Lucas B.
Aprieto el acelerador del auto aumentando la velocidad, y es que todas mis pensamientos se pasan por mi cabeza una tras otras. Para mi mal gusto Ainhoa sabía muchas cosas de nosotros. Miro la hora en el tablero del auto, 23:45.
Era consciente que me estaba sumergiendo en mis problemas, en el caso que tanto nos tenía en la incertidumbre, hablaba poco con mi chica, y tampoco podía contarle lo que estaba sucediendo, mi mayor preocupación era que se altere, y eso conllevaría complicaciones para ella y la bebé. Marcos, el papá de la niña, se había hecho presente, no podría decir que no me agradaba la idea, pero si sentía un poco de incomodidad y quería creer que era porque aún no lo había conocido.
Después de todo, él era parte de la vida de Clara y de la bebé que crecía en su vientre . Mi chica me contó sobre su encuentro, pero había estado tan cansado que más o menos había entendido, pero lo importante era que se había responsabilizado, al parecer todo estaba marchando bien en la vida de Clara, eso era bueno, ya que después de quedar huérfana, luego de perderlo todo, ahora todo estaba yendo bien.
Al salir de la panamericana y llegar a una zona urbana, caí en la cuenta que estaba llegando a la casa de mis padres, algo que no tenía previsto, pero no iba a desaprovechar este tiempo para visitar a mi padre, aunque sabía que no era una hora adecuada, porque seguramente ya estaba dormido, pero nada perdía con intentarlo.
Estaciono mi auto y al ingresar a la casa, todo estaba en silencio, pero las luces seguían encendidas. El personal ya no estaba, así que seguí caminando hasta la oficina de mi padre, porque conocía bien a ese hombre, para él no existía el descanso, o cualquier recomendación del doctor, porque mientras siga vivo, seguirá trabajando. Al llegar a la puerta toqué tres veces, y nadie respondía, así que abro la puerta y encuentro a mi padre concentrado con su mirada en algún documento. No me equivoqué. El ambiente era cálido, tenía el aire acondicionado encendido.
-Buenas noches. – saludo, pero él sigue concentrado en el documento.
Tenía los lentes puestos, un cárdigan, pantalón de vestir y sus zapatos negros, sus brazos en el escritorio y sus manos sostenía un documento.
-No he solicitado encontrarme contigo. - responde sin mirarme.
Su respuesta era fría y desinteresada, pero no me sorprendía, sonreí de lado, su rostro estaba pálido y había perdido peso. Doy unos pasos más y me siento en uno de los muebles que están al frente del escritorio.
-¿Cómo estás? – cruzo mis piernas.
-Vivo - responde y sonrío.
-Tienes energías para bromear, eso significa que estás bien. - intento entablar una conversación.
-¿A qué has venido? – deja el documento en el escritorio, se saca los lentes y me mira con seriedad. – No has querido aceptar mi ayuda, no obedeces lo que te digo, ¿Qué quieres?
-Nada, solo quiero saber cómo estás.
-Estaría bien si me escucharas por una maldita vez en tu vida. ¿Qué te cuesta?
-Limpiaré mi nombre sin utilizar trucos. - hablo conteniendo mi enojo.
-En una guerra no importa el método en cómo ganas, si no la victoria que obtienes.
-Pap…
-¡Imbécil! – me mira con seriedad – Sé realista una maldita vez, serás padre y ni por eso eres capaz de poner los pies sobre la tierra.
Se levanta del escritorio y se tambalea, me levanto con rapidez y me acerco para ayudarlo, pero cuando agarro su brazo me empuja.
-Aléjate – habla con seriedad.
Bajo mi mirada y me alejo de él dos pasos hacia atrás.
-Leonardo no lleva mi sangre, pero se comporta como si lo hiciera. Aprende. - cierro mis puños conteniendo mi enojo. - Siempre he querido que puedas ser feliz, pero al parecer fue mi error dejar que te hagas cargo de tu vida cuando es claro que no puedes ni contigo mismo.
Controlo mi respiración, mi padre estaba alterado y seguramente era por los medicamentos de su tratamiento.
-No sé que planeas, pero tener un hijo a esta altura es un grave error y más cuando nadie de tu familia sabe de la procedencia de esa mujer. No aprendes de tus errores, mejor vete y asegura el bienestar de mi nieta.
Aprieto mis molares, intentaba controlarme, pero era lo que menos quería, lo único que deseaba era decir todo lo que se me cruzaba por la mente y liberar la presión que se formaba en mi pecho, pero una vez más me resistí.
-Me alegra saber que está bien – me obligo a sonreír – Ahora puedo irme tranquilo.
Salgo de su oficina como si estuviera cargando una roca gigantesca que me impedía caminar con rapidez, pero era consciente de lo que sucedía. Mi corazón no aguantaba más el rechazo de mi padre, pero era con lo que tenía que seguir viviendo, y no quitaría el hecho de que lo amaba.
Miro mi reloj y son las 00:59. Me recompongo, respiro hondo y camino hasta la salida de la casa, pero al pasar la puerta, a unos cuantos pasos, el hijo de mi madre estaba de pie. Decido ignorarlo y sigo caminando.
-¿Cómo está mi sobrina?
Detengo mis pasos y lo miro con seriedad.
-¿Qué? – me pregunta con una confusión fingida - ¿No puedo preguntar por la próxima Bustamante?
-No tienes derecho a preguntar. No eres parte de mi familia. – enfatizo las dos últimas palabras para que quedara claro.
-Me pregunto ¿Cómo será criar a una niña con el padre en la cárcel?
Sus palabras son combustibles para mi cuerpo y en un rápido movimiento lo agarro del cuello de su polera y lo empujo con fuerza hacia la pared, haciendo que se le escape un gemido de dolor, pero no demostraba ni un ápice de arrepentimiento, ni sorprendido.
-Cuida tus palabras – hablé entre dientes – Acércate a ella y te las verás conmigo, maldito bastardo.
Sonríe y niega, pero no dice nada y esa actitud solo me hace enojar más, de un fuerte tirón se suelta y se acomoda.
Editado: 01.07.2024