Capítulo 34
Clara K.
Cuando Leonardo se marcha, un fuerte mareo me invade, camino lento hasta la cama para poder sentarme. Pensé que los síntomas del embarazo solo daban los primeros meses. Seco el sudor y contengo la respiración para luego exhalar despacio.
No sé cuánto tiempo había pasado, pero había apoyado mis manos sobre mis piernas para poder controlar la respiración y los mareos que me estaban dando. La puerta se abre y levanto mi cabeza para ver de quién se trataba, sonrío al ver a Lucas, él se acerca con preocupación.
—¿Te sientes bien? — pregunta preocupado.
—Si — le resto importancia — Son síntomas del embarazo.
No mentía, sabía que estos mareos eran normales en un embarazo. Su mirada de preocupación no se borra, seca mi frente con su mano.
Se sienta a mi lado, se quita el abrigo. Suspira fuertemente.
—Estás comiendo basura, eso no es bueno. — me reclama.
—¿Estás bromeando? — me rio — Es un regalo por parte de tu hermano, no podría rechazarlo.
—¿Mi hermano? — asiento y él aprieta los molares. — No tiene porque acercarse a ti, no permitiré que te lastime. No lo comas.
—Oye — frunzo mi ceño incómoda por su reacción — Es un joven muy amable, no habías hablado de él.
—Yo no tengo hermanos — habla tajante. — A la próxima no dejes que se acerque.
Se levanta y sale de la habitación. Su actitud me desconcierta un poco. Nunca lo había visto tan enojado, incómodo e impotente. Su rostro había estado rojo de la ira, me levanto y salgo de la habitación en busca de él para poder hablar de aquello que tanto lo enojaba.
Leonardo era tierno y lindo, en ni un momento me había hecho sentir mal, ni me había tratado de mala manera, todo lo contrario; su gran sonrisa y la pizza que había dejado dejaba una buena impresión.
—¿Lucas? — lo llamo al salir de la habitación.
En los pasillos no había nadie, así que indago la gran mansión esperando no perderme, camino lento con cuidado de no tropezarme. Quito el sudor de mi frente, los mareos ahora eran leves y soportables.
Bajo las escaleras y Lucas no se encontraba por ningún lado, volteo a ambos lados al estar en la sala principal, ni siquiera los empleados se encontraban por ahí. Así que con la confianza que me habían dado, camino hacia la cocina.
—Joven, buenas tardes.
Me saluda un hombre aproximadamente de la edad de Lucas.
—Hola — sonrío — ¿Tienes papas fritas?
Levanta una de sus cejas curiosas, lo cual me causa gracia.
—Perdón, pensé que era el cocinero — mis mejillas se calientan de la vergüenza.
Estaba vestido con una filipina y unos pantalones de raya, asumí que era un chef, pero al parecer estaba equivocada.
—No se equivoca, soy el cocinero de esta casa — sonríe amablemente. — Pero nunca me habían pedido papas fritas como aperitivo.
—Lo siento — sonrío — Estoy embarazada y tengo algunos gustitos que intento reprimir, pero estoy deseosa de papas fritas.
—Hay una solución para ello — se agacha buscando algo, cuando se levanta pone una red de papas sobre la encimera.
—¿Me hará papitas fritas?
Da una risotada y me mira.
—Estoy aquí para servirle a los señores y a todo aquel que viva en esta casa. Usted tendrá sus papitas fritas lo más pronto posible.
Mi boca saliva al saber que comeré papas fritas, no era una mujer se tener tantos gustitos, bueno, a veces sí, pero podía opacarlo con alguna fruta, aunque no siempre me sentía satisfecha.
—¿Cuántos meses tiene?
—Ya cumplirá 6 meses — sonrío.
Me doy cuenta que había pasado tan rápido el tiempo que ni siquiera me había dado cuenta. Tenía solo 4 meses cuando le conté todo a Lucas, ahora estábamos en Lima, sin miedo a lo que el futuro nos preparaba; pero tampoco iba a negar que no tenía miedo, porque de los dos podía asegurar que era la que más temor tenía.
A veces llegaban a mi mente pensamientos de que él se aburriría y me dejaría, otras veces de que no querrá a mi bebé cuando nazca. Algunas veces mi mente ha sido tan traicionera que me ha sumido en la tristeza intentando sabotear mi felicidad, mi pequeña felicidad.
Confiaba en Luca como nunca antes había confiado, él se había mostrado ante mí con sus problemas y defectos, y aunque aún no lo conocía del todo, yo sentía paz a su lado.
Hay muchas cosas que falta conocer el uno del otro, pero estaba segura que él me amaba, aunque muchas veces mi mente quisiera hacerme creer todo lo contrario.
—No se le nota — habla el chef. — Tiene una pancita muy pequeña para tener 6 meses.
Habla sin dejar de pelar las papas.
—Es la ropa — sonrío.
—¿Le cuento un secreto? — asiento — No importa el tamaño de la pancita, porque al final cuando se vuelven gigantes.
Ahora la que se reía era yo, mientras veía al chef cortar las papas en zigzag con un cuchillo especial.
— ¿Tiene hijos? — pregunté siendo imprudente.
— No, pero me gustaría — suspira — Mi novia quiere terminar su doctorado para poder casarnos.
— ¿No se ha casado? — pongo mis codos sobre la encimera y apoyo mi cabeza en mis manos.
— Aún no, pero luego de que mi princesa consiga el grado de doctora, seremos unos esposos muy felices.
— Usted es muy romántico — me rio. — Va ser un buen esposo.
— Dios la escuche. — Enciende la estufa poniendo una olla sobre esta. — Desea papitas fritas tradicionales o especiales.
Entrecierro mis ojos y opto por la papas fritas “especiales”.
—Le encantará.
Veo todos sus movimientos en la cocina y me maravillo con el utensilio que utiliza, todo era perfecto y por lo que sabía eran muy costosos, comenzando por los cuchillos que utilizaba.
—¡Vete a la mierda Leonardo! — escucho un fuerte grito a lo lejos.
—Los problemas llegaron — escucho decir al chef.
Editado: 01.07.2024