El aire en el estadio de Praga estaba electrificado. No con la tensión nerviosa que solía acompañar a nuestros conciertos, sino con una alegría palpable, la energía pura de veinte mil personas celebrando una historia de amor, arte y una espectacular renegociación de contratos.
Estaba de pie junto a Mateo, el centro del escenario, mientras las luces moradas y doradas nos bañaban. Habíamos terminado la última canción de la noche, una balada inédita que habíamos compuesto juntos en el avión entre París y Berlín, una melodía sobre "la belleza del caos compartido". Mateo tenía su brazo firmemente alrededor de mi cintura. No había cámaras de Vogue a nuestro alrededor ni managers dictando la coreografía. Solo estábamos nosotros, en perfecta armonía.
—Praga, ¡gracias! —gritó Mateo, su voz ronca de emoción. —Esta noche fue más que increíble.
Yo tomé mi micrófono. —Y solo pudimos hacerlo porque esta vez, lo hicimos a nuestra manera.
Mateo me miró, y en sus ojos vi el recuerdo de la mañana en la playa, la arena, los empujones y el beso desesperado que había sellado nuestro futuro. La gira de un mes y medio había sido un éxito rotundo. Las cláusulas de descanso que Mateo había negociado nos habían dado tiempo en Florencia, paseos en bicicleta en Ámsterdam y cenas tranquilas en Londres. Habíamos cocinado (con resultados mucho mejores, aunque todavía con algún que otro conato de incendio en las cocinas de los hoteles) y habíamos escrito juntos.
La farsa había muerto, y la verdad era un sold out en todos los países.
Thomas, por supuesto, había aceptado la derrota con la elegancia de un tiburón que acaba de vender su última aleta. Había odiado la idea de "dividir los beneficios", pero no podía negar los números. La demanda por ver a la pareja que había "vencido a la ambición" era monstruosa.
—La química es innegable —nos había confesado Thomas durante una llamada de Zoom desde Los Ángeles, con un puro encendido. —Nunca he visto un show tan honesto. Pero Sofía, si vuelves a irte sin aviso, voy a tener que cobrarle a Mateo por el jet privado. Es un pésimo negocio.
Mateo había simplemente colgado, riéndose.
Nuestra rutina de gira era caótica y maravillosa. Yo abría el show con mis canciones, llenando el estadio con mi voz potente. Mateo la cerraba, y el punto culminante siempre era "Notas Cruzadas". Al cantar, ya no era una canción sobre la traición, sino sobre el reencuentro. En lugar del beso de marketing, terminábamos la canción con un abrazo de sinceridad total, y a veces, Mateo me susurraba un chiste de cocina solo para hacerme reír.
—¿Sabías que el hotel en Múnich tiene una regla de "No usar harina como confeti"? —me preguntó una noche, mientras el público rugía.
—Lo tienen por tu culpa, estoy segura —respondí, dándole un codazo.
Nuestra relación era ahora una constante de comunicación. Cada mañana, nos sentábamos con una taza de café (yo, un capuchino normal; él, el latte con un toque de canela y cero drama) y revisábamos nuestras agendas.
—Londres: tengo una entrevista con la BBC —decía él. —Pero la cancelaré si no te gusta el restaurante que reservé para la cena.
—El restaurante es perfecto, pero tienes un hueco de dos horas antes de la prueba de sonido. Yo tengo que terminar la letra de 'Punto de Fuga'. ¿Podemos pasarlo en el estudio, sin hablar, solo juntos?
Y así, la presencia se había convertido en un compromiso diario. No era un sacrificio; era la base.
De vuelta en el escenario de Praga, Mateo me dio un beso rápido en la sien.
—Es hora de irnos, Reina. Pero antes...
Se giró hacia el micrófono, que ahora emitía un feedback fuerte.
—¡Quiero agradecerles por ser parte de la verdad! —dijo Mateo, la gente gritaba. —Y quiero terminar la noche con una pequeña promesa. La gira fue una gran idea, pero es agotadora. Por eso, mi próxima gira no será por un año...
El público jadeó, esperando una pausa dramática. Mateo sonrió a la cámara y a mí.
—Mi próxima gira será por... una semana. En Hawái. Con esta mujer. Y se llama: 'Luna de Miel Sin Contratos' —dijo, sonriendo con malicia.
El público se volvió loco. Me giré hacia él con una sonrisa incrédula.
—¿Me acabas de proponer matrimonio en Praga? —le pregunté, con la voz ahogada.
—¿Qué? No —dijo Mateo, actuando con inocencia. —Te propuse una Luna de Miel, Sofía. El matrimonio es para la próxima entrevista. Pero si dices que sí a Hawái, podría considerar ponerle un anillo.
Me reí, un sonido puro que resonó en el micrófono. Me quité el brazalete de mi muñeca, un regalo que me había dado mi madre.
—Yo no viajo a Hawái sin un contrato firmado, Mateo. ¡Pero hago una excepción por ti! ¡Sí!
Me tomó en sus brazos, me levantó y me besó con la euforia de un hombre que acaba de ganar la lotería y la mujer de su vida. El público enloqueció.
Al bajar del escenario, con el corazón aún latiendo con fuerza, Lena nos esperaba en la puerta.
—¡Tienen que dejar de improvisar en los finales! ¡Ya estoy organizando el evento! —dijo Lena, con su típica histeria.