en la mesa. No iba a caer en la tentación de ver si Mateo había roto el código de silencio que yo le había impuesto con mi ausencia.

Salí por la puerta trasera, que daba directamente a la arena. El sol ya estaba alto, y la playa estaba vacía, solo yo, las gaviotas y el rugido del océano. Era una paz embriagadora. Me senté en mi duna habitual, sintiendo el aire fresco llenar mis pulmones. La canción "Kilómetro Cero" no estaba terminada. Le faltaba un verso, el verso de la resignación total.

Abrí mi cuaderno. Traté de concentrarme. La mente, sin embargo, estaba ruidosa. Londres. Tres meses. Thomas. Su sonrisa en la televisión. No podía escribir. Solo podía sentir el calor ascendente de mi furia.

Mateo no se saldrá con la suya. No voy a ir. Me quedaré aquí, compondré un álbum entero sobre el abuso de poder en el arte, y él tendrá que enfrentar las consecuencias.

Estaba repitiéndome este mantra cuando escuché un ruido. Un ruido que no pertenecía a la playa. El sonido de unas botas de cuero de diseño pisando arena mojada.

Levanté la cabeza y mi corazón se detuvo.

Estaba a unos treinta metros. De pie, bajo el sol implacable, con una chaqueta negra, gafas de sol y ese aire inconfundible de estrella de cine que está a punto de hacer algo estúpido.

Era Mateo.

Me puse de pie de un salto, sintiendo una oleada de emociones: sorpresa, incredulidad, pero sobre todo, una rabia ardiente. ¿Cómo se atrevía a irrumpir en mi santuario? ¿Cómo había encontrado la casa de mi madre sin un rastro en el radar de la prensa?

—¡Mateo! —grité, caminando con pasos rápidos hacia él.

Él se quitó las gafas de sol, su expresión era una mezcla de cansancio y desafío.

—Hola, Sofía —dijo, intentando sonar tranquilo. —Sabía que estarías aquí.

—¿"Sabías"? ¿Qué te hace pensar que tienes derecho a invadir mi refugio? ¿Es parte de tu nueva estrategia de marketing? ¿La persecución romántica en locaciones privadas? ¿Thomas te dijo que el helicóptero se vería genial en las tomas aéreas?

—No vine en helicóptero, vine en un avión fletado, lo cual es mucho más discreto —dijo él, dando un paso hacia mí.

—¡No me importa cómo viniste! ¡Me importa que estés aquí! ¡Te dejé una nota! ¡Una nota muy clara que decía que no me buscaras! ¿Qué parte de "no me busques" no entendiste, genio? ¿La parte de "no" o la parte de "busques"?

—La parte que no entendí fue la parte en la que tú me dijiste que ibas a dejar que me fuera a Europa sin ti, sin saber la verdad.

Me acerqué a él, con la intención de mantener la distancia, pero la rabia era tan grande que me hizo explotar. Corrí el último metro que nos separaba y lo empujé. Fuerte.

—¡Eres un idiota! ¡Un mentiroso! ¡Y no voy a ser el plot twist de tu carrera!




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